'El alma de la filosofía'
Animadísima tertulia
Estamos ante un libro ideal para el barbero, donde se hallan ideas muy valiosas junto a otras más borrosas
El alma de la filosofía (Rosamerón, 2025) es un libro coral. Subtitulado «La belleza de cultivar la vida interior», gira en torno a los ensayos de Plotino (204-270 d.C.) sobre la belleza y el amor. Además, como el neoplatónico comenta, como su nombre indica, a Platón, y a Plotino lo comenta Porfirio, que glosa los comentarios de Longino, y a todos los introduce Ricardo Piñero, nuestro feliz contemporáneo, catedrático de Estética, que cita a Antonio Machado y a Juan de Mairena con fruición, y, además, a Porfirio y a Plotino los traduce Gregorio Luri, que también se atreve a presentarnos, de paso, a otro filósofo de bellísimo nombre, Moderato de Cádiz, que pudo ser un predecesor de Plotino, la conversación sobre el ánima resulta animadísima y multitudinaria.
De por sí, tal bullicio en un libro de 150 páginas, ya invita al lector a decir esta boca (o esta idea) es mía. A lo que ayuda que todos se glosan unos a otros, y que, aun admirándose, se ponen algunos reparos o escogen sólo una parte de la obra del otro como suya. Más explícito es Longino, pero es la actitud generalizada: «No acepto la mayoría de los principios de Plotino, pero aprecio mucho su estilo, la profundidad de sus ideas y la manera tan filosófica que tiene de desarrollar sus investigaciones». Postura que este barbero, por afinidad profesional, comparte y aplaude.
El alma de la filosofía también versa sobre la condición de maestro. Éste enseña a la vez que se expone, pues la admiración y la crítica son las dos piernas con las que le sigue de cerca el buen discípulo. Actitud que practica a su vez el maestro: Plotino era tan misericordioso que escuchaba con atención a su discípulo Polemón, «incluso cuando hacía sus pinitos poéticos». Quevedo se sentiría como pez en el agua viendo tan ejemplificado el arranque de su famoso soneto lector: «Vivo en conversación con los difuntos / y escucho con mis ojos a los muertos». En la viva conversación que es este libro se evocan otras voces y otros ecos. La exquisita espiritualidad del neoplatónico («una vía ascética que en el fondo es una erótica») nos recuerda a san Juan de la Cruz. También, en sus píos de unidad con lo absoluto, al capitán Francisco de Aldana y aquellos sonetos deliciosos y desgarrados en los que se queja de que la unión de los amantes nunca termina de ser perfecta. La apuesta decidida de Plotino por la convertibilidad de los trascendentales nos inserta en otra conversación. La de los estetas a lo largo de los siglos. Entre líneas, se atisba la sonrisa de sir Roger Scruton. Del tono conversacional da buena muestra cómo remata Porfirio su Vida de Plotino: «Y si hay que revisar algo más, para eso estamos».
Estamos ante un libro ideal para el barbero, donde se hallan ideas muy valiosas junto a otras más borrosas. Lo bellísimo del alma, sí; el pesimismo sobre la materia, no. Tampoco nos gusta que el maestro «se mostrase reacio a hablar de sus antepasados, de sus padres o de su patria». Para no confundir al amable lector, el barbero se ha concentrado, de entre todas las voces, sólo en los textos de Plotino, que, a fin de cuentas, son el eje de la rueda de la vivísima tertulia. Con una reverencia agradecida —eso sí— a Porfirio, a Platón, a Pitágoras, a Piñero, al profesor Luri y a mi paisano Moderato, por supuesto.
Hay que volver, pues, a subir hasta el Bien, que es el objeto de los deseos de toda alma. Si alguno lo ha visto, sabe lo que digo; sabe cuán bello es.
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Y los relámpagos de noche, y las estrellas, ¿por qué son tan bellos?
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Si el Alma se deja llevar por lo feo, se empequeñece a sí misma.
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La belleza del color es fruto de la conquista de la oscuridad.
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Así como todos nos deleitamos en la belleza de un cuerpo, no todos nos impresionamos de la misma manera. Sólo los que sienten la herida más aguda merecen el nombre de amantes.
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La purificación personal es la fuente de la disciplina moral, del coraje y de toda virtud, incluyendo la Sabiduría misma.
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[Justificación filosófica del infierno] Es comprensible que en los misterios se represente la inmersión de los impuros en la inmundicia e incluso en el Infierno, ya que los impuros aman la inmundicia por su misma inmundicia. Encuentran placer.
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Me atrevo a decir que la Belleza es lo más real de todo lo existente, mientras que la fealdad es un principio contrario a la existencia. […] La Belleza, que es también el Bien, es lo primero de todo lo existente.
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El Alma debe adquirir el hábito de la observación, primero, en las conductas nobles, y, posteriormente, en las obras de Belleza. […] Por último, hay que aprender a ver en las Almas de quienes han modelado esas hermosas formas.
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Contémplate a ti mismo como si fueras el creador de una estatua que debe ser hermosa: corta aquí, modela allí, suaviza esta línea, define mejor esta otra… [Frase que me ha recordada a Michel Onfray, felizmente barberizado aquí mismo.]
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Amor no es sólo una pasión que vive en las Almas, es también un daimon.
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Cualquiera que sienta admiración por algo se experimenta a sí mismo unido a ese algo.
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Al amante de la Belleza se le puede mostrar la Belleza que hay en una vida noble y en una organización social bien organizada, para pasar posteriormente al disfrute de la Belleza en las artes, las ciencias y las virtudes. Finalmente, todas estas manifestaciones de la Belleza han de ser puestas bajo un principio único.
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Donde el interior es vil, todo se ve reducido a la vileza.
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El Bien está presente incluso para aquellos que duermen y se quedan impasibles cuando lo ven.
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El Amor a la Belleza genera dolor cuando aparece, porque quienes la ven, se ven obligados a perseguirla.
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El Alma, por su naturaleza, ama a Dios y anhela ser una con Él, como ocurre con el Amor noble de una hija por su venerable padre. Pero cuando nace en este mundo es atraída por las cosas humanas, se enamora de un mortal, abandona a su padre y se desorienta. [Ay.]
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En esto consiste la naturaleza del Amor, en ser un intermediario entre el amante y el amado. Es similar al ojo, gracias al cual el amante contempla al amado.
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Quien desea engendrar, quiere, sin duda, engendrar en lo bello porque se siente indigente y no quiere disfrutar en soledad de la Belleza.
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El Amor no puede saciarse porque su mezcla constitutiva no se lo permite.
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Por eso la Belleza debe llenarnos de veneración por su creador y convencernos de que tiene su origen en lo divino.
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¡Qué ansias de fundirse en uno con el Bien-Belleza! ¡Qué maravilloso deleite!