
Casandra, la princesa de Troya
La maldición de Casandra y la lucha contra los bulos
La hija de rey de Troya es una de las grandes figuras de la mitología griega y su nombre sigue siendo sinónimo de advertencias sin atender
Se ha representado estos días en el Teatro de La Abadía de Madrid una nueva adaptación de la Orestíada. La trilogía de Esquilo narra la tragedia de Agamenón y su familia envuelta en un ciclo de venganzas entre padres e hijos. Como no podía ser de otra manera, esta versión de Karina Garantivá no se olvida de Casandra, la princesa de Troya capaz de profetizar el futuro, pero condenada a no ser escuchada.
El propio Homero nos presenta en la Ilíada a la hija de Príamo recibiendo en primer lugar el cuerpo sin vida de su hermano Héctor. Ella, al igual que el adivino Laocoonte, advirtieron a los troyanos de la desgracia que caería sobre la ciudad si dejaban pasar el famoso caballo de madera regalado por los griegos. Ninguno fue escuchado y la guerra acabó esa misma noche.
El drama de Casandra supo ser explotado con maestría por los grandes dramaturgos griegos. Varias son las tragedias que han llegado hasta nuestros días y que ahondan en su desdichado destino. En Las troyanas, Eurípides narra como la hija del rey fue vejada por Ayax dentro de un templo de Atenea. No solo eso, si Apolo la había maldecido por querer guardar su virginidad pero la había concedido «vivir sin marido», Agamenón la tomo para sí como botín de guerra y con la intención de que «lo acompañará en su lecho».
En esa misma tragedia nuestra protagonista llega a profetizar contra el famoso Ulises, al que augura «diez años de penalidades» antes de regresar a su hogar. La Odisea narra ese viaje y en ese texto homérico se nos informa del final de Casandra a manos de Clitemnestra, la mujer de Agamenón, el rey aqueo que narra al de Ítaca como su esposa acabó también con su vida.
Es precisamente ese doble asesinato el que centra la primera de las tres obras escritas por Esquilo sobre el sangriento regreso del rey de Micenas a su hogar. En Agamenón, la apertura de la Orestíada, la propia Casandra advierte al coro de los ancianos del funesto final que le espera al vencedor de la guerra de Troya: su mujer y el amante de esta lo asesinarán en la bañera en un crimen con el que se venga el sacrificio previo de la hija de ambos para obtener buenos vientos en su camino para reparar la afrenta de Helena. Tampoco fue escuchada y ella misma encontrará la muerte.
Casandra, propagadora de bulos
Como se suele decir, el valor de las grandes figuras de la literatura está en su capacidad de seguir interpelando al lector o espectador a pesar del paso de los siglos. Casandra es todavía un nombre asociado a aquellas personas que muestran cierto grado de lucidez a la hora de prever situaciones futuras, pero cuya voz no se tiene en cuenta. Tanto es así que puede convertirse en un complejo psicológico.
La revisión de la Orestíada interpretada en La Abadía ha puesto el foco en la idea de justicia o de venganza que destila el texto original. Tras el asesinato de Agamenón será el propio hijo de este y Clitemnestra quien organice junto a su hermana Electra un matricidio del que será exculpado por la propia diosa Atenea al considerar que no actuaba como hijo sino como vengador al matar a su madre.
Sin duda, Casandra se presta a muchas otras interpretaciones. Una de ellas podría traer a la princesa troyana a nuestros días para verse convertida en una «propagadora de bulos». Sin ir más lejos, hace una semana que vivimos el gran apagón de España. Con el paso de los días se han rescatado todas aquellas voces que, de una forma u otra, advirtieron de que una circunstancia así podía ocurrir.
Del mismo modo se han recuperado todas esas intervenciones públicas que tildaban de «desinformación», «bulo» o «conspiranoicos» a aquellos que señalaban el problema. La maldición de Casandra en el siglo XXI. Esa relectura del mito que aquí se propone podría terminar con un troyano abriendo la trampilla del caballo griego antes de acusar a la sacerdotisa de mentirosa. O con algún periodista preguntando dos veces antes de señalar las voces disonantes.