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28 de abril de 2024

Miklós Lukács de Péreny

Miklós Lukács de Péreny

Entrevista | Miklós Lukács de Péreny

«El transhumanismo desea que el ser humano deje de ser humano para convertirse en un posthumano»

«Se plantea que el ser humano es una plaga que emplea el capitalismo como herramienta para destruir a la Madre Tierra y que, si no hacemos nada, el clima va a cambiar», denuncia el autor del libro Neo entes

Miklós Lukács de Perény (1975) nació en Perú, hijo de un inmigrante húngaro, viajero habitual de Inglaterra a España o Guatemala. Ha estudiado en Mánchester, Nueva Zelanda, y ha residido en la India y en París. En un principio, encajaría con los rasgos que caracterizan al «hombre líquido» y cosmopolita. Sin embargo, sus ideas lo desmienten; critica con denuedo los profundos cambios antropológicos que se están desarrollando en las últimas décadas, y aboga por lo que denomina una «posición bioconservadora», que consiste en «reafirmar nuestra humanidad y todo lo que nos hace humanos: tener hijos, formar familia, desarrollar actividades en comunidad», juntarse con los amigos en el bar y alejar a los niños de las tablets. Charlamos con este profesor de universidad, a resultas de su libro Neo entes: Tecnología y cambio antropológico en el siglo XXI (Homo Legens). Analizamos la «deconstrucción de lo humano», un proceso que comenzó hace tiempo en la Escuela de Fráncfort, y en el que han participado los Derrida y Foucault, Wilhelm Reich, Freud, mayo del 68…
– Uno de los temas que se abordan en este libro es el transhumanismo. ¿Cómo define usted el transhumanismo?
– El transhumanismo es un híbrido entre movimiento político, movimiento cultural, filosofía, religión secular, y lo que pretende es mejorar al ser humano en sus dimensiones intelectuales, físicas, cognitivas o incluso morales, mediante la aplicación de tecnológicas específicas en el propio ser humano. Aspira a lograr tres grandes objetivos. El primero es la superlongevidad, la inmortalidad del ser humano; el segundo es la superinteligencia, es decir, que el ser humano adquiera capacidad de procesar y almacenar información de manera superlativa que incluso pueda superar a las propias máquinas. Y, en tercer lugar, el superbienestar, que es una propuesta de David Pearce, un filósofo transhumanista británico; se trata del «imperativo hedonista», una vida orientada al placer, incluso mediante modificación genética.
– ¿Eso es técnicamente posible o es una engañifa?
– Ese es el punto. Aquí se sopesa la barrera que existe entre ciencia y ciencia ficción, algo cuyo desplazamiento ha ido promoviendo el transhumanismo, que se funda oficialmente, como «movimiento transhumanista mundial», en 1998. Hay muchas cosas que antes se consideraban imposibles de lograr y hoy son posibles. En el campo de la superlongevidad, se ha trabajado con técnicas de rejuvenecimiento celular que ya han logrado éxito. Multimillonarios como Jeff Bezos han creado compañías como Altos Labs, que ya aspiran a ofrecer servicios de rejuvenecimiento mediante estas técnicas de rejuvenecimiento celular. Ser inmortales en estos momentos es ciencia ficción, pero extender la esperanza de vida a través de manipulación genética sí es posible. En ratones se ha logrado duplicar o triplicar la esperanza de vida natural. En cuanto a la superinteligencia, uno de sus principales proponentes es el filósofo sueco Nick Bostrom, director del Instituto para el Futuro de la Humanidad de la Universidad de Oxford. No es un detalle menor, porque se demuestra que desde la academia se está legitimando el movimiento transhumanista. Bostrom es proponente del post-humanismo; el ser humano deja de ser humano, se crea otra categoría de vida, otro ser, otro «neo ente». Bostrom sugiere que la corporalidad ya no va a ser necesaria. Mediante una estructura de titanio tipo cyborg, el ser humano se convierte en un conjunto de información, una especie de espectro de data. Y estos espectros de data inteligentes se fusionan en una superinteligencia. Esto claramente es ciencia ficción, pero lo importante es la intencionalidad. Se asume que es deseable que el ser humano deje de ser humano para convertirse en un posthumano.
– En cierto modo, no estaríamos hablando de mejorar al ser humano, sino de crear un ser que lo sustituya. El hombre mata a Dios, y se convierte en el nuevo Creador, el cual a su vez deja paso a otro ser.
– La base filosófica es esa. Por eso se habla de batalla cultural, de visiones culturales contrapuestas. Subyace una guerra antropológica. Es lo más importante que estamos viviendo. Y el transhumanismo lo que propone es un salto insólito; es una filosofía profundamente antihumanista. Tú no mejoras nada destruyéndolo.
– Uno de los autores más leídos en estos tiempos es Yuval Noah Harari. ¿Cómo valora usted su pensamiento y su influencia?
– Si pudiese definir mi trabajo y mi posición, yo soy la némesis de Yuval Noah Harari, manteniendo las distancias en cuanto a la promoción y el impacto. Él es profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén con un doctorado en Historia por la Universidad de Oxford. Harari se especializaba en aspectos concretos de historia medieval, pero de pronto se reinventó como «historiador del futuro», lo cual es un oxímoron. Por otro lado, a Harari lo promocionan las grandes plataformas tecnológicas, los grandes foros intelectuales, organismos multinacionales. Harari promueve abiertamente el movimiento transhumanista y sus objetivos sociales. Habla del reemplazo del cristianismo por el dataismo, la religión en que los datos van a ser los objetos de adoración. Se refiere al cristianismo igual que todos los críticos de la religión, pues ve en el cristianismo una barrera de contención.
– ¿En qué sentido «barrera de contención»?
– En el sentido de que el cristianismo establece principios y valores absolutos y objetivos. El ser humano es varón y mujer. Hay un dualismo sexual. Sin embargo, según el enfoque transhumanista, el ser humano puede ser cualquier cosa, es arcilla que tú puedes moldear mediante tecnología a voluntad. Y no ya a imagen y semejanza de Dios, sino a imagen y semejanza de tu propia percepción.
– Dentro de lo que puede llamarse la «deconstrucción de lo humano», ¿qué fundamentos ideológicos destacan?
– La escuela de Fráncfort plantea los cimientos colectivistas del progresismo del siglo XXI. El progresismo no es solamente de izquierda, y esto es algo que quiero resaltar. El progresismo originariamente se produce en los Estados Unidos a fines del siglo XIX en un contexto geográfico, histórico y político distinto al que estamos viviendo ahora. Fue también una revuelta contra los «robber barons», los grandes multimillonarios de la época en los Estados Unidos. Rockefeller, Vanderbilt, Stanford, gente que después creó universidades, que tenían a la opinión pública muy en contra porque eran predatorios. El progresismo surge como un movimiento de reforma contra la concentración de poder económico y, a través del poder económico, la extensión de poder político que estas personas generaban. El progresismo en esa variante pasa al olvido después de la Segunda Guerra Mundial, hasta 1998, cuando se retoma y se fusiona con lo que se plantea en el libro de Anthony Giddens La tercera vía. Se trata de un movimiento neoliberal que aúna el funcionamiento de los mercados y la preocupación social de las izquierdas. Esta tercera vía, o «centro radical», debe estar poblado por tecnócratas, es decir, planificadores que rigen los destinos de las sociedades a través de los organismos multilaterales. Ahí se plantea la agenda del medio ambiente, la agenda LGBT, el feminismo. Es el nacimiento del progresismo como se conoce ahora.
– ¿Cuáles son las principales banderas del progresismo?
– El progresismo abandera la tesis del cambio climático antropogénico. Es importante, porque, a partir de esta idea, se plantea que el ser humano es una plaga que emplea el capitalismo como herramienta para destruir a la Madre Tierra y que, si no hacemos nada, el clima va a cambiar. Todo se plantea como un riesgo existencial que demanda una intervención justificada moralmente. La pregunta es: ¿cómo controlas a una plaga humana? A través del sexo y la reproducción. ¿Cuáles son las dos grandes obsesiones del progresismo? Sexo y reproducción. Todo lo que tenga que ver con criterios de diversidad, de igualdad, de inclusión pasan por el sexo y la reproducción. De ahí las políticas de cuotas de género, agendas trans, aborto, agenda LGBT, ideología de género… Si dices que eres hombre, eres machista y heteropatriarcal, y tienes que tomar tu curso de nuevas masculinidades para volverte un aliade. Y, si eres mujer, también es un desastre, porque a la mujer la deconstruyes a través de categorías como mujer trans, gracias a lo cual ya han ganado concursos de belleza para mujeres hombres castrados. En este proceso de deconstrucción, también aparecen teorías como las del especismo (o antiespecismo, dicho con más precisión): la idea de que el ser humano no es moralmente superior a los animales. De este modo, el ser humano deja de tener un lugar especial en el mundo natural, ya no es hijo de Dios. Al equiparar moralmente a los animales con los seres humanos, lo que hagas con los animales, lo puedes hacer con los seres humanos. Y si a los seres humanos tú les asignas derechos, los animales también deben tener derechos. ¿Cómo se manifiesta esto? A través de categorías como «persona no humana», y «seres sintientes». Diluye la categoría de ser humano.
– Hace un siglo (1932) se editó el libro Un mundo feliz, donde más o menos se viene a pronosticar el escenario que Neo entes denuncia hoy. Por aquella época, Teilhard de Chardin también planteaba propuestas que hoy tienen cierto eco en el transhumanismo. ¿Por qué durante estos últimos cien años tantas y tantas películas y novelas distópicas trasladan esta misma tensión, esta misma angustia? ¿Por qué, desde Mary Shelley, estamos pensando que esto va a pasar y al final acaba sucediendo?
– Parece un patrón de profecías autocumplidas. Como si no fuesen procesos espontáneos, sino que se va preparando a la población hacia este tipo de metas. No estoy diciendo que Mary Shelley haya estado pensando en eso cuando escribe Frankenstein, pero ya hablaba de cómo la tecnología podía utilizarse para ser dueños de nuestro propio destino. En el caso de Aldous Huxley, su hermano era Julian Huxley —y esto no es un detalle menor—, el gran promotor de la eugenesia en el Reino Unido, presidente de la Sociedad Eugenésica Británica, fue el primer director general de la UNESCO y el creador o quien le asignó al concepto de transhumanismo el significado que hoy tiene. Julian Huxley era abiertamente transhumanista. El abuelo de Julian y Aldous Huxley era Thomas H. Huxley, el «Bulldog de Darwin». Thomas Huxley pensaba en la posibilidad de modificar al ser humano, en aquel entonces bajo criterios de racismo científico. Estamos hablando de la Inglaterra victoriana del último tercio del siglo XIX, cuando Europa se reparte África, esas costas de África en que supuestamente habitaban razas inferiores. Y ese racismo científico, que les concedía justificación moral para mejorar la raza, en Estados Unidos se materializa con las primeras políticas públicas abiertamente eugenésicas. Lo importante es que en la novela de Aldous Huxley se abre la posibilidad de que existan distintas categorías de seres humanos, que se utilicen drogas, para mantenerlos idiotizados, que se apele a la abolición de las relaciones interpersonales. Es lo que estás viendo ahora de alguna manera.
– Ahora vivimos una dependencia cada vez mayor de la tecnología y el teléfono móvil. No solo porque nos hayamos aficionado a estar viendo mensajes, interactuar en Instagram o Twitter, sino porque los bancos y los gobiernos nos obligan a manejar todo por medio de su aplicación. ¿Sería prudente que al menos las administraciones públicas permitieran seguir gestionando todo en persona y no obligadamente a través de ordenador o teléfono móvil?
– Todo se está digitalizando, todo se está automatizando. Repito lo que decía de Harari: todo pasa a ser data. Si hay organizaciones privadas o públicas que tienen todos tus datos, que conocen lo que haces en cada momento, adónde vas, con quién hablas, a qué hora duermes, qué compras, poseen la capacidad de controlarte. Manejan tu información, te manejan a ti. Pueden llegar incluso al desarrollo de algoritmos que determinan —con entre un 60% y un 90% de certeza— qué decisión va a tomar una persona sobre la base de comportamientos previos. Esa distopía ya existe en China, es una sociedad controlada por tecnología. Dispone de un sistema de más de 600 millones de cámaras de reconocimiento facial puestas por todo todo el país; los teléfonos móviles incorporan el programa WeChat, desarrollado por una empresa tecnológica gigante que se llama Tencent; WeChat es una especie de WhatsApp con noticiero, canal de compra, donde el gobierno chino tiene en tiempo real toda tu información. Saben exactamente dónde estás, a qué hora te levantas, a qué hora te duermes, con quiénes hablas, con quiénes no hablas, sobre qué cosas hablas. Al inicio de la pandemia, China se ve obligada a notificar a la Organización Mundial de la Salud que tenía un brote de COVID, precisamente porque identificaron a un grupo de personas, un oftalmólogo entre ellos, que empezaron a denunciar este caso, y a través de WeChat llegaron a ellos. Es el control total.
– ¿Es China el modelo? ¿Es un modelo exportable?
– China goza de un ámbito de influencia muy fuerte en Asia, y cada vez crecientemente gracias a estas nuevas rutas de la seda. Es política de Estado del gobierno chino llevar estas nuevas rutas de la seda no solamente a Europa, sino también expandirlas a África y América Latina. En estos momentos, hay más de 800 empresas chinas operando en África, y allí el gobierno chino ha construido ferrocarriles, estadios, infraestructura pública de gran envergadura. A cambio de fidelidad comercial y después dependencia económica, que pasa a ser dependencia política. También se intenta replicar en países de América, desde Costa Rica hasta Chile. China cuenta con un modelo de capitalismo estatal, es un modelo que invita a la inversión extranjera directa, a la transferencia de conocimientos y tecnología, pero siempre bajo supervisión del Partido Comunista Chino. En China se permiten hacer negocios siempre y cuando no contradiga las políticas del gobierno chino. Es el caso de las empresas tecnológicas chinas, Tencent, Baidu, Alibaba. El caso de Alibaba es paradigmático. Jack Ma era un gran multimillonario chino que era invitado frecuentemente a estas reuniones internacionales. Cometió el error de criticar o de sugerir una crítica a las políticas del Partido Comunista Chino. Y también tuvo una preminencia mediática tan fuerte, que el Partido Comunista Chino pensó: «está opacando un poquito a Xin Jinping y además está criticando demasiado lo que estamos haciendo». Lo escondieron. Jack Ma sigue vivo, pero sus empresas están bajo control. Todas estas empresas chinas, tecnológicas, grandes, pequeñas, medianas, todas las empresas chinas operan bajo mandato del Partido Comunista. Ese modelo es exportable a países como Vietnam, o como Irán. Pero no sé si es exportable a países con una tradición de libertad occidental
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