
Imagen de archivo del filósofo Ludwig Wittgenstein
El filósofo que se convirtió en uno de los peores profesores de la historia
Los alumnos de un pequeño colegio austriaco sufrieron las iras del pensador que creía haber resuelto todos los problemas del saber
En 1921, con tan solo 32 años y como veterano de la Primera Guerra Mundial, Ludwig Wittgenstein publicó su Tractatus logico-philosophicus y aseguró haber puesto punto y final a todos los problemas de la filosofía. En esta obra, que no llega a las 100 páginas, el pensador pone el foco en el lenguaje y en su relación directa con la realidad.
El Tractatus de Wittgenstein, que el propio autor revisó y criticó más adelante, sentó las bases de corrientes clave en el siglo XX: la filosofía analítica y el atomismo lógico. Para el filósofo «el mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas» y, al mismo tiempo «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo».
Aunque breve, la obra de Wittgenstein no cumple con la norma de cortesía que Ortega y Gasset pedía a los filósofos, la claridad. No era en el único terreno en el que la cortesía del austriaco parecía flaquear.
De Cambridge a una escuela rural
La vida de Wittgenstein en la convulsa primera mitad del siglo XX es absolutamente novelesca: compartió colegio con Adolf Hitler, comenzó la carrera de Ingeniería para acabar estudiando en Cambridge bajo la tutela de otro gigante de la época como Bertrand Russell, combatió en la Primera Guerra Mundial, fue benefactor del poeta Rainer Maria Rilke, se aisló en Noruega y, tras escribir su Tractacus, decidió comenzar de nuevo como maestro de escuela en un pequeño pueblo de Austria.
Como ya hemos dicho, el filósofo nacido en Viena no destacaba por tener un carácter afable, más bien todo lo contrario. Con un espíritu así, la tarea de educar y formar a niños y jóvenes puede convertirse en una experiencia traumática tanto para el alumno como para el maestro. En este caso, así lo fue.
Cuenta Ray Monk en su biografía del pensador que este llegó a Trattenbach, un pueblo pobre en las montañas de la Baja Austria, con la intención idealizada de mejorar «internamente» a sus alumnos gracias al estudio de las matemáticas, la lectura de los clásicos y las enseñanzas de la Biblia. Sin embargo, sus pretensiones se dieron de bruces contra la dura realidad de un grupo de chavales que no cumplían con sus expectativas.
Mientras que su entusiasmo motivaba a los primeros de la clase, otros encontraron en Wittgenstein a un «tirano» que impartía clases de matemáticas muy por encima del nivel exigido para su edad y con métodos extremadamente estrictos. El libro de Monk recoge el testimonio de algunos de estos alumnos en los que hablan de como el filósofo repartía «cachetes» o «tirones de pelo» si alguno se equivocaba con las operaciones.
Los métodos del «excéntrico extranjero» pronto provocaron suspicacias entre sus vecinos. Entendían que un joven revoltoso recibiera un pescozón por su mala actitud, pero llevarse un golpe por no ser suficientemente bueno en Álgebra era algo nuevo para ellos y poco aceptado. El entusiasmo inicial se convirtió en disgusto y acabó por abandonar la escuela para centrarse en el proceso de edición de su Tractatus logico-philosophicus.
Pese a la mala experiencia, nuestro protagonista probó fortuna en otro pueblo cercano. En Puchberg se encontró con más de lo mismo y no dudo en despreciar a sus habitantes, a los que llegó a tildar de «abominables gusanos». Sus métodos pedagógicos tampoco gustaron allí y tiempo después se marchó a dar clase a Otterthal, la última parada de un viaje complicado y que terminó con un alumno desplomado después de que su profesor le golpease varias veces en la cabeza. Fue la gota que colmó el vaso.
Arrepentimiento literario
La fama creciente de Wittgenstein como filósofo provocó que sus excesos de violencia como profesor tomasen un nuevo matiz y pesasen en su conciencia. Tanto es así que el propio pensador visitó a varios de sus antiguos alumnos para disculparse con ellos. Algunos tuvieron misericordia, pero otros optaron por no reconciliarse con aquel que «les había tirado de las orejas hasta hacerlos sangrar», como cuenta Ray Monk.
Este arrepentimiento del filósofo ha sido recogido en la literatura. Paul Auster comenta la anécdota en su novela Brooklyn Follies. También Marcos Hermosel reescribe este viaje del austriaco de vuelta a las montañas en su colección de relatos titulada El deshacedor de nudos.
Un filósofo reincidente
Como ya hemos comentado, las malas formas de Wittgenstein se dejaron notar en otros momentos de su vida. Famosa y conocida es la tensa conversación que mantuvo con otro de los grandes filósofos de su época, Karl Popper.
Apenas fueron 10 minutos de charla, pero también sirvieron para que corriesen ríos de tinta. Según se ha contado, la situación llegó a ponerse verdaderamente violenta cuando el protagonista de nuestro artículo llegó a blandir el azuzador de una chimenea contra su adversario.