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Tomasi di Lampedusa

Portada del libro 'Un matrimonio epistolar'

El barbero del rey de Suecia

De noche todos los gatopardos son pardos

La editorial Elba ha tenido un nuevo detalle con todos nosotros. Esta vez, el de publicar Un matrimonio epistolar. Correspondencia entre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y Alessandra Wolff von Stomersee de Caterina Cardona. La traducción está a cargo de José Ramón Monreal. Mi interés es, como mínimo, cuádruple. 1) Me gusta especialmente la literatura epistolar, y ahora que se está perdiendo, me resulta aún más hermosa, si cabe. 2) Soy un firme partidario del matrimonio, con esas sutilezas y fluctuaciones que el apasionado noviazgo desconoce y que el desgarrado desamor ni imagina. Quizá recuerden lo que me gustaron, por ejemplo, las Últimas cartas del requeté 3) Me apasionan las oportunidades de conocer la vida cotidiana –tan misteriosa– de los escritores, y el príncipe de Lampedusa es el autor de El Gatopardo, nada menos. Por último, además 4) la suya es una novela que nunca se termina de desvelar del todo. Así que toda ayuda es poca para comprenderla algo mejor.

Con tan altas expectativas, no les extrañará mi inicial decepción, que querría ahorrarles a ustedes con un aviso. En realidad, este libro no son las cartas del extravagante matrimonio formado por el príncipe siciliano Lampedusa y la baronesa báltica Alessandra Wolff von Stomersee, conocida como Licy. Un matrimonio epistolar es el ensayo o la glosa de Caterina Cardona al hilo de esas cartas. La autora nos ahorra detalles y nos espiga la correspondencia. Trabaja, si se me permite la osadía, de barbera del rey de Suecia. Esta reseña será, pues, un doble apurado: barbero sobre barbera.

Si quisiéramos leer las cartas completas, están recogidas en el volumen titulado con aliteración casi shakespeariana Letters of Love and Loss. En este libro, tras el chasco, Cardona nos termina convenciendo de que su resumen es más que suficiente o mejor. Las cartas mantienen «una especie de conversación al ralentí». A veces, durante meses o años se produce un carteo unilateral o porque el otro cónyuge no contestaba o porque se han perdido sus respuestas. La autora resume así las cartas del noviazgo, que nos ahorra: «Son repetitivas, verbosas, ligeramente tediosas para quien las lee como extraño, que es quizá la forma en que el amor defiende su propia intimidad. Se resienten en el estilo de la lectura de Proust que habían tomado a sorbos juntos precisamente en esos días». La ensayista va subrayando los aspectos más interesantes con mano firme. Y nosotros se lo agradecemos. Destaca el extraordinario «respeto mutuo», que no desfallece nunca en tantos años como el matrimonio estuvo separado geográficamente y con intereses diversos (la literatura, él; el psicoanálisis, ella).

A cambio, nos sitúa muy bien el contexto. La necesidad de ambos de vivir cerca de sus respectivas casas familiares, en Sicilia y en el Báltico, fue la razón primordial de tanta separación. Ambos las pierden casi simultáneamente: «A la destrucción del palacio Lampedusa el 5 de abril de 1943, le siguió aproximadamente un año después la certeza de que el castillo de Stomersee estaba definitivamente perdido». Lampedusa comenta esa pérdida a su mujer: «Y así pienso que dentro de tres o cuatro meses volverás al redil por triste y melancólico que éste pueda ser». Caterina Cardona concuerda: «El hecho de que cada uno haya perdido su hogar da a su matrimonio un carácter más tradicional», aunque Licy siempre contó a sus pacientes que la pérdida de sus tierras en el Báltico «había sido lo más doloroso de su vida».

Atenta hasta a los cambios de caligrafía, Cardona, citando atinadamente extractos, nos deja atisbar el carácter de ambos cónyuges y especialmente el del autor de El Gatopardo. Es un hombre indolente, culto, mimado, muy vinculado a su madre, con pocos amigos, goloso y sedentario. En su vida ordinaria, nada parece indicar al gran novelista póstumo de una sola obra de culto. En su vida ordinaria, el gatopardo era pardo, como suelen ser los grandes escritores fuera de su escritura. Y Lampedusa, que no escribió hasta los últimos meses de su vida, más pardo que otros. En varias ocasiones recuerda Cardona que el motor de su creación –tardía– fue la envidia emulativa del éxito intelectual de sus íntimos primos hermanos. «Y así El Gatopardo, según su autor, fue escrito por una especie de despertar del amor propio respecto a los queridos primos Piccolo de Capo d’Orlando, de repente tocados por la fortuna de la actividad y del éxito: «tenía la certeza matemática de que yo no era más tonto que ellos». Un arranque de orgullo». Cardona también nos deja caer una observación esencial: «Quizá este carteo con la mujer sea muy probablemente el único aprendizaje de Lampedusa antes de escribir El Gatopardo».

Razón que sería más que suficiente para estar muy atentos a este ensayo. Cuando el barbero no señala autor entre corchetes, la cita es de Cardona. Si arranco la frase citando entre corchetes a Licy o a Lampedusa, son ellos los que hablan en sus cartas:

[Lampedusa a sus padres:] Nunca, desde los primeros días de mi infancia, recuerdo haber recibido de vosotros la más mínima negativa.
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«El pecado que no perdonamos es el de hacer», dice don Fabrizio de Sicilia y en esa lúcida amargura está todo Lampedusa.
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[Licy le cuenta un encuentro con dos jerarcas soviéticos a su marido:] No hubo polémica porque me interesaba sobre todo saber el mayor número de cosas posible.
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[Lampedusa, suplicando por más cartas:] Tu Pequeño no espera otra cosa y cada tarde al salir lanzo miradas a la portería de don Totó para ver si hay cartas, miradas que de verlas te derretirían el corazón.
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Una de las cosas que unieron a Giuseppe y a Licy fue desde luego el amor por los perros. […] El hecho de que dominaran tranquilamente cuatro idiomas hace que a Crab los Lampedusa se dirigieran en italiano, a Poppy en alemán, al primer braco en ruso, y así sucesivamente. […] [El amor a los perros] forma parte de una especie de código del «vivir aristocrático».
*
[Licy:] Hablemos ahora de cosas serias, es decir, de perritos. Nuestro Pequeño es maravilloso y te envía, estoy segura, todos sus pensamientos, misteriosos, pero buenos como el pan.
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[Lampedusa:] Sólo te contaré el menú de una cena [en la casa de los primos Piccolo], pero típica: lasaña con jugo de carne, carne picada y «ricota». Vol-au-vents de hojaldre con langosta y huevas de pescado; chuletas empanadas con patatas a la crema; guisantes con jamón; una tarta extraordinaria según la receta de Escoffer: paté hojaldrado, crema muy ligera y cerezas confitadas. Todo un poco caliente. ¡Y todo en las cantidades habituales!
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[Lampedusa, 2 de febrero de 1943:] El campo está lleno de rosas rojas, almendros en flor, narcisos silvestres, y con los árboles cargados de limones es verdaderamente una belleza. Pero a la vuelta de la esquina ocurren cosas atroces, y nos sorprende que este hermoso cielo, tan puro, ¡ni siquiera se digne a nublarse un poco!
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[Lampedusa, tras describir un bombardeo en Palermo:] En fin, una tarde muy lograda para el señor Satanás.
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Licy odia a los soviéticos con todo su ser por ese antisovietismo visceral que hunde sus raíces en un sentimiento tanto nacional como social. Pero al mismo tiempo desprecia totalmente a los nazis por razones no sólo políticas, sino también culturales.
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[Lampedusa:] Me he puesto a releer a Balzac y me doy cuenta de que es un autor que hay que leer pasados los cincuenta. Me gusta infinitamente más que antes.
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[En sus comentarios epistolares sobre Balzac, nota Caterina Cardona:] Se percibe que algo está trabajando por dentro. Esas frases retornan a menudo a propósito de saber escribir una novela.
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