Escena del episodio 'National Anthem' de Black Mirror
Filosofía en series
Black Mirror y la pregunta más complicada de la ética
La serie distópica de Netflix comienza con un duro episodio que pone en juego los límites morales y la finalidad de las acciones del hombre
Han pasado 14 años desde que se estrenase en la cadena británica Channel 4 los primeros capítulos de Black Mirror. En ese tiempo muchas de sus oscuras predicciones se han ido acercando a la realidad. Esta serie bien merece un serial propio puesto que su relación con muchos aspectos de la filosofía es absoluta.
El éxito de esta distopía tecnológica hizo que Netflix comprara los derechos y siguiese adelante con la producción. Solo por citar un par de ejemplos, el episodio Be Right Back, de la segunda temporada, es un intenso análisis sobre los elementos que constituyen nuestra identidad y aquello que nos hace realmente humanos; Nosedive, de la tercera, es ya un clásico en cualquier charla que tenga como finalidad advertir de los riesgos de las redes sociales y sus máscaras.
Presión social y brutalidad
Aunque cada capítulo ofrece una historia cerrada, se puede encontrar un hilo conductor en el auge de la tecnología y los peligros que conlleva. Si bien es cierto que no siempre es el tema central. Sin ir más lejos, el primer episodio de la primera temporada, National Anthem, es un caso paradigmático de esta cuestión y un inicio vibrante, agobiante y extremo para Black Mirror.
La sinopsis es brutal y sencilla: una de las royals más populares de Reino Unido es secuestrada y la única petición de su captor es que el primer ministro del país aparezca en televisión manteniendo relaciones sexuales con un cerdo. A partir de ahí, una cuenta atrás en la que entran en juego presiones políticas, los medios de comunicación tradicionales y unas redes sociales que ya en 2011 eran capaces de marcar importantes tendencias sociales.
Esta primera entrega se puede comentar desde múltiples vertientes y su interés es máximo. Desde el punto de vista de la ética, el episodio nos sirve para plantear una de las grandes cuestiones de esa rama de la filosofía, una pregunta de cuya respuesta depende, en gran medida, el obrar del hombre concreto: ¿el fin justifica los medios?
Fines y medios
El terrible pragmatismo de Nicolás Maquiavelo ha provocado que se le atribuya la autoría de ese «el fin justifica los medios». Sin embargo, aunque el autor de El príncipe aconseja a los mandatarios mentir, castigar o matar cuanto haga falta por mantener el poder, la frase no fue escrita por su mano.
Pese a la falsa atribución, es en el pragmatismo político donde podemos encontrar buenos y variados ejemplos que ponen en juego ese dilema ético que Black Mirror lleva a un extremo visceral. No son pocas las veces en las que fin ha justificado todo tipo de medios, maquillado en ocasiones bajo la premisa del «mal menor», otra cuestión de gran interés filosófico.
Frente a esta postura Aldous Huxley, autor clásico de la literatura distópica, abordó el tema en un ensayo titulado El fin y los medios en el que deja claro desde la propia introducción que «el fin no puede justificar los medios, por la sencilla y obvia razón de que los medios empleados determinan la naturaleza del fin alcanzado». También el Catecismo de la Iglesia Católica deja claro que «una intención buena no hace ni bueno ni justo un comportamiento en sí mismo desordenado. El fin no justifica los medios».
El visionado de este National Anthem también nos puede conducir hasta Immanuel Kant y la segunda formulación de su imperativo categórico: «Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio». Con todas estas herramientas puede resultar mucho más interesante y provechoso el pasar una tarde de verano frente al televisor. Si algún lector quiere dar un paso más, se puede preguntar qué hubiera hecho él ante tan tremenda circunstancia.