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César Wonenburger
Bocados de realidadCésar Wonenburger

JJ ganó por lo mismo que perdió Peret, aunque le echara la culpa a Franco

La historia se repite: las derrotas de Eurovisión se enmascaran de dudosos contubernios, mientras un nuevo ídolo juvenil encarna el ascenso de lo híbrido y un desconocido cantante español logra un premio en Alemania, más relevante para la música de su país

Actualizada 04:30

JJ, de Austria, ganó el festival de Eurovisión 2025

JJ, de Austria, ganó el festival de Eurovisión 2025Europa Press

En 1974, cuando Peret, rey de la rumba en esos momentos, cosechó un discreto noveno puesto en Eurovisión, una auténtica tragedia, no se habló de ningún compló o contubernio internacional. Fue mucho más tarde, posiblemente ya en plena conversión evangélica, cuando aquel popular animador de jaranas, ya retirado del alcohol, las mujeres y el bisoñé, en otro acto de íntimo destape, se propuso proclamar su postergada verdad.

En su opinión, también aquella vez, los pérfidos enemigos de la Europa quizá más ordenada, pero gélida y gris, nos habían robado la cartera por culpa de la dichosa política. La difundida ejecución de Puig Antich, decretada en los últimos tiempos de Franco, era una culpa que las democracias occidentales nos habrían hecho pagar muy cara, a todos, en el rostro oficial de RTVE (la historia se repite, como farsa).

En lugar de invadirnos, como en otras épocas, los rivales desplegarían una venganza mucho más sibilina. Entre todas las naciones se confabularon para evitar la (de todos modos, improbable) victoria de Canta y sé feliz, con su jocosa, amena, directa apelación a olvidar las penas, más propicia a aquellos tiempos festivaleros que algunos de los vacuos quejidos de estos tiempos nihilistas.

«Me perjudicó el clima político», declaró el derrotado artista…, en 2009. Pero al menos, Peret, después de haber culpado a Franco (post mortem y con la transición superada, por supuesto), tuvo la honestidad de reconocer que Abba y su Waterloo habían resultado unos más que dignos ganadores. «Tenían un estilo muy nuevo y un aspecto muy moderno», les concedió generoso.

A favor del juglar de Mataró, hay que decir que tenía muy complicado superar el segundo puesto de Mocedades, el año anterior, porque entonces los países se tomaban muy en serio a quién enviaban para su representación.

De segunda, en aquella edición, quedó una diva de la auténtica canción, la italiana Gigliola Cinquetti, y solo dos puestos por debajo, la anfitriona, Gran Bretaña, con su abanderada, la australiana Olivia Newton-John, poco antes de convertirse en la novia de América gracias éxito mundial de «Grease».

Así se las gastaban entonces. ¡Qué Puig Antich! ¡Ni que hubiésemos enviado a Plácido Domingo! Por cierto, el segundo apellido de Peret era Calaf, nombre del protagonista de la última, genial ópera de Puccini, Turandot. De casta le viene al galgo.

El circo escénico, por encima de la música

Aquel triunfo de Abba marcó ya un punto de inflexión definitivo en el futuro del certamen. Waterloo se recuerda hoy más por la pegadiza canción de Abba, que aún triunfa en algunas nostálgicas sesiones bailables donde el reguetón y los hipnóticos ritmos electrónicos, al final, siempre suelen ceder el último, etílico paso a los clásicos, que por el desastre de Napoleón. Lo de menos era ya casi el tema.

Lo que primordialmente selló el triunfo de Abba, con su colorista, movida actuación, fue la puesta en escena, algo en lo que nadie había reparado hasta ese momento. El tiempo de las melodías seductoras en voces potentes, bien cuidadas, y los atuendos formales comenzaba su lento, inexorable declive. Hasta hoy, que más vale el circo visual, el trampantojo que la propia música.

El peso del ilusionismo ha cobrado ahora una nueva importancia, aun mayor, ante esa progresiva falta de concentración que tiene ya evidentes resultados en la disminución progresiva del coeficiente intelectual de las nuevas generaciones. Ya no basta con salir al escenario e intentar cautivar al oyente, y espectador, con la pura magia del aire convertido en sonido. Resulta imprescindible desplegar todo tipo de efectos para masajear al ojo, primero, y con este al cerebro hasta captar la fragmentada atención, en movimiento perpetuo.

Peret, a un paso de la cancelación

Y luego, por supuesto, estaría el mensaje que, aunque envuelto en colorido celofán, algo cuenta. La canción con la que Peret no logró ganar el certamen por culpa de Franco claro está (haría bien Pedro Sánchez en encargar un estudio sobre la perversa influencia de los fascismos en la continua deriva perdedora de los representantes españoles en Eurovisión) tenía una letra que ya empezaba a provocar ciertas suspicacias.

En una de sus estrofas, el autor, Pedro Pubill Calaf, le hace decir a su alter ego, Peret (nombre artístico): «Si le paras a una rubia/Cuando vas por la autopista/Y luego es estopista/No sirve de na’»….

Ay, ay, ay… Seguramente estas líneas son la razón de que algún moderno DJ no se decidiese a promover su propia versión actual, esas que consisten en servir el original aportándole un nuevo empaque electrónico, que permita su difusión en los antros más sofisticados de Ibiza y por ahí.

Aunque ya puestos tampoco lo tendrían muy difícil, si los herederos del compositor no se oponen (todo será cuestión de negociarlo bien). Prueben a cambiar ese último «no sirve de na» por un «¡estamos salvaos!», aunque se vulnere la rima. La diferencia entre una cosa machista, misógina, homófoba y una obra de arte de nuestro tiempo depende, a veces, de estas sutilezas.

Un premio alemán, más relevante para España

Ahora ha ganado ese tal JJ, al que algunas inopinadas informaciones señalan como si fuera una rutilante estrella de la Ópera de Viena, algo que los políticos de ese país han festejado casi como un triunfo de su sistema educativo. En cambio, el director de la institución lírica declaró que no vería esa (cosa) de Eurovisión.

Johann Pietsch es un contratenor, no un castrato (que se sepa). Ha estudiado en la capital austriaca con una insigne soprano wagneriana, Linda Watson, y ha realizado sus pinitos en pequeños papeles en la citada ópera vienesa. No era una estrella entre los falsetistas (ese efecto buscado con la voz que asemeja el sonido a los instrumentos femeninos), ni mucho menos, como Philippe Jaroussky.

El nuevo ídolo JJ procura el éxito en medios masivos como la tele, en concursos, que le garantizan popularidad y millones. Lo ha explicado él mismo. De niño escuchaba a Callas y Caballé, pero luego cayó definitivamente rendido ante Hannah Montana, su principal referencia.

Al efecto del montaje escénico para su deprimente canción (que insiste una y otra vez sobre la idea del «amor desperdiciado»), se une el ilusionismo de una voz que no es lo que parece, lo sobrenatural de lo femenino encarnado mágicamente en un cuerpo de hombre. Aunque estas etiquetas se consideren ya superadas en plena efervescencia de la fluidez.

Triunfa lo híbrido, el pop mezclado con los agudos inalcanzables de la ópera, las identidades opuestas, pero a la vez simultáneas, intercambiables. Por eso y por cantar mucho mejor que la media (incluida Melody), ha ganado JJ: aunque todo tienda a diluirse en un gran caos insustancial, el efecto de una voz educada todavía engancha (la buena noticia).

Pietsch, cuando se presentaba así, interpretó uno de los pequeños genios en la producción de La flauta mágica mozartiana, en Viena. El mismo papel, hace una década, ofreció otro contratenor, y director, español, Alberto Miguélez Rouco, en su ciudad.

Unos días antes de Eurovisión, Miguélez, con una carrera mucho más interesante y sólida, logró un premio importante en Alemania. Su grabación de Venus y Adonis de José de Nebra, que realizó sin ayudas públicas, casi por su cuenta, obtuvo el prestigioso «Premio de la crítica discográfica alemana», en la categoría de ópera. Pero de este, Pedro Sánchez, nuevo paladín de la cultura española, seguro que nada sabe ni le importa.

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