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Pablo Pérez López, catedrático de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra

Pablo Pérez López, catedrático de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra(c) Manuel Castells / Europa Press

Entrevista Pablo Pérez

«Cuando no entiendes la grandeza de darte a los demás, o sólo piensas en construirte a ti mismo, el futuro aparece catastrófico»

«Los verdaderos peligros son la vulgaridad, vivir del capricho, y la desaparición de la paternidad y la maternidad. Estos son nuestros enemigos, no el bolchevismo, que es una utopía infumable»

El historiador Pablo Pérez López acaba de publicar ‘Consolidar la democracia: el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo’, y es autor también de otros libros como ‘Personajes de fe que hicieron historia’, o ‘La Transición desde una perspectiva internacional’. Pero la conversación que reproducen estas líneas toma como referencia su ensayo del año pasado ‘De mayo del 68 al wokismo’, donde analiza una realidad compleja con su habitual lucidez y claridad. Según su visión, si algo caracteriza nuestro presente es la pérdida de la esperanza, que nos ha llevado a instalarnos en un materialismo consumista hedonista chato y romo.

- ¿Qué es el wokismo? Porque se habla mucho de él, pero con poca precisión.

-El wokismo es el fruto de un planteamiento intelectual que triunfa a partir del fracaso del marxismo. En el momento en que el marxismo es desterrado, como una explicación insuficiente, de las universidades francesas, primero, y luego de las norteamericanas, se empieza a trabajar en una línea de búsqueda de cuál es la fuente real de la opresión, al margen de la clase. Y se encuentra que la fuente real de la opresión es el lenguaje. El lenguaje que conforma tu manera de entender el mundo, que crea un esquema del que tú eres incapaz de escapar. Y la solución que se busca no es otra lucha de clases, sino la deconstrucción del lenguaje. Aquí hay dos elementos bastante importantes. Primero, decir que el lenguaje es opresivo, y, segundo, decir que no existe la verdad. Lo único que hay son lenguajes y narrativa. Esa es una cuestión clave para el futuro.

La renuncia a la verdad lleva aparejada también la desaparición del bien del horizonte. No hay bien al que aspirar; se acabó el tiempo de los héroes. No existe una virtud, no existe un modelo. Lo único que hay son maneras de entender en un cierto tiempo. El problema es que, aunque no reconoces el bien, no puedes negar el mal. Se ha acabado el tiempo de los héroes, pero ha comenzado el tiempo de las víctimas. Tú reconoces quién ha sufrido un daño y eso es lo único que te orienta moralmente: identificar a las víctimas y defenderlas.

-Pero sólo algunas víctimas…

-En efecto, son las víctimas de lo colonial, de lo racial (pero sólo de lo blanco), los discursos contra la discriminación de género, los discursos queer… todos ellos proclaman que la idea de normalidad es un error y que lo raro debe ser reconocido como igualmente válido, porque la definición de normalidad y de rareza es opresiva también. El desfile de los Juegos Olímpicos de París del año pasado es un buen ejemplo de esto: consistía en mostrar una serie de rarezas que debían ser entendidas como normalidades, como nuevo modo de liberación. Es una cosa bastante insensata desde el punto de vista intelectual, pero dominante en las universidades europeas y norteamericanas.

Y en este contexto nace también la idea de que tenemos que callar a la gente que difunde discursos dominantes y opresivos. Tiremos abajo las estatuas de Colón, eliminemos del programa de los estudios de Filosofía a todo varón heterosexual blanco: no a Platón, no a Santo Tomás de Aquino, no a Freud.

-Menciona en su libro varios ensayos que destacan la conexión del wokismo con la religión, aunque más bien sería pseudoreligión.

-En efecto, no tiene nada que ver con una conexión con Dios. Religión viene de religare, de la capacidad de relacionarte con el creador. Aquí, al contrario, el único creador es uno mismo. Esto es profundamente ateo y materialista en su raíz, y extraordinariamente individualista. Si se tiene en cuenta eso, se entiende mejor ante lo que estamos.

¿Por qué hablamos de religión? Porque estamos ante un tipo de fervor que lleva a decir: ‘éste es el único camino de salvación’. Curiosamente, siendo muy antirreligioso y anticristiano, el wokismo es profundamente cristiano en el sentido de que reconoce que tiene que haber una salvación. Pero para ellos la salvación es el discurso wokista. En ese sentido, es religioso y prende en una sociedad como la norteamericana que vive con mucha intensidad sus revivals religiosos. Muchas personas lo viven como la experiencia del deslumbramiento de la verdad, cuando en realidad estás ante el deslumbramiento de la oscuridad.

- ¿No estamos ante formas que parasitan lo que podríamos denominar las cenizas del cristianismo y que, en realidad, no tienen nada que ver con él?

-Así es. Esto no tiene nada que ver con la comprensión de lo esencial, que es el sacrificio en la realidad. Más bien es una caricatura de todo eso que nace de desterrar completamente la noción de trascendencia y aferrarte a la idea de que lo único evidente es lo que tú piensas y sientes. Hay aspectos que remiten a la Ilustración, pero llevada a un extremo que lleva a negar el núcleo central de la Ilustración, que es atreverte a conocer la verdad y desafiar tu capacidad de conocerla.

Esto es muy interesante porque es como si el cierre de las ventanas hacia Dios -siguiendo esa metáfora de Benedicto XVI/ Ratzinger- nos ha conducido a un mundo invivible. Y, en efecto, esto tiene que ver con una pérdida del sentido religioso y del sentido trascendente. Esa sería la primera cuestión. La segunda es la abolición del hombre mismo y de su libertad. Es curioso que en nombre de la más alta libertad se haya defendido, se defienda todavía en la actualidad, la anulación de la libertad de expresión misma. Tenemos que callar a la gente para garantizar la verdadera libertad. Es, en cierta manera, un poco diabólico.

-Apunta que una de las claves es el narcisismo. Esta tentación, tan humana, ¿se desboca cuando perdemos la referencia social de Dios? ¿Es Dios un freno al narcisismo?

-Es una pregunta muy interesante porque hace referencia a una cuestión que está en la raíz de la existencia humana y está también en la Revelación.

El primer mandamiento es ‘Amarás a Dios sobre todas las cosas’, lo que indica que la relación con Dios tiene la primacía sobre cualquier otro deber. Esto, que puede parecer una cosa sorprendente, es la base de cualquier desarrollo interior. En el momento en que olvidas eso, todo lo demás se desordena y carece de sentido. Incluso la preocupación por los demás acaba careciendo de sentido si no hay un creador, porque estás negando tu verdad más íntima.

Entonces con lo único que te acabas quedando es con la construcción de tu yo, de ti mismo. Eso está genialmente descrito por San Agustín, que sigue apareciendo como una mente brillantísima de la antigüedad. Él nos dice que dos amores construyeron dos ciudades: el amor a Dios hasta el desprecio de sí mismo, la ciudad de Dios; el amor de sí mismo, hasta el desprecio de Dios, la ciudad mundana. Eso es una verdad que muestra un desafío permanente. El narcisismo tiene esta raíz, que es el olvido de la relación primigenia: es la negación del padre.

-En su libro da datos preocupantes sobre el descenso de la natalidad que nos aqueja, especialmente a las sociedades occidentales.

-Especialmente en Occidente, sí, pero en todo el mundo en general. Los demógrafos ya nos dicen que no hay mujeres suficientes para el reemplazo generacional. Dentro de 15 o 20 años es cuando llegarán las niñas que nacieron en el año 2023 a la edad fértil. Y sabemos que no hay suficientes. La población decrecerá y eso es muy relevante porque estamos ante un gran cambio: la población no había dejado de crecer desde mediados del siglo XVIII y gracias a eso había crecido la riqueza. Porque la riqueza, en contra de lo que algunos creen, somos las personas.

La cuestión clave para entender ese descenso de la natalidad es lo que podríamos denominar la deconstrucción de la esperanza. O sea, cuando tú no entiendes la grandeza del darte a los demás, o te quedas sólo en construirte a ti mismo, el futuro te aparece como catastrófico, inevitablemente. Sólo puedes recurrir a un disfrute del presente efímero y placentero, que no es feliz, porque la felicidad requiere continuidad. Esa negación de la esperanza conduce a un catastrofismo, algo que vemos cómo va triunfando en nuestra época. Eso lleva a la gente a decir: si del futuro no se puede esperar nada bueno, o nada claro, sólo queda disfrutar el presente. Es el materialismo consumista. Es trasladar la esperanza al aquí y ahora de la consumición.

-A primera vista parece que hay una relación entre la paternidad, la confianza en proyectarte hacia otro y generar una ‘trascendencia humana’, y la trascendencia que supone creer en Dios. En la medida en que la trascendencia humana se debilita ¿se debilita también la posibilidad de que exista la otra visión trascendente de la existencia? Y viceversa, si se debilita la visión trascendente religiosa ¿se debilita también la confianza que pueda llevarle a uno a proyectarse en el futuro a través del otro?

-Desde luego. En el diálogo entre Josep Ratzinger /Benedicto XVI y Habermas, esto aparece claramente. Uno puede pensar que podríamos tener una convivencia humana estupenda negando a Dios, pero el hecho es que no es así, porque terminamos negando al hombre. Frente a esto, la propuesta de Ratzinger es vivir como si Dios existiera, que es algo que no te va a hacer daño. No niegues la posibilidad de trascendencia, aunque no la veas confirmada.

Por el otro camino, el amor acaba siendo negado y transformado en populismo. La atención a los desfavorecidos y los pobres se convierte en una oportunidad de glorificarme a mí mismo a su costa. En cambio, el amor cristiano, el amor que Jesucristo siembra en el mundo, es un amor que te lleva a confiar en que es posible amar incluso a los enemigos, y que no debes tener miedo a la apertura del amor, aunque parece que te conduce a la destrucción. En una mentalidad cerrada, uno acaba teniendo tal miedo que encuentra refugio sólo en el individualismo.

- Esa renuncia a reproducirse ¿no va más allá de lo demográfico para convertirse en un auténtico cambio antropológico?

-Es un replanteamiento de la dimensión de lo humano. En parte responde a un desánimo generalizado, por deslumbramiento ante las baratijas, los oropeles, del consumismo. Pero, como le ocurre a toda realidad que no es buena, tiene sus días contados, porque los hombres, cuando detectamos que lo que hemos hecho no era digno de amor, o merece desprecio, nos arrepentimos y cambiamos.

Si me permite, me gustaría hacer una comparación que tiene que ver con parte de nuestra historia. Muy poco después de la conquista de América, en las tierras del actual México, en la Nueva España, se vivió un desánimo terrible entre los indígenas. Habían perdido a sus dioses y, aunque la nueva religión traída por los españoles se presentaba como muy atractiva, los indígenas veían que los españoles que estaban allí no siempre eran ejemplares y a veces podían ser tan temibles como los aztecas. Y los indios dejaron de tener hijos. Pero se produjo entonces, poco después de la conquista, la aparición de la Virgen de Guadalupe. Y esta aparición transformó aquello, porque sembró la Esperanza.

- ¿Cómo fue posible?

- Mostró que el Dios verdadero recogía todo lo que tenían de bueno en el mundo prehispánico, y que era un Dios que iba mucho más allá de lo que decían los españoles que no daban buen ejemplo, que era algo mucho más grande, mucho más bello, mucho más esperanzador, y que ahí estaba su madre para cuidarlos. Y todo ello dicho en un lenguaje, el de la imagen de Guadalupe, que los indios entendían bien.

Poco a poco, vamos comprendiendo la iconografía y la simbología que hay en el manto, en el rostro, en la cinta, en el pelo, en todo ello. La Virgen era una mestiza, además, y vestida de princesa; al mismo tiempo virgen y madre. En fin, tiene una serie de elementos que lleva a los indios, a darse cuenta de que ahí hay algo y se bautizan por millares. Los misioneros dicen: ‘no damos abasto, no tenemos tiempo ni para comer’. Se bautizan por millones y cuando les quieren enseñar oraciones en náhuatl dicen que no, que quieren rezar en la lengua de Dios, en latín. Todo cambió y sobrevivieron los indígenas.

En la historia de la humanidad existe el mal instigado por el diablo y nos lleva a situaciones que podrían ser de hundimiento, pero existe también la acción de Dios y eso conviene no olvidarlo. Si estamos en un momento difícil, no debe faltarnos la esperanza de que esto va a terminar bien; pero eso ya lo tengo que decir como creyente. Lo que ocurre es que el camino que lleva a la gloria pasa por la cruz.

-Hay un teólogo que explica esto muy bien, Fabrice Hadjadj. En su libro ‘Puesto que todo está en vías de destrucción’ defiende que cuanto más complicada es la situación, más necesario es dar testimonio de esperanza. Pero también nos advierte de la tentación del hombre moderno de fabricarse a sí mismo, a diferencia del agricultor tradicional. Lo que no le convierte en Dios, como se imagina, sino en una mercancía más.

-Está muy bien visto por parte de Hadjadj. De hecho, creo que es una de las enfermedades del mundo contemporáneo: el deslumbramiento del aprendiz de brujo. Hoy creemos cosas que darán risa a nuestros descendientes.

La cuestión clave es que los agricultores conocían el mundo de una manera sensata y estaban más ajustados a la realidad. Si soy agricultor, soy alguien que trabaja en una realidad previa, cultivándola, procurando adaptarme a sus ritmos y llevarla adelante. Siempre con la capacidad que el hombre tiene de manipular, porque llevamos manipulando las plantas toda la vida para transformarlas en una cosa distinta. Pero entiendes que no sólo cuenta lo que tú haces. Frente a esto hoy se impone la idea de que el mundo es tu enemigo, algo que tienes que superar creando algo superior, que es lo que algunos transhumanistas parece que se proponen: fabricar un nuevo ser humano. Frente a esto, lo interesante de los seres humanos es contemplarlos, darse cuenta de su grandeza y saber que están llamados a su perfeccionamiento de maneras inesperadas.

- ¿Nos ha deslumbrado lo tecnocientífico?

- Nos ha deslumbrado. Pero ya estamos en un momento en que muchas personas están ya un poco de vuelta de eso. La misma tendencia ecologista advierte sobre esto, porque lo que viene a decir es: ‘tener cuidado, porque vuestras propias invenciones e intervenciones técnicas son destructivas y no constructivas’. Eso es muy interesante, porque es la primera vez que el ser humano piensa en su trabajo como raíz de mal o de destrucción. Antes siempre era una fuente de solución de problemas, de mejoras, de creación de una nueva fecundidad. Y ahora puede ser esterilizante, dañino, malvado, destructor…

-Pero temo que esta visión ecologista lleva las cosas demasiado lejos…

-Claro, porque en vez de volverse a Dios, convierte a la naturaleza en la diosa Pachamama y nos cuenta una historia que es una historia pagana, otra vez, por falta de equilibrio en la mirada. No era tan difícil descubrir al creador detrás de la creación.

-Son varios los pensadores, desde Adriano Erriguel, a Diego Fusaro, que plantean que Mayo del 68 es el acontecimiento que implanta la cosmovisión neoliberal que impera en el mundo. Un modo neoliberal que tendría una rama de derechas economicista y una rama de izquierdas de revolución de las costumbres.

-Estoy de acuerdo en una parte, pero en otra estoy en desacuerdo. Creo que hay un elemento de confusión. Mayo del 68 tiene una fuerte raíz izquierdista de negación de la autoridad y de afirmación de la autodeterminación como único modo de manifestación de la libertad. Eso es un principio muy liberal, pero también es muy anarquista. Y, al mismo tiempo, es muy colectivista en el sentido de que cree que se pueden definir políticas liberadoras desde el Estado. De modo que confluyen lo que podríamos definir como una utopía anarcocapitalista con una utopía colectivista y con el sentido de que solo el ser humano es capaz de definir las normas que a él mismo le van a hacer perfecto. Es entender la libertad como autodeterminación absoluta del hombre, entendiendo que lo bueno es lo que yo quiero y nada más.

- ¿Por qué ha terminado influyéndonos tanto Mayo del 68?

- En su momento, fracasa políticamente, pero en el momento en que logra transformar el modo de vida, especialmente el comportamiento sexual, hace posible lo que viene después. Si la gente no hubiera perdido de una forma tan marcada el sentido de la paternidad y de la maternidad, no hubiera triunfado del mismo modo el narcisismo.

El problema está ahí, en el modo de vida, más que en las ideas. Estoy de acuerdo con que las ideas también son importantes porque luego reinterpretan la realidad, pero a mí lo que me llama la atención es que hayan llegado a tanta gente que no ha leído a ninguno de los teóricos que explicaban estos asuntos.

- Feminismo y revolución sexual se cruzan por el camino…

- La incorporación de la mujer a la vida pública estaba mejorando el mundo de forma impresionante, porque estaba aportando la razón vital femenina que nos faltaba en la vida pública. Pero eso se ha cruzado con una revolución sexual que ha degradado a las mujeres, convirtiéndolas en objeto de placer de una manera cruel y extraordinariamente depreciativa de la condición femenina, porque las ha masculinizado. El feminismo es una de las grandes mejoras del siglo XX, en el sentido positivo de llevarnos a apreciar más el trabajo de la mujer.

- Pero, al poner como referencia a la mujer trabajadora, ¿no se diluye la importancia de la maternidad?

- Indudablemente. Pero lo de colocar en el centro a la mujer trabajadora es muy de la revolución bolchevique. Inicialmente, lo primero que queremos para nuestras mujeres cuando el mundo contemporáneo se abre camino es el reconocimiento de que tienen tanto talento como los varones, lo que pasa es que es distinto.

-Una de las ideas más sorprendentes que relata tu libro es que la URSS jugó un papel clave en la victoria política de Charles de Gaulle de Mayo del 68.

- De Gaulle se da cuenta de que la URSS no es el enemigo, que el verdadero enemigo está en otra parte, lo que es una intuición clave. El verdadero peligro, ya lo había visto venir Chesterton, es la vulgaridad. El peligro, como nos advirtió Ortega y Gasset es vivir del capricho, y no cuidar nuestra civilización. También lo había visto venir Aldous Huxley: el peligro es la desaparición de la paternidad y la maternidad.

Esos son nuestros enemigos, no el bolchevismo, que es una utopía infumable para cualquier sociedad, porque la arruina. Lo que pasa es que políticamente De Gaulle tiene el talento increíble de ver que el problema es interno, no externo, y se hace cargo de desarticularlo. Inicialmente le inquieta la duda de si la URSS estaba detrás de las protestas y todo podía ser el preludio de una potencial invasión. Al confirmar de las autoridades soviéticas que no es así ya no tiene dudas.

- Cómo estará la situación que ya surgen voces críticas contra lo woke dentro de la izquierda…

- Ahora algunos dicen: “Esto es tan malo que tiene que ser de derechas’. Siempre dentro de su esquema simple bipolar. No. Es tan malo porque es equivocado; no son las derechas y las izquierdas. Volvamos a valorar la verdad. Entonces, la gran pregunta que está detrás de esto es: ¿cuándo la cultura occidental se va a dar cuenta de que es mentira que todo sean relaciones de poder? ¿Cuándo la cultura occidental se va a dar cuenta de que la vocación del hombre es más bien de servicio? ¿Cuándo se va a dar cuenta que no es una relación con el mundo de dominio y de explotación, sino más bien de contemplación y de admiración? Hay ya algunas semillas de todo eso en la cultura actual. Lo que tenemos que hacer es dejar que se desarrollen, que crezcan y que no las talen, cuando empiecen a crecer, los amigos de las utopías baratas.

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