
El filósofo y ensayista alemán de origen surcoreano Byung-Chul Han
El Barbero del Rey de Suecia
Firmísima delicadeza
El reciente galardón Princesa de Asturias al filósofo coreano-alemán Byung-Chul Han (Seúl, 1959) ha despertado más cejas arqueadas que aplausos, y me ha recordado la función de este Barbero del Rey de Suecia. Aquí no venimos tanto a escribir reseñas al modo tradicional, sino a recortarle las suficientes citas a un libro, como dice la leyenda que hacía el barbero que da nombre a esta sección, para que el ocupadísimo lector (cual aquel rey sueco) se haga una idea muy aproximada del libro que puede que no tenga tiempo de leer. Es una función de servicio.
En esta ocasión urge, porque las críticas al flamante premiado olvidan las valiosas iluminaciones de las que está repleta su obra. Se discute legítimamente su peso como filósofo original y sistemático, quizá olvidando que la literatura no se mide al peso, sino al vuelo. Byung-Chul Han nos ha explicado muy bien nuestro tiempo líquido y le debemos algunas certezas sólidas y, por tanto, un agradecimiento.
La publicación de cada nuevo ensayo suyo (y publica muchos) despierta un inmediato interés mundial. El filósofo dispone de un finísimo sismógrafo que detecta los problemas de la actualidad. Se le podría acusar de cierto oportunismo tratando los temas candentes de la postmodernidad, pero eso, que es verdad, sería olvidar que asume una posición crítica, lúcida y con raíces en la filosofía académica (Heidegger), en el realismo (sentido común) y hasta en un catolicismo subyacente. Lo ha dicho en este periódico Sánchez Galera: «Byung-Chul Han es un mentís a la época en que ha crecido y a los referentes que hoy dominan». Y también en El Debate, Yesurún Moreno ha recalcado que «sus conclusiones, bajo la pátina crítico-progresista, son sutilmente reaccionarias».
La forma utilizada sí es muy actual, atractiva para este tiempo de lectores apresurados y perezosos. Escribe con frases concisas, casi aforismos, lo que le termina otorgando una coherente solemnidad. A veces repite ideas, pero no como quien se autoplagia, sino como quien es coherente con su visión concéntrica. Sus aportaciones no nos parecen extraordinariamente originales, pero en parte porque las expresa de una forma convincente con efectos retroactivos.
Defiende con una firmísima delicadeza los rituales, el aroma del tiempo, la profundidad de la contemplación, el trabajo manual, la agricultura, el amor hondo y la lectura en profundidad. Propone una reconquista pausada de la soberanía de la persona. No es mal programa. Recurre a un arma poderosa con frecuencia: la poesía, ya sean citas de haikus o a los grandes poetas románticos alemanes.
Aquí voy a recoger citas de los nueve libros suyos que he leído. Si tuviese que recomendar uno solo, sería Loa a la tierra (Herder, 2021), el más personal, también el más narrativo. Aunque parece un diario a golpe de entusiasmo, novela la evolución del protagonista, que pasa de sentir una difusa necesidad de tener un contacto más estrecho con la naturaleza a través del cuidado de un jardín a enamorarse muy explícita y pasionalmente de cada planta y de la realidad. Por ejemplo, no puede soportar las hojas de las hostas, planta que no arranca —confiesa— por las flores; pero unos meses más tarde, exclama: «¡Qué hermosas son las diferentes hojas de las hostas! En realidad, son más bellas que sus modestísimas flores». Sospecha el lector que su amor crece en espiral y que más tarde dirá lo contrario, pero cada vez más trascendido. Su defensa de la densidad del tiempo se encarna en este libro.
Que es filosófico también, como corresponde a su autor. Recoge todos sus temas: la defensa de la lentitud, el recelo a la tecnología, el amor al rito; pero nimbados por un halo de descubrimiento. Véase: «Pero el medio digital destruye la tierra, esta maravillosa creación de Dios. Amo el orden terreno. Nunca lo abandonaré. Experimento una sensación de profunda fidelidad, de hondo apego a este preciado regalo de Dios. Pienso que la religión no significa otra cosa que esta profunda compenetración que, sin embargo, me hace libre. Ser libre no significa vagar ni estar libre de compromisos. En estos momentos libertad significa para mí pasar el tiempo en el jardín». Cita un poema de Georges Moustaki en donde el amor al jardín da paso al de la propiedad que desemboca en la genealogía: «Una vez [el jardín] estuvo habitado por nuestros abuelos,/ quienes a su vez lo recibieron de sus abuelos». El filósofo termina recontrándose, enternecido, sus orígenes católicos y bebiendo el vino napolitano Lacryma Christi con una profunda reverencia.
Al principio, ordené mis citas preferidas según sus libros de origen, pero el orden creaba confusión y distraía de la labor traviesa del barbero. Dejemos aquí la exenta belleza de sus iluminaciones. Y en cada asterisco, nuestra gratitud.
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Nos acostumbramos a percibir la realidad como fuente de estímulos, de sorpresas. Como cazadores de información, nos volvemos ciegos para las cosas silenciosas, discretas, incluidas las habituales, las menudas o las comunes, que no nos estimulan, pero nos anclan en el ser.
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La pura actividad sólo prolonga lo ya existente.
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La aceleración suprime cualquier entre-tiempo.
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Transparencia y verdad no son idénticas. […] El imperativo de la transparencia hace sospechoso todo lo que no se somete a la visibilidad. En eso consiste su violencia.
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Estamos perdiendo nuestra capacidad de no hacer nada.
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El mundo sufre hoy una fuerte carestía de lo simbólico.
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Quien se entrega a los rituales tiene que olvidarse de sí mismo.
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Donde ya no existe ningún orden superior los rituales desaparecen.
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Íntimo es el superlativo de interior.
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Espero que florezca el año que viene. Esperar es el modo temporal del jardinero. Por eso mi loa a la tierra va dirigida a la tierra venidera.
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Lo bello nos obliga al respeto y al esmero.
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Cuando ya no es posible determinar qué tiene importancia, todo pierde importancia.
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La experiencia de la duración, y no el número de vivencias, hace que una vida sea plena.
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El impulso de la novedad reduce los ciclos de renovación.
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La aceleración remite, al fin y al cabo, a la muerte de Dios.
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Las tres dimensiones de la existencia, traducidas temporalmente son: pasado (consideración), presente (atención) y futuro (intención).
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En la Edad Media el trabajo cobra sentido a partir de la contemplación. El día comienza con rezos y con ellos acaba. […] Si el hombre pierde toda capacidad contemplativa se rebaja a animal laborans.
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La economía basada en el consumo sucumbiría si de pronto la gente empezara a embellecer las cosas, a protegerlas frente a la caducidad, a ayudarlas a lograr una duración.
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La vida activa sigue siendo una fórmula opresora siempre y cuando no integre en sí la vida contemplativa…
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Eros y depresión son opuestos entre sí.
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Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. […] En lugar de hacer a los hombres sumisos, intenta hacerlos dependientes.
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Los éxitos llevan consigo una confirmación del uno por el otro.
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El multitasking es una regresión, no es lo propio del hombre, sino del animal en la jungla […] La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda.
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Imperativo paradójico: sé libre. […] El «tú puedes» incluso ejerce más coacción que el «tú debes».