El arte clásico nunca muere
El Cid corta una oreja, igual que Roca Rey, en la última corrida de la Feria de Santander
El Cid, este sábado en última corrida de la Feria de Santiago, en Santander
Alguna vez, cambia el cartel anunciado. Por haberse lesionado en el campo, no puede despedirse de Santander Cayetano, anunciado junto a Roca Rey, al que en esta misma Plaza hizo un quite de gran riesgo. Se ha ganado de sobra la repetición El Cid, magistral de nuevo con los toros de Victorino Martín, como en sus mejores tiempos. También se había ofrecido a torear gratis Morante, que no tuvo suerte en su última actuación en Santander: un gesto de primera figura, que le honra, aunque no se haya aceptado. ¿Por qué? Los rumores que corren me gustan muy poco.
Los toros de Domingo Hernández no han dado el juego esperado, salvo el primero, muy noble; los demás, flojos y deslucidos. El Cid vuelve a lucir su gran estilo y corta un trofeo; por la espada, pierde otra oreja y la salida en hombros. Roca Rey corta también una oreja. Con un mal lote, Juan Ortega tiene una mala tarde.
Emociona –y nos trae hermosos recuerdos– volver a ver el clasicismo de El Cid; sobre todo, su gran mano izquierda, una de las mejores de los últimos tiempos. Al primero, que embiste con calidad pero flaquea, lo recibe con lances pausados. Lo cuidan en varas. Sin probaturas, El Cid corre la mano con suavidad, dejando la muleta en la cara, por el lado derecho. Cuando coge la izquierda, ya el toro ha bajado (creo que, en eso, se ha equivocado). Da gusto ver su toreo clásico, fácil, puro, sin los efectismos actuales. Mata pronto pero regular y le premian con una cariñosa oreja.
El Cid toreó en sustitución de Cayetano Rivera, lesionado
El cuarto toro saca también cierta nobleza pero embiste desordenado. Manuel Jesús lo embarca bien, en un trasteo correcto, ligado, sin dejar que el toro se vaya pero que, por las condiciones del animal, se queda a medias. El público está muy con el diestro pero mata a la cuarta, entrando de lejos; si lo hubiera hecho a la primera, muchos hubieran pedido la oreja y la salida en hombros.
Juan Ortega no redondeó faena en su mano a mano con Morante, el miércoles. Esta vez, con un mal lote, tiene una tarde poco feliz. El segundo acude al caballo al relance, mansea, sale suelto. Comienza Juan agarrado a la barrera, por alto, dejándolo pasar, en vez de sujetarlo, lo que debía. En los intentos de suaves muletazos, el toro se queda a mitad, protesta, tropieza el engaño. Ha querido torearlo como si fuera bueno, en vez de lidiarlo, y el toro no era bueno. Con la espada, muy mal: con un bajonazo, se libra del tercer aviso.
El quinto queda corto, lo desarma de salida: se ha quedado inédito esta tarde con el capote. Acierta al doblarse pero el toro huye, rajado. Otro desarme impide cualquier brillo. Otra vez pincha reiteradamente sin convicción, se queda al borde del tercer aviso. Y, para colmo, se encara con el tendido, pidiéndoles que se callen: hasta un público tan bondadoso como éste se enfada. Una tarde para olvidar.
Roca Rey cortó una oreja al segundo de su lote
No salió bien la apuesta de Roca Rey con los victorinos; cuatro avisos en una tarde, además, demuestran una preocupante irregularidad con la espada, otras veces tan certera. El estar anunciado también al día siguiente, con otro tipo de toros, le da la ocasión –y la obligación– de enmendarlo.
El segundo toro se mueve pero mansea: Roca lo recibe con chicuelinas, dejándolo pasar, sin más. Aprieta el acelerador en unas saltilleras por la espalda apuradas. Brinda a Paul Montiel, un venezolano que perdió una pierna y ha acudido a los Juegos Polideportivos, «por la superación de los seres humanos». Comienza haciendo la estatua, como suele, dejando que el toro vaya a su aire. Como el toro repite y el diestro se muestra muy firme en los derechazos, surge la emoción; por la izquierda, el toro va peor, los naturales tienen mérito. Concluye con los circulares invertidos, que tan poco me gustan, porque echan al toro hacia fuera. Entra a matar con el toro con la cara muy baja, debió darle algún muletazo o cambiarle de terreno: la espada queda defectuosa, hay petición de oreja no concedida y ni siquiera le hacen salir a saludar (así es el público actual).
El último toro no se entrega, flaquea ya antes de la vuelta de campana. Dándole distancia, Roca logra derechazos mandones, templados. A un toro regularcito, con oficio y empeño, le saca muletazos. Concluye con el arrimón y otra vez los circulares invertidos. Suena el aviso cuando está metido entre los pitones. Esta vez mata en corto, con decisión y corta una oreja: ha salvado su Feria y ha logrado que acabe bien una Feria que lo merecía.
No soy el único, creo, que me quedo con el buen sabor del toreo de El Cid: clásico, puro, sin los efectismos que ahora son ya no sólo habituales sino casi inevitables. Y se ha demostrado que también el público santanderino valora lo «bien arrematao», que decía Rafael el Gallo.
Recuerdo, una vez más a don Manuel Machado, tan gran poeta como su hermano Antonio. Aunque no estemos en «la terrible estepa castellana», ni aquí ciegue el sol, ni haya en Santander «polvo, sudor y hierro», esta tarde, también, «El Cid cabalga». El arte clásico nunca muere.
POSTDATA. Tal día como hoy, 26 de julio, pero de 1875, hace ciento cincuenta años, nació en Sevilla Antonio Machado. Es habitual el tópico de considerarlo antitaurino: simplemente, no es cierto. Lo primero que publicó en su vida, en la revista La caricatura, junto a su queridísimo hermano Manuel, fue un artículo taurino, «Algo de todo. (Afición taurina)», que concluye con esta afirmación: «En suma, ser aficionado a los toros es, ya, ejercer una profesión». Cuando sus padres exigieron que Manuel volviera a Sevilla, le informaba Antonio, en sus cartas, de lo que a los dos les interesaba más, los toros y el teatro. Sabe Antonio que Cara Ancha mató recibiendo al toro Calceto, de Aleas, en Madrid, el 19 de junio de 1881. Y pone en boca de Juan de Mairena, su alter-ego, esta frase rotunda y lúcida: «Las corridas son esencialmente un sacrificio. Con el toro no se juega, puesto se le mata, sin utilidad aparente, como si dijéramos de un modo religioso, en holocausto a un dios desconocido». Alguien tan enraizado en la cultura española como Antonio Machado no podía estar al margen de la Tauromaquia.