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Elio Gallego en el Congreso CEU CEFAS

Elio Gallego en el Congreso CEU CEFAS

El barbero del rey de Suecia

Conservatismo auténtico

Explica primero qué es el conservatismo y luego pasa a desarrollar sus grandes asuntos

Elio A. Gallego (Madrid, 1963) es profesor de Teoría y Filosofía del Derecho en la Universidad CEU San Pablo desde 1993. Como aventajado discípulo de Dalmacio Negro, ha desarrollado un vivo interés por la política inevitable. Actualmente es el director de CEFAS (Centro CEU de Estudios, Formación y Análisis Social), desde donde está atento a la actualidad desde el sosiego del análisis académico. Un fruto maduro de estos dos movimientos combinados: –preocupación por la actualidad y análisis profundo– es su ensayo Conservatismo (Biblioteca Homo Legens, 2025).

El libro tiene el don de la pedagogía. Explica primero qué es el conservatismo y luego pasa a desarrollar sus grandes asuntos: la familia, la tradición, el Derecho, la propiedad, la Constitución natural de los países, etc. Higinio Marín destaca en el prólogo su claridad expositiva. Lo que no empece su atrevimiento: «Lo cortés obliga a lo valiente», añade Marín –con agudo giro verbal– al admirar la indiferencia de Gallego por los desdenes probables: «Hasta hace poco, el mero hecho de comparecer como conservador en espacios académicos, institucionales, mediáticos o editoriales era sencillamente infamante».

Conservatismo tiene otro don: el de la oportunidad. «La vigencia y la actualidad de lo conservador está más justificada que en cualquier otro tiempo», advierte Gallego, y las encuestas y las elecciones lo atestiguan. Se hace, por tanto, imprescindible encararse con algunos escollos teóricos previos: «El término «conservador» ha adquirido una ambigüedad quizá insalvable y que no puede soslayarse», reconoce Elio Gallego y, tal vez por eso, propone la etiqueta «conservatismo», aunque sostiene que es más precisa por criterios etimológicos latinos muy bien traídos. Sea como sea, al final, el lector asume el término «conservatismo» no tanto por las razones aducidas por Elio Gallego como para constatar que su conservadurismo asume las razones del conservatismo de Elio Gallego.

¿Qué conservatismo es el suyo? Frente a la postura esteticista del reaccionario que declama que no es conservador porque ya no queda nada que conservar, Gallego se pregunta: «¿Nada?» Y se responde: «También hoy existe un mundo, que es de suyo bello y bueno, por salvar y conservar de todo aquello que lo afea y corrompe». En consecuencia, frente al conservadurismo acomodaticio o moderado, nos recuerda: «El conservatismo está muy lejos de ser una forma de conformismo». El conservatismo auténtico conlleva una constante llamada a la acción y a la responsabilidad.

Que pasa por restablecer los vínculos, con los antepasados a través de la pietas, con los sucesores a través de la tradición o entrega de un legado. La preeminencia de la experiencia sobre el experimento es una guía de conducta. Lo que me ha traído a la memoria la profunda reflexión de ese magnífico escritor conservador que fue Eugenio d’Ors ante un cóctel que habían hecho con champagne: «Los experimentos, con gaseosa». Burke, que lo predijo prácticamente todo, declaró que los revolucionarios en Francia no trataban mejor a los franceses de lo que se trata a un conjunto de ratones en un laboratorio.

Elio Gallego expone que vivimos –como ratones– en los estertores del ciclo político que inauguró la Revolución francesa, y concibe, en línea con Balmes, el conservatismo auténtico como la reacción contra ese experimento mientras que el conservatismo nominal es la connivencia moderada con él. ¿No podría ser –se alarma un momento el lector– que, al marcar el eje en 1789, el profesor desatienda las raíces antiquísimas o intemporales del pensamiento conservador? Perdamos cuidado. Gallego no deja de reconocer que «el conservatismo se percibe a sí mismo como heredero de este patrimonio romano de principios e ideas sobre el matrimonio y la familia» o «la estrecha dependencia de las teorizaciones romanas y medievales de la justicia», por no hablar de su reverencia por Platón y, sobre todo, por Aristóteles.

Del mismo modo, cuando le leí que «las únicas filosofías incompatibles con un pensamiento político conservador son las filosofías progresistas de cuño racionalista», yo, mohíno y tomista, asentí, qué remedio; pero, por suerte, al final del párrafo, añade una coda: «Nos atrevemos a dar un paso más y sostener que el tomismo constituye la filosofía más ajustada al pensamiento conservador, muy por encima de cualquier otra». Y, para mayor gozo, lo demuestra con sólidos fundamentos metafísicos y teológicos, volviendo a constatar que la reacción sí que pudo nacer al contacto con la revolución, pero que el conservatismo, aunque cristalizase entonces como corriente política, venía de mucho más atrás y de mucho más adentro. Y, por tanto, llegará mucho más allá.

Confesaré otra alegría personal. Un excelente crítico literario progresista detectó y afeó en Ejecutoria, mi ensayo sobre la hidalguía del espíritu, una persistente obsesión contra los impuestos. Tenía razón (el crítico). Al leer Conservatismo he entendido que tenía razón (yo). Elio Gallego explica implacablemente cómo, tras la desnaturalización de las Cortes, el poder político ha conseguido «su más preciado y secular sueño: la libertad absoluta impositiva». Vivimos en el Estado Totalitario Fiscal. Burke lo supo con tiempo: «Las grandes batallas por la libertad se produjeron, principalmente, por causa de la cuestión de impuestos». He visto confirmado mi instinto (o mi prejuicio, como más humildemente preferiría decir un conservador).

Podríamos seguir porque, en sus poco más de cien páginas, Conservatismo es una mina de argumentos, de iluminaciones y de sugerencias. Como no disponemos de espacio para comentarlas todas ahora, cerremos en redondo con su propuesta de «una circularidad virtuosa». Para el conservatismo, la sociedad ha de estar siempre al servicio de la dignidad individual de cada persona, pero, a la vez, el ser humano sólo alcanza su máxima dignidad cuando sirve al bien común de la sociedad. La lucha por el bien, la verdad y la belleza no acaba nunca.

El conservatismo es la expresión en el ámbito político del sentido religioso.
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Instituir o restaurar este vínculo entre ambas «constituciones» [la natural de cada pueblo histórico, según Aristóteles y la Carta Magna positiva] es la tarea política por excelencia para un conservador.
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¿No raya lo grotesco, además de doloroso, ver hasta qué punto ha quedado jibarizada la figura del rey? […] Ni aun el fuero de la conciencia se le concede.
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El conservador sabe lo cerca que están progresismo y nihilismo, y hasta qué punto el uno conduce al otro.
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La palabra que en latín se opondría más claramente a conservator y con la que formaría un par de sentido-oposición es corruptor.
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Sólo desde el amor filial es posible que las reformas sean conservadoras. […] Los reformistas vanidosos convergen, aún quizá sin pretenderlo, con los revolucionarios.
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Burke: «Respetando a vuestros antepasados habríais aprendido a respetaros a vosotros mismos».
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La burocracia: una forma de mando y obediencia a la que el conservatismo guarda una especial repugnancia.
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Todo lo que sé es que conservatismo (torysm), decía Newman, es lealtad a las personas.
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No reconocer que el liberalismo económico, cuando se desarrolla en condiciones de una razonable seguridad jurídica, es causa de prosperidad y crecimiento económico es pura ceguera.
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Schumpeter: «La baja del tipo de natalidad me parece uno de los rasgos más significativos de nuestra época». […] La tesis de Schumpeter es que la destrucción creadora puesta en marcha por el liberalismo económico es destructiva del orden social.
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Si no hay nada sagrado más allá de uno mismo, para qué el sacrificio.
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El socialismo es el intento de llevar el estatismo del liberalismo hasta sus últimas consecuencias.
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Familia, id est patrimonium.
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El Estado es la máquina de guerra revolucionaria por excelencia.
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El parlamento actual se ha convertido a lo más en una cámara representativa, sí, pero «representativa» en el sentido de representar al poder y a la mayoría del Gobierno de turno, no al pueblo. Y «representativa» también en cuanto que el parlamento ha quedado reducido al lugar donde los partidos representan unos debates ante la opinión pública que no pasan de ser una pantomima.
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Burnham: «El progresismo (liberalism) es la ideología del suicidio de Occidente».
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[A la idea romana de que la justicia es dar a cada uno lo suyo, se suma una idea de raigambre platónica:] hay justicia cuando cada cual hace lo suyo […] Idealmente, cada uno debería dedicarse a aquello para lo que sirve […] En consecuencia, la clase dirigente debería estar compuesta por los mejores […] tanto en un sentido de preparación «profesional» como de virtud moral.
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El conservatismo, por tanto, asume una posición antiigualitaria, precisamente en la medida en que postula un orden social justo […] Pues si la desigualdad puede ser injusta en ocasiones, la igualdad estricta lo es siempre.
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Bienes como el honor, la amistad, la generosidad o el amor hablan de una dimensión social inherente a la vida humana.
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