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Españolismo sin complejosRobert Goodwin

Mi pregunta: ¿cómo es que los españoles sois tan buena gente?

Me ha resultado España un conjunto de paisajes, pueblos, edificios, costumbres, artes y personajes tan peligrosamente entrañable como para haberme seducido repentinamente desde los dieciocho años

Actualizada 08:28

Robert Goodwin en la redacción de El Debate

Robert Goodwin en la redacción de El DebateDaniel Vara

No me comprometo a decir que España sea el mejor país del mundo porque hay 193 naciones en la ONU —más el Estado Vaticano y los palestinos— y no he pisado más que dos docenas de ellas, por lo cual mi conocimiento de los territorios del planisferio y sus habitantes se puede caracterizar por la amplitud de mi ignorancia.

Además, es verdad que por mucho que haya vivido en España, nunca he tenido residencia permanente aquí. Nunca he tenido que luchar con lo más mundano, no he comprado una casa, nunca me he casado, ni me he criado familia. He mantenido mis papeles de guiri.

A lo largo de casi cuarenta años de viajar frecuentemente y a gusto por casi todo el territorio nacional —en autocar, en tren, a pie, en coche, en barco— he ido conociendo lo peregrino, lo remoto, los extremos y lo metropolitano.

Asistía a clases de doctorado de un profesor granadino brillante en la mezquita de Córdoba

He comido embutidos hechos de todo menos carne de cerdo en una tasca judía de Melilla, he visitado la cueva del Santo Custodio en la Sierra Sur, he visto un encierro en Ejea de los Caballeros y a Cristina Sánchez torear en Hellín.

Asistía a clases de doctorado de un profesor granadino brillante en la mezquita de Córdoba. He contemplado las obras de Velázquez y Goya en el Prado y la Sagrada Familia de Barcelona en distintas fases de su construcción.

Me ha resultado España un conjunto de paisajes, pueblos, edificios, costumbres, artes y personajes tan peligrosamente entrañable como para haberme seducido repentinamente desde los dieciocho años.

Esa españolísima generosidad de espíritu es tan habitual y abundante que uno se acostumbra y a consecuencia se indigna las pocas veces que os falla

Y el fundamento de aquella extraordinaria experiencia personal habéis sido los españoles —porque España está hecha a la medida de sus habitantes—, forjada por un pueblo único en vuestro afán no sólo a disfrutar de lo cotidiano y lo más insólito, sino también en la avidez por conseguir el regocijo y deleite de personas ajenas.

Y aunque no todo el monte haya sido orégano —sería un abuso no reconocerlo— esa españolísima generosidad de espíritu es tan habitual y abundante que uno se acostumbra y a consecuencia se indigna las pocas veces que os falla.

Entonces, ‘desocupados’ lectores, antes de contar algunas de mis andanzas ibéricas, os pido el favor de opinar [abajo en los comentarios] sobre a una cuestión fundamental para entender España.

Sin lugar a dudas uno de los grandes placeres de la vida moderna tiene que ser viajar por la España profunda

A este misterio la he dado mil vueltas en compañía de grandes hispanistas, amigos, y a solas caminando por las colinas y collados de mi contorno habitual en el Norte de Inglaterra (y perdiéndome por los cerros de Úbeda más que una vez).

La pregunta que me sigue dejando perplejo después de las décadas es: ¿Cómo es que sois los españoles tan buena gente? ¿Por qué?

Sin detenerme más, emprendo el camino de mi disquisición:

¿Sin lugar a dudas uno de los grandes placeres de la vida moderna tiene que ser viajar por la España profunda? Las estanterías de las librerías revelan una inquietud por aquellas tierras ‘vacías’ que intranquilizó a Antonio Machado en Campos de Soria y que preocupaba tanto a Campomanes y Olavide, que convencieron a Carlos III sembrar en el siglo XVIII colonias de foráneos de habla francesa y alemán en la Sierra Morena, un terreno ya suficientemente vacío desde hacía siglos como para haber inducido a Cervantes refugiar a don Quijote allí.

Yo tenía recuerdos vagos y nublados de visitar La Carolina hace un cuarto de siglo y de haber comido con la asociación gastronómica de los Nobles Caballeros del Orden de la Cuchara de Palo, un ejemplo perfecto de la gravitas con que la gente invierte en la bondad humana y la participación individual en lo colectivo, especialmente a la hora de comer.

Hace poco volví a las colonias carolinas con un amigo del suroeste de los EE.UU. con intención de orientarme un poco en la historia de esta curiosa colonización al revés en pleno corazón de la misma patria imperial por parte del más ilustre Borbón de la ilustración.

Llegamos por la tarde al arquitectónicamente encantador hotel La Perdiz, construido a finales de los años 60, en un estilo muy típico del suroeste de los EE.UU., poco usual en la España rural.

Es una escuela de arquitectura de principios del siglo pasado que invocaba las construcciones de la época en que medio Norteamérica estaba indicado en la cartografía europea como terrenos reinados por Carlos III.

El gran hispanista Richard Kagan —con quien había comido una lubina impresionante ése mismo día en O Caldiño de la calle Lagasca— la sitúa como eje importante de una amplia moda cultural que denomina the Spanish Craze, ‘El loco vogue por lo español’, en su libro editado aquí como El embrujo de España (Ambos Mundos).

Para el viajero el hotel Perdiz es así una especie de alférez que anuncia la forma colonial rectilínea de La Carolina y los demás pueblos y aldeas de las Nuevas Colonias.

Francamente, podríamos haber estado en las tierras patrias de mi amigo americano. Hubimos de reconocer que estábamos en la España del siglo XXI al conocer el moderno gastro-restaurante El Arco en frente de los dos torreones algo inclinados que guardan la entrada a la antigua traza del pueblo y del más clásico mesón Imperial Manolete. Son dos interpretaciones de la comida de la zona, una proporciona la buena cocina de toda la vida, la otra una reinterpretación hecha con arte y inteligencia.

En el museo, el director nos recibió con un entusiasmo y afabilidad que no puedo ni imaginar en una institución comparable en mi país o incluso en EE.UU. sin cita previa y algún enchufe.

Nos atendió más de una hora ofreciéndonos una explicación detallada y comentada de la historia de las colonias y sus habitantes. El mismo orgullo por la patria chica nos había demostrado el camarero al desayunar en la barra del Perdiz.

Durante su faena mañanera rebotando entre la cafetera, la tostadora, la caja, y los clientes, iba recitando poco a poco todos los apellidos franceses y alemanes ya españolizados de sus paisanos, descendientes de los colonos originales.

Dormir en un edificio emblemático, cenar, desayunar, y comer bien, sumergirse en la historia de un conjunto urbano hermoso y prácticamente desconocido, pasar unos ratos agradables e interesantes con gente desconocida... ¡Olé, España!

Y acabo dejando mi pregunta: ¿Cómo es que los españoles sois tan buena gente?

  • Robert Goodwin es autor de España Centro del Mundo 1519-1683 (Esfera de los Libros), Crossing the Continent 1527-1540, A Taste of Spain, y América: the Epic Story of Spanish North America, 1493-1898, pronto en castellano en Edaf.
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