Adolescentes con el teléfono móvil
El Debate de las Ideas
Desestructuración familiar, redes sociales y cuestiones de género: la tormenta perfecta
Partimos de una realidad que resulta, cuanto menos, llamativa. El número de niños adolescentes y jóvenes que se declaran homosexuales, bisexuales, queer o transgénero ha crecido exponencialmente en los últimos años. Diversos estudios han analizado la evolución en la identificación de las personas como parte de la comunidad LGBTQ+ en las últimas décadas, observando un incremento notable, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Ipsos (2023) realizó una encuesta en 30 países, revelando que, en promedio, el 9% de los adultos se identifican como LGBTQ+. Con anterioridad en EEUU un estudio similar de Gallup (2021) encontró que el 7.1 % de los adultos estadounidenses se identifican como LGBTQ+, con una distribución generacional similar. Lo que es llamativo es cómo ese porcentaje varía significativamente según la generación:
Gráfico 1. Porcentaje de adultos que se identifican como LGTBIQ+
En cuestión de disforia de género, el número de personas que se auto diagnostican como transgénero ha crecido exponencialmente en los últimos años. En Reino Unido el Servicio de Desarrollo de la Identidad de Género (GIDS), que depende del servicio de salud británico, el National Health Service (NHS) recoge cómo el número de referencias a consulta médica de menores con dificultades de identidad de género ha pasado de 77 en el año fiscal 2009-10 a 2.728 en 2019-20; un aumento del 3.443 %. Estos datos no implican en todos los casos procesos médicos de cambio de género, pero si señalan una dirección muy clara. Al mismo tiempo nos encontramos que el número de adolescentes con trastornos psicológicos también ha aumentado en el último decenio. Creemos que ambos fenómenos están relacionados.
Gráfico 2. Menores que se auto diagnostican como transgénero en Reino Unido
¿Por qué estos datos? Hay dos hipótesis, una sostiene que esta realidad refleja una mayor conciencia del apoyo disponible para los jóvenes que experimentan dificultades y angustia en torno al desarrollo de su identidad de género, así como para su orientación del deseo, como mantienen los lobbies, así, por ejemplo, Ignacio Paredero, sociólogo, politólogo y secretario de la organización FELGTB (Federación Española de Lesbianas Gais, transexuales y bisexuales) afirma que esta realidad : «Tiene que ver, básicamente, con que la visibilización actual de los menores trans hace que afloren casos que ya existían. Hasta hace muy poco tiempo no se identificaban y no se les reconocía su identidad. Lo que ha pasado es una evolución social: han ido apareciendo más casos que estaban ahí pero que no se trataban. Ahora, al hablar de ellos, están aflorando y se están normalizando, y los propios médicos los están tratando». Es evidente que una mayor «visibilización» y «normalización» de estas realidades contribuye a este aumento, pero ¿En tanta medida?
La otra hipótesis que desde la experiencia clínica parece más plausible nos habla de un conjunto de factores que han generado un humus propicio para este aumento de dificultades en el área de la identidad sexual. En concreto, hay dos factores muy llamativos, uno es la progresiva desestructuración del núcleo familiar, cada vez son más las familias cuyo núcleo se disuelve y la hipótesis que manejamos es que los problemas que el niño/adolescente experimenta dentro del núcleo familiar debido a la desestructuración de este, son el origen del malestar y de las dificultades en el desarrollo psíquico que pueden derivar en dificultades en el desarrollo psicosexual. El otro factor clave, es que, sobre este humus de malestar psíquico, la irrupción masiva de las redes sociales y de los mensajes constantes y continuos que reciben los niños y adolescentes, animándolos a normalizar y experimentar «diferentes expresiones y opciones sexuales». Estas redes sociales se han convertido en la vía esencial de conocimiento de la realidad para una gran cantidad de adolescentes y jóvenes y estas redes sociales modelan la forma en que los jóvenes perciben el mundo.
Recientemente un estudio realizado en España por un grupo de Trabajo Multidisciplinar (Asociación Española de pediatría, 2022) sobre salud mental en la infancia y adolescencia, elaboró un documento en el que se afirma que «a lo largo de los últimos años […]la salud mental de los niños y adolescentes en España se ha deteriorado. […] En la actualidad, los adolescentes presentan más ansiedad, síntomas depresivos, autolesiones y conductas suicidas».
Este aumento de los problemas en los adolescentes coincide con un aumento en el número de matrimonios que se separan o divorcian y de realidades familiares poco estables. Cada vez son más los estudios que revelan las potenciales consecuencias negativas que para los hijos tiene la mala relación entre los padres y la separación de estos. Siguiendo la interesante revisión que realizaron Duarte et. al (2012) o las más reciente de Juwaria et. al (2022) y Çaksen (2022) podemos señalar que los hijos de padres separados tienen más probabilidad de:
• Desarrollar problemas de adaptación
• Mayores tasas de problemas externalizantes (agresión, delincuencia, drogas)
• Mayores tasas de conductas delictivas
• Mayores tasas de depresión y ansiedad
• Inicio más temprano y frecuente en actividades sexuales
• Presentan tasas mayores de embarazo en la adolescencia
• Mayor absentismo escolar
• Peores calificaciones académicas
• Mayores dificultades en procesos de identidad personal durante la adolescencia
Estamos viviendo un momento social alarmante, en el que cerca de un 60 % de los de los adolescentes han tenido que vivir y lidiar con la separación y/ o divorcio de sus padres . Con frecuencia subestimamos los efectos que en el desarrollo del infante tiene la experiencia de divorcio de sus padres. Un niño que pasa por el divorcio de sus padres puede enfrentarse a todas o algunas de las siguientes situaciones, que pueden generan malestar:
1. De manera más o menos evidente, el niño ha asistido al progresivo deterioro de la relación de sus progenitores, en muchos casos este deterioro ha implicado discusiones, conflictos, agresiones y distancias emocionales que son muy duras para el niño. Esto le afecta psicológicamente (Valdés, Cabello, Spencer-Contreras y Cárcamo 2023).
2. Con posterioridad han tenido que lidiar con el momento en el que los padres hacen explícita la decisión de separarse, lo que, con frecuencia, supone un fuerte impacto para los niños, sobre todo cuando los padres no lo hacen bien .
3. Posteriormente el niño ha de lidiar con la disolución de su familia, con la vida repartida entre dos hogares, o con periodos repartidos entre ambos progenitores, lo que requiere de un proceso de adaptación y esfuerzo extra.
4. En muchos casos, los niños han de lidiar con las dificultades que sus progenitores han tenido para continuar con la crianza en solitario, que evidentemente es más difícil que en pareja (Lizarazu & Cracco, 2021).
5. A menudo, si los padres no han sido capaces de transmitir unidad, el niño ha podido sentir la culpa y/o el miedo a que querer a uno de los padres suponga una traición al otro, etc. Incluso el niño, buscando respuestas y responsabilidades, puede distanciarse de uno de los progenitores al que considera «culpable» por lo que ha pasado. Esto tiene un alto precio para el niño.
6. Con frecuencia, las mismas razones que llevaron al divorcio, siguen presentes tras la separación, con lo que el niño ha de seguir lidiando con la incapacidad de su padre, madre o ambos para manejar las dificultades en las relaciones, la comunicación, el compromiso, la responsabilidad o la propia crianza de los hijos
7. Con el tiempo y en muchos casos, han tenido que incorporar, estén preparado o no, a nuevos miembros de la familia (el nuevo novio de mamá, o los hijos de la pareja de papá), lo que no siempre es fácil en la mente del niño (Solsona et. al, 2007).
Evidentemente no todos los niños pasan por todas estas situaciones, se puede transitar por cada una de ellas de la mejor manera posible y además muchos padres son capaces de acompañar eficazmente en este proceso, sin embargo, no podemos engañarnos y pensar que este proceso es idílico, neutro o que no causa problemas en la vida de los infantes. Cada una de estas fases suponen un esfuerzo extra en la vida del niño y cuantas más de estas situaciones descritas tenga que transitar el niño, más dificultades extra ha de afrontar en su desarrollo evolutivo y más probabilidades de experimentar dificultades en el proceso de desarrollo psicosexual.
Es importante destacar que el punto de dolor es el malestar, el conflicto y la desestructuración familiar, no el divorcio en sí. Por ello, esto no quiere decir que los divorcios sean causantes per se de estos problemas, ni que los matrimonios que no se divorcian lo hagan todo bien. Habrá matrimonios que no se disuelven donde los padres no serán capaces de criar bien a sus hijos y matrimonios disueltos que tendrán la capacidad y resiliencia de criar a sus hijos muy bien. Hablamos siempre de cuestiones de probabilidad y lo que la ciencia nos muestra es que los hijos de matrimonios que se han disuelto tienen más probabilidades de experimentar dificultades en su desarrollo psicoevolutivo (Duarte et. al, 2012; Juwaria et. al, 2022; Çaksen, 2022).
Y estas dificultades en el área psíquica acompañan en muchas ocasiones a los adolescentes con dificultades en la identidad sexual. En concreto y con la disforia de género hay evidencia de que la psicopatología y/o las alteraciones en el desarrollo pueden favorecer la disforia de género en adolescentes, de manera especial entre mujeres jóvenes. Un equipo de investigadores trató de describir el perfil de los adolescentes que acudieron a una clínica de identidad de género para adolescentes (Kaltiala-Heino et al., 2015). El estudio contó con la participación de 47 adolescentes y se realizó un análisis de los datos sociodemográficos y los antecedentes de dificultades psíquicas y del desarrollo. Los hallazgos revelaron que el número de (nacidas) chicas era notablemente superior al de varones, 41 frente a 7, y que era muy frecuente que algún tipo de psicopatología severa precediera al inicio de la disforia de género (un 75 % había requerido asistencia psiquiátrica previa no relacionada con la disforia, las más comunes eran depresión 64 %, trastornos de ansiedad 55 %, conductas suicidas o autolíticas 53 % o trastornos psicóticos 13 %). Los hallazgos también mostraron que un número considerable de los solicitantes estaban en el espectro del autismo 26 %, lo que coincide con otros estudios (Pasterski et al. 2014; Holt, Skagerberg & Dunsford, 2016; Aitken et. al, 2016; Glidden et. al, 1016). En las conclusiones los autores señalan que estos hallazgos no se ajustan a la imagen comúnmente aceptada de un menor disfórico de género. Las pautas de tratamiento deben considerar la disforia de género en menores en el contexto de psicopatología grave y dificultades de desarrollo, y en ese contexto no recomiendan los tratamientos hormonales irreversibles.
Pero ¿cómo llega un adolescente con problemas a plantearse cambiar de sexo? Un estudio reciente ha documentado una tendencia creciente entre los adolescentes a autodiagnósticarse como persona transgénero después de visualizar durante mucho tiempo sitios pro-genero en redes sociales como Tumblr, Reddit, YouTube etc. (Littman 2018). En este estudio se analizaron los cuestionarios rellenados por 256 padres de hijos con disforia de género y los hallazgos del estudio sugieren que el contagio social puede ser un factor determinante en la adolescencia, ya que las conductas adolescentes que más se referenciaron fueron: expresar desconfianza hacia las personas no transgénero (22.7 %); dejar de pasar tiempo con amigos no transgénero (25.0 %); aislamiento de sus familias (49.4 %), y confiar en la información sobre la disforia de género solo de fuentes transgénero (46.6 %). Recientes estudios confirman este patrón de comportamiento (Diaz & Bailey, 2023) y diversos análisis críticos sobre esta teoría de la Disforia de género de inicio rápido confirman su potencial validez para explicar un porcentaje significativo de los casos (Leonhardt, et. al 2024)
Por otra parte, a través de amplios estudios epidemiológicos se ha estudiado la prevalencia de trastornos psíquicos en población homosexual, bisexual y heterosexual. Lo cierto es que las revisiones sistemáticas que se han hecho sobre este tema (Skerrett et al., 2015; Plöderl & Tremblay 2015; Pompili et al., 2014; Carman et al., 2012; Chakraborty et al.,2011; Lhomond et al., 2009; King et al., 2008) han revelado que la población LGTBIQ+ tiene mayores tasas de trastornos de salud mental, entre ellos riesgos más elevados de depresión, ansiedad, trastornos neuróticos generales, trastorno obsesivo-compulsivo, trastorno fóbico, trastornos psicóticos, intentos de suicidio o suicidio, sensación de infelicidad y problemas relacionados con consumo de sustancias tanto para hombres como mujeres, siendo especialmente marcado este riesgo para la población bisexual. Los datos son abrumadores, las diferencias amplias y transculturalmente verificadas y la mayor asociación de la homo/bisexualidad con problemas psicológicos y psíquicos indiscutible. De hecho, estas dificultades aparecen pronto en la historia evolutiva de los sujetos LGTBIQ+.
El colegio de pediatras americano recomienda prestar mucha atención a la investigación sobre la asociación causal entre eventos adversos de la infancia (La separación de los padres, abusos sexuales, bulling, etc.) y la disforia de género. Existe una gran cantidad de literatura que documenta una prevalencia significativamente mayor de eventos adversos en la niñez y abuso sexual entre adultos homosexuales en comparación con adultos heterosexuales y la superposición entre la disforia de género en la niñez y la orientación homosexual adulta ha sido ampliamente reconocida (Zucker & Spitzer, 2005). Por ello, habría que investigar si es posible que algunas personas desarrollen disforia de género y luego reclamen una identidad transgénero como resultado de traumas vividos durante la infancia (Roberts et al. 2013).
Si a todo esto le añadimos la crisis que experimentan tanto la masculinidad como la feminidad, podremos entender mejor lo que está sucediendo y también proponer algunas soluciones.
Es importante destacar que la orientación del deseo y la identidad de género son fenómenos complejos en los que interactúan factores biológicos, psicológicos y sociales, por lo que no pueden atribuirse exclusivamente a las experiencias familiares. Sin embargo, no se puede abordar este asunto complejo sin darle el peso oportuno a las experiencias que el infante tiene en su entorno familiar, porque el desarrollo psicosexual infantil es un proceso complejo influenciado por múltiples factores, siendo uno de los más determinantes el entorno familiar. Diversos estudios han señalado que los problemas familiares, especialmente el conflicto en la familia, la ausencia de alguno de los progenitores y/o la separación de los padres, pueden afectar significativamente la identidad de género y la orientación del deseo en los niños (Amato, 2010). La ausencia de una figura parental, el conflicto interparental y la inestabilidad emocional pueden alterar la construcción de la identidad y la internalización de los roles de género.
La teoría psicoanalítica de Freud (1905) sostiene que el desarrollo psicosexual está determinado por la relación del niño con sus figuras parentales. Del mismo modo las teorías del aprendizaje social (Bandura, 1987) y las teorías cognitivas (Kohlberg, 1966, 1972) sostienen la importancia de las figuras parentales en el modelado de las conductas, actitudes y valores propios del sexo masculino o femenino. En este sentido, una separación parental conflictiva podría interrumpir la identificación con modelos de género, afectando la construcción del deseo y generando dificultades en la consolidación de la identidad sexual. Por otro lado, estudios en psicología del desarrollo han indicado que niños que experimentan dinámicas familiares disfuncionales pueden presentar mayor confusión respecto a su identidad de género y orientación sexual (Regnerus, 2012).
En relación con la disforia de género, algunos autores han sugerido que la inestabilidad familiar podría contribuir a una mayor predisposición a cuestionamientos sobre la identidad de género en la infancia y la adolescencia (Zucker, 2018).
El proceso de adquisición de la propia identidad y dentro de ella del rol sexual o de género es un proceso complejo que requiere de diversos factores que han de darse durante la infancia y adolescencia de las personas. Estos factores de desarrollo han de darse en un entorno familiar donde el niño pueda experimentar tranquilidad y estabilidad suficientes.
El niño aprende a desarrollar y expresar de manera adecuada su sexualidad en referencia los adultos que le rodean, en primer lugar, sus padres, con figuras contrapuestas y complementarias de feminidad y de masculinidad. El niño ha de poder vincularse afectivamente con su padre y su madre, que han de proporcionarle un clima de seguridad y afecto en el que el niño, con una confianza básica proporcionada por sus padres, irá configurando su identidad por imitación (quiero ser como mi padre o mi madre) y también por oposición (Si soy chico, no soy chica y viceversa).
Los padres han de brindar al niño un entorno de afecto y estabilidad en el que deberán proporcionar a sus hijos:
• Una sensación de confianza básica en el mundo en las relaciones y en él/ella misma.
• Un apego seguro que permita un adecuado desarrollo de la personalidad.
• Funciones socializantes que le enseñen a manejarse en el mundo, a contener e integrar su respuesta afectiva, a proponer modelos de comportamiento adecuados y a transmitirle valores.
• Modelos masculinos y femeninos sanos y diferenciados que permitan al niño/a identificarse y adquirir su propia identidad sexual en base a su biología masculina o femenina
• Un entorno donde haya una comunicación de calidad y donde se pueda hablar de los problemas, manejar el conflicto, poner y aceptar límites y compartir momentos positivos.
En ese marco el niño podrá desarrollar sin muchos problemas su identidad personal y su rol sexual. Esto no quiere decir que todo haya de ser perfecto y sin problemas, pero sí que el entorno familiar supone el escenario básico donde se puede lidiar con esos problemas.
Lamentablemente en un entorno social donde casi el 60 % de los matrimonios se disuelven, en un entorno social donde hay muchas dificultades para la comunicación familiar, los niños y adolescentes con mucha frecuencia han de enfrentarse a situaciones vitales que les impiden desarrollar apropiadamente su propia personalidad, identidad y su rol sexual. Si a esto le sumamos que en su adolescencia la influencia de las redes sociales les puede hacer vivir como verdad o como solución a su malestar, propuestas que no siempre responden a una verdad antropológica, tenemos la tormenta perfecta para generar confusión con respecto a su orientación del deseo y su identidad de género.
La actual crisis de la masculinidad y de la feminidad hace que sea muy difícil para muchos adolescentes identificarse con su rol sexual, de manera que se hace también urgente definir con fuerza cómo desarrollar en plenitud la masculinidad y la feminidad de manera que cualquier persona pueda sentirse identificada con su naturaleza sexuada en el papel de hombre o de mujer.
Se hace urgente generar espacios de reflexión y cambio para generar una cultura que promueva entornos familiares estables y solidos que permitan a los niños crecer en ambientes afectivos estables que les habiliten para desarrollar todo su potencial.
El desarrollo de una adecuada identidad sexual en la infancia se encuentra profundamente influenciado por la calidad de las interacciones tempranas con figuras parentales, representadas por el padre y la madre. Estas figuras desempeñan un rol crucial en la construcción de una identidad sexual saludable, al proporcionar modelos de comportamiento, afecto y roles de género, que los niños internalizan y adaptan según sus propios procesos de desarrollo.
La identidad sexual no solo comprende el reconocimiento de uno mismo como niño o niña, sino también cómo el niño internaliza las expectativas sociales, culturales y la realidad biológica asociada con su género y varios estudios han demostrado que los niños que crecen con figuras masculinas y femeninas positivas desarrollan una mayor flexibilidad en su comprensión de los roles de género, así como una autoestima más sólida respecto a su propia identidad sexual (Golombok et al., 2003). La ausencia de una figura parental ya sea masculina o femenina, puede ser compensada con otras figuras significativas, aunque requiere un esfuerzo consciente en la calidad de las relaciones establecidas (Palkovitz, 2014).
Parece lógico afirmar que los problemas familiares, en particular el conflicto en la familia y la separación de los padres, pueden influir en el desarrollo psicosexual infantil, afectando la orientación del deseo y la identidad de género. No obstante, es esencial continuar investigando desde una perspectiva interdisciplinaria para comprender mejor estas interacciones y evitar interpretaciones reduccionistas.
En síntesis, la presencia de figuras parentales que representen roles de género balanceados facilita el desarrollo de una identidad sexual adecuada en los niños, siendo importante la calidad de las relaciones afectivas y en la disponibilidad emocional de los cuidadores, quienes actúan como guías fundamentales en este proceso.
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