¿Se atreverá Sánchez a cancelar a los rusos?
El presidente apunta a la cancelación de artistas israelíes y se refiere a los rusos, sin aclarar nada, mientras «Macbeth» se vislumbra en el incidente de los Macron y Cannes fomenta el decoro
Fotomontaje de Pedro Sánchez y Vladimir Putin
En su reciente llamado a la movilización de «la cultura» para unirse en la cancelación de los discrepantes con las ocurrencias de su gobierno (en eso consiste básicamente el mensaje, despojado de retórica), el presidente Sánchez se acordó de Rusia.
Para promover el aislamiento de Israel, mientras alentaba la exclusión de sus artistas de los eventos internacionales, de modo indirecto, recordó, aunque sin aportar él ejemplos concretos, que la comunidad de naciones libres había aplicado un similar bloqueo a los representantes de la cultura rusa, como represalia, desde el inicio de la guerra de Ucrania.
Al respecto, resulta oportuno recordar que España no se sumó a ese boicot, al menos, no con la misma contundencia que, en su día, se aplicó durante el mandato del demócrata Joe Biden en EE. UU., y casi de la misma manera en Alemania y Gran Bretaña.
Bastará referirse aquí a dos de las muestras quizá más relevantes. La gran diva actual de la ópera, la soprano rusa Anna Netrebko, entusiasta partidaria de la anexión de Crimea y próxima al círculo de Putin, hoy en día no participa, por decisión de los principales teatros, en ninguna de las grandes temporadas líricas norteamericanas.
La otrora reina del Metropolitan de Nueva York no ha vuelto a pisar ese relevante escenario, ni siquiera desde que subió a sus redes un par de comentarios en los que condenaba esta y todas las guerras, pero sin hacer ninguna mención específica negativa sobre su otrora patrocinador, Vladimir Putin, como se le había reclamado con vehemencia, para distanciarse de él.
Mientras Nueva York se mantenía firme en su negativa, otros se aprovechaban. En esos días, Anna Netrebko actuó varias veces en el Teatro Real madrileño, cercado por algunos voluntariosos manifestantes en favor de Ucrania que, entonces, desplegaron pancartas y corearon consignas contrarias a la intérprete y al régimen de Putin alrededor del coliseo de la Plaza de Oriente. Las protestas pasaron bastante desapercibidas, aunque algunos medios (este, por ejemplo) las reflejasen.
Sucedió mucho antes de que Sánchez reclamara, para los representantes culturales de Israel, el mismo bloqueo que otros países le aplicaron antes a Rusia. Así que veremos qué es lo que ocurre a partir de ahora.
Como para el próximo 9 de julio está prevista una nueva actuación de Anna Netrebko en España, en un hotel de Las Palmas, en absoluta coherencia con la postura del presidente socialista, la comunidad ucraniana residente en este país acaba de reclamar que se suspenda esa actuación. No ha habido respuesta oficial.
Todavía más espinoso resulta, quizá, el caso del director de orquesta Valeri Gergiev, mentor de la propia Netrebko (con ella actuó la primera vez que la cantante pisó el escenario del Teatro Real, allá por el 2000), convertido en una suerte de embajador cultural de Rusia, ya desde antes, aunque mayormente en tiempos de Putin, con el que mantiene una estrecha amistad.
Gergiev no es persona sujeta a hipocresías ni dobleces. Cree en la causa y actúa, a su manera, como el Kremlin aguarda de un verdadero patriota. Cuando su amigo y mecenas, el difunto financiero Alberto Vilar, gran filántropo de la ópera en todo el mundo (también del Liceo de Barcelona), resultó condenado por fraude fiscal, el maestro ruso fue el único, entre los múltiples artistas y directores de teatros beneficiados por su generosidad, que lo visitó en la cárcel.
Quienes alguna vez hemos hablado con este músico, conocíamos ya de la absoluta fidelidad y rendida admiración que Gergiev le profesa a Putin, más allá de su decidido compromiso artístico, también en lo político: cree (o así lo hacía ver hace unos años) que representa al único líder de su país capaz de devolverle buena parte de su pasado esplendor imperial.
Cuando se perpetró la invasión de Ucrania, a Gergiev lo expulsaron de todos sus cargos y compromisos fuera de Rusia, como la dirección de la Filarmónica de Múnich. Su postura era bien conocida y nunca ha variado. Jamás dirigiría una sola palabra contra el mandatario.
Su obediencia, además, ha obtenido recompensa: a la titularidad del teatro Marinski de San Petersburgo, el de mayor prestigio, Putin le entregó, en plena crisis bélica, la del Bolshoi moscovita. Desde entonces, Gergiev, reconocido en su momento como una de las mejores batutas del mundo, no ha vuelto a actuar fuera de Rusia más que en dos países: Irán y China.
Pero su veto ha llegado, ahora, a su fin, al menos en una consolidada democracia occidental: España. Para el año próximo, está prevista su reaparición aquí con un concierto en el magnífico Palau de la Música de Cataluña, en Barcelona.
¿Tendrá algo que decir, Sánchez, sobre la presencia en España de dos artistas rusos, vinculados con Putin, ahora que ha afirmado que la cancelación de los israelíes, que él mismo lidera y promueve, tiene un precedente precisamente en Rusia? ¿Hasta dónde llegará su renovado espíritu inquisidor en la cultura?
Lady Macbeth en el Elíseo
Hay gestos más significativos, reveladores y sinceros que todo un tratado de política. Y si no que se lo pregunten al matrimonio Macron. El episodio de la bofetada ya ha dado lugar a más interpretaciones que las consecuencias derivadas de la Conferencia de Yalta.
La influencia apenas disimulada, en la sombra, de la esposa, Brigitte, sobre la carrera política del presidente galo, bastante más joven que ella, ha dado lugar, desde el inicio, a todo tipo de comentarios en un país que siempre ha cultivado el chisme de alcoba, adobado con especias políticas, como una de sus más bellas artes.
Pero una cosa supondría un ataque de cuernos presidenciales, y otra, mucho más seria, representaría la exposición pública de las consecuencias del ejercicio mancomunado del poder o, como algunos se malician ya, en este caso, la irrupción en el Elíseo, con toda su violencia, del Macbeth shakesperiano.
En su magnífico ensayo El señor y la señora Macbeth, sostiene Chesterton que «Romeo y Julieta no describe el amor mejor de lo que Macbeth describe el matrimonio». Y sobre la eternidad de esta obra, el escritor británico señala además que «los hombres disfrutarán de la más grande de las tragedias de Shakespeare en medio de la tragedia más grande de Europa». En eso estamos, quizá.
Aunque al retransmitirse casi en directo, con el líder francés sorprendido ante las cámaras, y obligado a improvisar una sonrisa forzada, la escena conyugal se aproxime más auténticamente al vodevil.
Si la cachetada hubiese tenido lugar en la intimidad, advertida quizá por un sirviente desprevenido que luego se encargase de relatarla, podría servir para azuzar el mito de una nueva lady Macbeth.
Brigitte somete al varón para que no vacile en actuar en beneficio de sus mutuas ambiciones compartidas. Así expuesto, en el contexto de la pillada en el avión, lo trágico se resiente prestándose mejor a una comedia de los hermanos Marx.
Luis Alberto de Cuenca y Gurruchaga, caminos de concordia
Entre nosotros, uno de los más conspicuos admiradores de Macbeth (como en otro ámbito le ocurre, también, al erudito Harold Bloom,) Luis Alberto de Cuenca, tiene a esta obra por la mejor entre las mayores tragedias de Shakespeare.
De Cuenca acaba de ganar un importante premio y parece que lo van a hacer académico. Todo muy merecido para un escritor, y agitador cultural (reverenciar a John Ford, Coleridge o Cirlot resulta una auténtica provocación en este tiempo), capaz de reconciliar en su obra lo mejor de las distintas Españas posibles.
A quien se le ocurriese reunir hoy, por ejemplo, a un poeta atildado como un antiguo inspector de Trabajo, de ideas conservadoras en lo político, erotómano y lector de Píndaro con un juglar devoto de Marilyn, aficionado a las pelucas, bombástico intérprete de un variado repertorio y perenne adalid del progresismo para concebir, entre ambos, canciones desenfadadas y elegantes, que ni degradan la inteligencia del oyente ni provocan bostezos, sería seguramente acosado por todos los flancos.
En otro tiempo, desde las trincheras de la política se excavaron algunos túneles para propiciar el encuentro entre personas que, si bien invocaban a distintos dioses, eran capaces de dejar atrás los prejuicios para crear fértiles uniones basadas en la naturaleza híbrida que nutre la expresión artística. Más allá de la discrepancia, de la vulgar simpleza de los garrotazos podía llegar a establecerse una cierta comunicación.
Fuera de sus deliciosos poemarios, en los cuales sobre la expresión de lo sublime palpita siempre adecuadamente lo mundano, Luis Alberto de Cuenca, y el entregado showman Javier Gurruchaga, soñaron, exploraron y mostraron posibles espacios para la convivencia. ¿Sería ese el lugar de la centralidad que estos días reclamaban al unísono Aznar y González?
Cannes contra el desnudo ¿feminista?
En estos últimos años del festival de Cannes, las películas eran cada vez más largas, y las faldas de las asistentes más cortas, como las mismas ideas que los filmes albergaban en la competición.
Parece que allí, ahora, se han propuesto imponer un cierto recato, una nueva ola de puritanismo aplicado a los códigos de vestimenta femenina, para evitar que actrices y famosas se exhiban en cueros en la pasarela de las vanidades, como venía ocurriendo, cada vez más, durante las últimas ediciones.
No parece que la norma calara en la actual, como tampoco ocurrió cuando en La Scala amagaron con obligar a asistir al público con corbata, porque estamos ya en otra época.
Lo contestario consiste, hoy, en desafiar solo aquellos preceptos que nunca se impondrán por la fuerza, los que tienen que ver con las formalidades externas, en lugar de protestar por las cosas que verdaderamente importan.
En cambio, según los cronistas que se dejaron caer por allí, las películas recuperaron algo de su añorado pulso, ideas e interés. Habrá que esperar para comprobarlo.
Lo otro no va a cambiar porque la reivindicación del cuerpo, del desnudo, para la mujer, se ha convertido en otra manera de expresar sus ansias de libertad «empoderada». Frente a la tiranía de los diseñadores («Dios hizo iguales a las mujeres: los modistas las hacen distintas», proclamaba Roberto Gache) y las miradas ajenas.
Volviendo a Gache, autor de un imprescindible Glosario de la farsa humana, en su otro estupendo Baile y filosofía, decía algo interesante, que se puede aplicar a estas nuevas diosas de las pasarelas urbanas, cada día menos proclives a los sutiles prodigios de la tela: «El desnudo cansa tanto como la verdad. Es mejor sospechar que conocer». ¿Será cierto?