Ciudad de Dios
Todo indica que el nuevo Papa está dispuesto a dejarse ver en el concierto político. Se llama León y no cordero y viene a hacer honor a su nombre y al latín: 'nomen omen'
La separación de poderes del barón de Montesquieu es metadona, en el mejor de los casos, cuando no un placebo. La verdadera separación de poderes son las dos espadas de la Cristiandad: el Imperio y la Iglesia. Y sólo esa tensión entre la potestad política y la autoridad moral salvaguarda la dignidad del hombre y el realismo político por ambos cabos, el pío de la unidad y la soberanía subsidiaria de naciones, familias y conciencias. No digo yo que haya que rematar a Montesquieu, ensañándose, que ya bastante guerra le han dado Guerra y sus sucesores, pero sí asumir que también necesitamos la separación auténtica. Giorgia Meloni, en su carta oficial de bienvenida a León XIV, lo ha expresado muy bien: «Los italianos le mirarán como guía y punto de referencia, reconociendo en el Papa y en la Iglesia la autoridad espiritual y moral».
Todo indica que el nuevo Papa está dispuesto a dejarse ver en el concierto político. Se llama León y no cordero y viene a hacer honor a su nombre y al latín: nomen omen. Pocos actos tan libres del nuevo Papa como escogerse un nombre dentro de la infinidad que hay disponibles, y ha escogido éste, tan antiguo y tan nuevo. Si hay un denominador común en todos los Leones de la Iglesia es que han intervenido en la vida comunitaria de una manera contundente, defendiendo el derecho de Dios. Ha dicho que es por León XIII y su inquietud social «entre otras razones». Nos invita, pues, a que sopesemos todas las razones. Muchos han hecho ya el repaso de todos los Leones, así que no insistiré en recordar su relación con el imperio y a favor de la sociedad; pero es asombrosa.
El nuevo Santo Padre es fiel, con esto, a su condición de agustino. San Agustín es el autor de Las confesiones, ese monumento biográfico a la intimidad del alma y al amor, y el autor de La Ciudad de Dios, donde se establece la relación dialéctica entre las dos ciudades, una fundada en el amor de sí y otra fundada en el amor a Dios. El nuevo Papa guarda también este libro en el fondo de su corazón.
León XIV ha lamentado durante su primera misa como Papa que «en la actualidad, son muchos los contextos en los que la fe cristiana se considera un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes»; y que para los demás «se prefieren otras seguridades distintas a la que la fe propone, como la tecnología, el dinero, el éxito, el poder o el placer». Su Santidad no se deja ni un rival de la fe de nuestro tiempo fuera y hace un llamamiento directo a vivir el catolicismo con fuerza y mucha inteligencia. Hay timbres de desafío. Desafío pacífico, sí, y profundo. La Iglesia no es una ONG que recoge a los descartados del sistema. Los acoge, por supuesto, porque lo hace a todos y a ellos primero; pero se yergue como un gran faro de autoridad cuya luz se ofrece a 360º.
Que sea norteamericano facilitará esta dimensión, porque hablará, además, la misma lengua del Imperio y sorteará con naturalidad la tentación de la etiqueta del exotismo.
Se venía hablando muchísimo de la superación del eje izquierda-derecha que inauguró la Revolución Francesa. Yo, que soy de derechas, las cosas como son, he visto siempre con escepticismo esa supuesta superación, pero ahora sí está más cerca. El voto obrero a Trump ya lo subvertía tanto como los postulados elitistas de la izquierda caviar. León XIV, un Papa a la vez misionero y norteamericano, que señala a la Doctrina Social como alternativa y que asume en su nombre toda la historia de la Iglesia desde el siglo V, va a impulsar el salto definitivo a otro marco político con más raíces y, por tanto, con más porvenir. No se va a adaptar al mundo, va a proponer otra ciudad (la de Dios) a la del mundo.