Portada del libro 'Risquer la prudence'
El Debate de las Ideas
Elogio del riesgo
Para poner freno a esta locura, Catherine Van Offelen ha publicado Risquer la prudence (Gallimard), un notable ensayo en el que examina la «civilización de los estómagos felices» en la que vivimos rodeados de órdenes y gobernados por algoritmos
«Prohibido salir de casa». Todos recordamos aquel eslogan que resonó en todo el mundo hace cinco años durante la crisis del coronavirus, cuando alcanzamos colectivamente la cima de nuestra locura higienista. Aquel episodio extremo, en el que los jugadores de rugby tuvieron que cantar la Marsellesa a una distancia prudencial y los excursionistas sin titulación fueron perseguidos por helicópteros a través de senderos de montaña, afortunadamente ha quedado atrás. Pero, por desgracia, la mentalidad «precaucionista» que estructura nuestras sociedades occidentales, y más concretamente europeas, sigue entre nosotros, con su procesión de eslóganes infantilizantes y pictogramas paternalistas guiando cada uno de nuestros pasos.
«Por tu salud, evita comer demasiada grasa, demasiado azúcar o demasiada sal», «El consumo excesivo de alcohol es peligroso para tu salud», «Lávate las manos con regularidad», «La gripe es una enfermedad grave. Por eso me vacuno», «Sube por las escaleras», «Denunciar es proteger», sin olvidar el sublime «De malgastar energía también se sale»... Estamos rodeados de órdenes, ahogados por coloridas alertas al estilo de las que llenan los parvularios (desde indicaciones nutricionales hasta la previsión meteorológica), guiados por advertencias y gobernados por algoritmos. Para poner freno a esta locura, Catherine Van Offelen ha publicado Risquer la prudence (Gallimard), un notable ensayo en el que examina la «civilización de los estómagos felices» en la que vivimos, y donde nos invita a volver a la sabiduría ancestral para contrarrestar la tentación de recluirnos en nuestro climatizado nido.
Obsesiones securitarias
La modernidad, nos explica, ha corrompido la antigua noción de prudencia. Para los griegos, la prudencia valiente no era un oxímoron, sino una tautología. La seguridad, tal y como la entendían los griegos, significaba ataraxia, ausencia de inquietud interior. Hoy en día ya no es este ideal de serenidad el que prevalece, sino la exigencia de una garantía institucional. Ya no se trata de una disposición interior que hay que cultivar, sino de un entorno exterior del que hay que arrancar toda amenaza. Seguridad social, seguridad alimentaria, seguridad energética, seguridad vial e incluso seguridad emocional: la obsesión por la seguridad es transversal. Esta búsqueda del «riesgo cero» es una «asíntota que nunca se alcanzará, una fantasía que queda siempre fuera de nuestro alcance».
Van Offelen se alza contra el «principio de precaución», una versión distorsionada de la antigua prudencia. Debemos esta noción al pensador Hans Jonas, que escribió El principio de responsabilidad en 1979. Ante la posibilidad de un apocalipsis nuclear que acechaba entonces a las sociedades occidentales, propuso congelar cualquier innovación tecnológica que pudiera, por improbable que fuera, afectar a la especie humana. «In dubio pro malo: ante la duda, considera lo peor», tal debería ser el nuevo credo de nuestro tiempo. Esta heurística del miedo, que culminó durante el Covid, es con la que nos machaca la egeria climática Greta Thunberg: «No quiero vuestra esperanza, no quiero vuestro optimismo, quiero que entréis en pánico, quiero que sintáis el miedo que me acompaña cada día», proclamó en Davos en 2019. Un programa siniestro que, de haber sido el credo de la humanidad, la habría llevado a quedarse en sus cuevas.
Van Offelen prefiere citar a Latécoère, el genial inventor de la línea aérea transatlántica Compañía General Aeropostal: «He rehecho todos mis cálculos. Confirman lo que dicen los especialistas: nuestra idea es inviable. Sólo nos queda una cosa: hacerla realidad». Y añade la autora: «Si hubiera sido por Jonas, el Aeropostal nunca habría visto la luz. Los vikingos se habrían quedado en sus fiordos, Magallanes nunca habría salido de Oporto».
La sabiduría de Ulises
«El riesgo es una necesidad esencial del alma», nos recuerda con Simone Weil. Para recuperar esta necesidad fundamental del alma humana, mutilada en nuestras comodonas sociedades, nos invita a redescubrir la sabiduría antigua, y en particular la virtud griega de la «phronesis». La palabra se puede traducir como «prudencia», pero tiene poco que ver con el concepto de prudencia excesivamente cauteloso de hoy en día. Aristóteles la define de forma bastante vaga en la Ética a Nicómaco: es una «disposición, acompañada de una regla verdadera, capaz de actuar en el ámbito de lo que es bueno o malo para un ser humano». Podría definirse como una capacidad para adaptarse a las circunstancias, para domar lo imprevisible, un don para la acción, una inteligencia práctica que combina rigor y flexibilidad, astucia y nobleza, razón y emoción. Nadie la encarna mejor que Ulises, el héroe de la Odisea, a quien Van Offelen quiere tomar como modelo.
Ulises es un aventurero apegado a su hogar, que combina prudencia y valor, habilidad y mesura. Practica la metis, el arte de la astucia, sin abandonar nunca su grandeza de espíritu. «Sopesa su arco antes de la contienda, pone a prueba a Penélope antes de revelarle su identidad a su regreso. Examina antes de decidir. El laboratorio de su mente escruta, disecciona y razona. Ulises es un ingeniero que también es poeta. Combina el rigor con la flexibilidad, la agilidad con el cálculo. Hay algo de universitario en este Indiana Jones», escribe bellamente Van Offelen.
Es un rey artesano, que utiliza sus manos para moldear al mundo, el hombre que talló el caballo de Troya o el lecho nupcial a partir del tronco de un olivo. A diferencia de Aquiles, un guerrero inflexible y furioso con una ira injusta que alcanza prematuramente el inframundo debido a su hubris, Ulises vive una vida larga y feliz en su isla. Pero también fue quien rechazó el regalo de la inmortalidad que le propuso Calipso, prefiriendo correr el riesgo de una vida humana rodeada por los límites de la finitud.
Rechazar el «precaucionismo»
«Lejos del adagio «en caso de duda, abstente», el leitmotiv de la phronesis podría ser «a pesar de la duda, actúa»». La phronesis es un equilibrio, afirma Van Offelen. Frente a la moral abstracta y el idealismo platónico, la autora defiende este arte del matiz, esta sagacidad ante la realidad que distingue a las morales encarnadas, de Aristóteles a Bergson pasando por Montaigne.
Este rechazo del «precaucionismo» que congela y paraliza el impulso creador del hombre, no es, sin embargo, una fe presuntuosa en el progreso tecnológico, que inmolaría el presente en el altar del futuro y quemaría sus alas como Ícaro bajo el sol de la arrogancia. Es una invitación a redescubrir «los jugos de una vitalidad perdida», reconciliando los dos postulados innatos al corazón del hombre: la finitud de una condición limitada y el gusto por el riesgo y la aventura. A aceptar la parte de incertidumbre en nuestras vidas y a comprender, con Tucídides, que «debemos elegir: reposar o ser libres».
Eugénie Bastié, publicado originalmente en Le Figaro.