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San Agustín en una pintura de El Greco y el Papa León XIV

San Agustín en una pintura de El Greco y el Papa León XIVGTRES

Claves para entender a san Agustín, el filósofo que marcará el nuevo pontificado

León XIV no ha dejado de citar al obispo de Hipona en ninguna de sus primeras homilías como Papa

La vida espiritual y teológica del nuevo sucesor de Pedro está marcada por la de san Agustín. El cardenal Prevost pertenece desde que tenía 22 años a los Agustinos, orden de la que llegó a ser prior general, y la huella del que fuera obispo de Hipona ya se ha dejado notar en sus primeras intervenciones como León XIV.

La figura de san Agustín es fundamental para comprender el desarrollo filosófico y teológico en los primeros siglos del cristianismo. Nacido en pleno desmoronamiento del Imperio Romano, la trayectoria vital e intelectual del autor de las Confesiones tuvo como principal objetivo la búsqueda de la Verdad y con ella a Aquel que podía saciar esa sed. Los discursos y homilías del nuevo Papa están plagadas de referencias a este Padre de la Iglesia y todo hace indicar que su Pontificado no lo perderá de vista en ningún momento.

En el santo de Hipona la línea entre catequesis, filosofía y teología se desdibuja, pero comprender las claves de su pensamiento puede ser útil para seguir de cerca la labor de León XIV como guía de la barca de san Pedro.

Creer para entender

A san Agustín debemos el famoso «credo ut intelligam» («creo para entender») que sentará las bases de la relación entre ciencia y fe dentro de la Iglesia que influirá sobremanera en filósofos como santo Tomás de Aquino. El camino en busca de la verdad nace en el interior del hombre y solo es posible gracias a la luz del propio Dios. Esa iluminación permite descubrir, en última instancia, la huella del Creador en el alma humana en forma de verdades eternas y universales.

Amor y gracia

Al igual que ocurre con el resto de verdades, las leyes eternas de la moralidad están impresas en el alma, pero el pecado original impide al hombre conocerlas y lo alejan de la felicidad absoluta que solo puede encontrarse en Dios. Por ese motivo, como explicaba León XIV citando al santo en su visita a la basílica de san Pablo Extramuros en Roma, es necesario algo más: «¿Qué vamos a elegir, a no ser que antes seamos elegidos nosotros? De hecho, no amamos si antes no somos amados».

Para san Agustín solo la gracia divina permite superar su ignorancia y concupiscencia y emprender, voluntariamente, el camino de la salvación. Así lo exponía el papa en esa misma homilía: «La salvación no aparece por encanto, sino por un misterio de gracia y de fe, del amor de Dios que nos precede, y de la adhesión confiada y libre por parte del hombre».

No basta con ese impulso de la gracia, el hombre libremente tiene que mover su voluntad hacia Dios y amarlo. «¡Esta es la hora del amor!», clamaba León XIV en la misa con la que iniciaba su ministerio petrino. Es tal la importancia que san Agustín le da al amor que a él se le atribuye una frase que, pronunciada o no por él, resume a la perfección su planteamiento: «Ama y haz lo que quieras».

El libre albedrío

Como ya explicamos en otro artículo, san Agustín quiso buscar una solución a la paradoja de Epicuro que concentra el problema del mal y la complicada relación entre la existencia de un Dios todopoderoso y bueno y la del propio mal en el mundo. En primer lugar, el filósofo responde aduciendo que, estrictamente hablando, el mal no existe. Lo que nosotros llamamos mal tan solo es «ausencia de bien» y por lo tanto «no es».

Siguiendo con la argumentación, hay mal porque lo creado es finito y mutable y no tiene el «ser» en un grado absoluto. Para explicar la maldad moral san Agustín se aferrará a un bien mucho mayor otorgado por Dios a los hombres: el libre albedrio. Por lo tanto, muchos de los actos malvados de este mundo son el resultado del mal uso que se hace de este don. De nuevo, la gracia y la acción previa del Creador se hacen necesarias para inclinar la balanza hacia lo bueno pese a la tendencia contraria derivada de la falta cometida por Adán.

Las dos ciudades

Más allá de los católicos, el mundo mira con atención al Vaticano a la espera de los primeros movimientos «políticos» del nuevo Papa. En esta materia, León XIV también tiene tablas agustinas a las que aferrarse. El obispo de Hipona elaboró una importantísima teoría sobre la relación entre el poder civil y el de la Iglesia que todavía hoy trazan una línea clara respecto a la relación con el Estado.

Adelantándose varios siglos a la dialéctica hegeliana o marxista, san Agustín analizó en La ciudad de Dios el devenir de la historia como la lucha entre dos ciudades: la de Dios y la del Mundo. Aunque estos reinos no corresponden con estructuras concretas, en la segunda de ellas encontramos a los hombres que anteponen sus ambiciones a la caridad.

En su discurso al cuerpo diplomático, el nuevo Papa puso sobre la mesa tres palabras fundamentales que deben guiar la acción política: paz, justicia y verdad. Tal y como pretendía san Agustín, la intención de León XIV es impregnar de principios cristianos al Estado y la política, algo que no es ajeno a Dios porque, como ya enseñaba san Pablo, toda potestad viene dada por la divinidad. Así, como concluía Enrique García-Máiquez en una reciente columna publicada en El Debate, el nuevo pontífice «no se va a adaptar al mundo, va a proponer otra ciudad (la de Dios) a la del mundo».

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