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Eloy Sánchez Rosillo

Eloy Sánchez RosilloJuan Ballester

El barbero del Rey de Suecia

El misterio de todo

Hasta ahora, Sánchez Rosillo había dibujado un claro movimiento doble en su poesía

Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) es uno de los poetas esenciales de la poesía española contemporánea desde hace cinco décadas y sigue creciendo. Su último libro, Venir desde tan lejos (Tusquets, 2025) lo atestigua y consolida. Son poemas estupendos, como era de esperar, pero, además, conforman un libro importante.

Hasta ahora, Sánchez Rosillo había dibujado un claro movimiento doble en su poesía. Sus primeros libros fueron elegíacos, lamentando el paso acelerado del tiempo y dejándose impregnar por una demorada melancolía. Sobre todo, a partir de La certeza (2005) da un giro celebratorio, cada vez más alto y luminoso.

Nunca hubo contradicción entre ambas etapas, sino cambio de perspectiva. En la primera, escribía elegías, sí, pero como himnos que llegaban con retraso. Si lamentaba la pérdida de la vida o el paso implacable del tiempo o de una muchacha hermosa (son lo mismo) era porque la vida, el tiempo y, sobre todo, la muchacha merecían una celebración más demorada de lo que permitía nuestra fugaz condición. Cuando empieza a celebrarlo, sus himnos son elegías que no pierden el tiempo escaso en lamentar lo que todavía pueden maravillosamente cantar. Para recalcar esa unidad de fondo, su obra formalmente es fiel a sí misma. En ambas etapas se caracteriza por la claridad, la hondura y la exaltación de lo cotidiano.

Con este libro da un inesperado paso adelante. Escapa del sistema binario y hace una síntesis. Se difuminan las diferencias, demostrando la coherencia de fondo que siempre sostuvo todo. Recupera las elegías, más auténticas si cabe porque más necesarias. «Miro cuando amanece / la limpia luz que cae sobre las cosas. / Y en la noche cerrada, si hay silencio, / escucho el murmurar de las estrellas». Se entiende todo porque todo es misterio, y en esa paradoja se resuelven las contradicciones y mana una música que no hace diferencias: «Es una herida extraña, que duele y da consuelo. / De un signo u otro, de ella brota el canto». La nada, incluso, ya le vale, a pesar de que Eloy Sánchez Rosillo ha sido un gran antinihilista. Le ha cogido las espaldas al vacío: «Y adviertes que de súbito has pasado / del negro al blanco y de la nada al todo».

La muerte hace su aparición en este libro con una naturalidad libre de todo patetismo. Cabe hasta una elegía de Antología Palatina: «El que murió, al principio, no se va, se aproxima. / Y después se irá yendo despacio para siempre. / No hay muerto que no muera. Paso a paso camina / entre olvidos y sombras hasta que al fin se pierde». Pero es una muerte que admite una contemplación más allá de la muerte, una pervivencia, una épica implícita: «Así, entre tanta luz, me iré adentrando/ confiando y conforme en la enigmática sombra».

También la poesía amorosa conoce otro giro más: «Tantos años contigo / hacen que uno confíe en el vivir. / Al menos ha existido esta verdad. / Nadie podrá negarla, / ni siquiera tú y yo en las malas horas. / Y si algo así ha ocurrido, alto tan limpio y cierto en que apoyarse / sin asomo de duda, / es posible acatar el mundo nuestro, / amarlo y comprenderlo tal cual es, / con sus misterios y sus desamparos».

No nos sorprende una confesión inesperada del libro: «Nada puede afirmarse con certeza absoluta. / Y sin embargo intuyo que el libro que ahora escribo / habrá de ser el último que yo alcance a decir». Siente el lector que sí, que, aunque escriba nuevos poemas, serán adendas muy felices a este libro, que ha alcanzado ya una cumbre muy difícil de superar de equilibrio y madurez.

Como no podía ser de otra forma, la nueva etapa tiene un reflejo estilístico. Encontramos ahora prosaísmos minuciosamente integrados en un perfecto descuido poético: «Así es la vida. / Luego siguió lloviendo a buen llover». O cuando tras comentar que dicen que los vencejos duermen en el aire, concluye: «Puede ser / pero habría que verlo». Los finales anticlimáticos alcanzan un clímax. O el benevolente reírse de sí mismo con nosotros cuando guiña el ojo e incluye en un poema sobre la belleza cósmica a las de las muchachas, que no pueden ni deben faltar. Hay una constante sabiduría técnica.

Claramente, Eloy Sánchez Rosillo ha llegado aquí desde tan lejos. Y nos ha traído con él.

No sé por qué me acuerdo de esto ahora,
cuando tanto he olvidado.
*
Te enamoras de todo lo que adviertes,
y, en especial, con mucha perdición,
de las muchachas y del aire hermoso
que mueven cuando pasan.
*
La realidad se oculta más allá.
*
Ocioso en apariencia, pero atento.
*
Tiempo habrá de dormir, pienso. Y los ojos
se me llenan de luna.
*
[Soledad] Sin ella lo real desaparece.
*
Pero la luz que digo ocurrió para siempre.
*
Toda revelación es fortuita.

No depende de nadie ni de nada
el que de pronto veas en un campo de trigo,
en el amor o en el desdén de alguien,
en la rosa marchita de un papel arrugado,
el relámpago que hace comprender
—sentir sin desvelarlo— el misterio de todo.
*
Oír en mí, y haber oído siempre
lo que ocurre una noche de la infancia.
*
A nadie has de dar cuentas, si no es
a tanta realidad desasistida,
que precisa de ti para salvarse…
*
He vivido ya mucho y no doy crédito.
*
[Seis o siete luciérnagas vistas cuando el poeta era niño] Nunca más las he visto, pero aún sigo mirándolas.
*
Cuánto daño nos traen
los males ilusorios del futuro.
*
[Los vencejos] No chocan entre sí de pura suerte
o, más bien, de purísimo milagro.
Trazan con precisión
arcos de crecería repentinos
en los que se sostiene
la bóveda del cielo.
*
Qué mayor extensión que un solo instante.
Alza los ojos, mira las estrellas:
dentro de ti palpitan.
*
Si respiras la vida hay que cantar.
*
Qué será de quién soy si no me asiste el canto.
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