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Las redes sociales funcionan como plataformas para el intercambio de información u opiniónSaeed Khan / AFP

El Debate de las Ideas

La Regla en redes

Quedamos en pleno centro de Madrid, a la sombra de la iglesia de San Andrés, en el barrio de La Latina

Hace unas semanas tuve un encuentro feliz con un monje que tiene –por sus encargos y su inclinación personal– una cierta presencia pública internacional. Quedamos en pleno centro de Madrid, a la sombra de la iglesia de San Andrés, en el barrio de La Latina. Pasamos un momento dentro del templo, y señalé también el lugar donde estaba la casa de San Isidro: «Es impresionante cómo está presente la fe y la historia de la Iglesia en cada rincón de España» (él estaba de visita: es extranjero). Vestía con total naturalidad su hábito. Ante mi preocupación, aclaró: «Como saben los habitantes del desierto, el hábito es mucho más fresco de lo que piensa la gente». Pero la gente que nos rodeaba había elegido una estrategia claramente distinta para lidiar con los calores. Sólo sus gafas de sol desvelaban un toque de estilo, que rimaba con su acento british.

La celebración del jubileo de los influencers me ha hecho recordar esta reciente conversación, que me gustaría compartir, pues tiene algo de interés para todos aquellos involucrados en la evangelización en las redes, ya como protagonistas, ya como usuarios, ya como observadores del fenómeno.

Yo respondí primero a sus preguntas sobre mi vida y trabajo. Pero tenía preparada una tanda de tres cuestiones, relacionadas entre sí. Aunque intenté no atosigarle, aquello pudo parecer un interrogatorio inquisitivo. En realidad esas preguntas eran el resultado de un interés eminentemente personal, introspectivo. Las respuestas, sin embargo, me parece que contienen importantes enseñanzas para todos. Y no por sensatas dejan de ser sorprendentes.

¿Cómo hace compatible su original vocación contemplativa con la vida activa que su ministerio le obliga a llevar? ¿Cómo evitar caer en esa contradicción de algunos que para proclamar el silencio llevan una vida agitada?

«¡Oh! En realidad la vida contemplativa es una vida muy activa. La Regla de San Benito lo enfatiza. En cada momento del día hay algo que hacer y someterse a ese ritmo es muy sacrificado, aunque muy liberador. Pero tienes que elegir deliberadamente hacer eso que te toca hacer, dejando el resto. Y luego, elegir hacer lo siguiente. Y así todo el día». «También es muy importante que lo que es urgente para otros no lo sea para ti. Muy pocas personas tienen mi móvil, y nunca respondo al teléfono al momento, aunque algunos se enfadan». Ciertamente mi interlocutor estaba plenamente presente en nuestra conversación.

Cuando le dejé en la puerta de su siguiente cita, en vez de entrar directamente se despidió de mí en la calle, aludiendo a que iba a rezar una de las Horas del Breviario. Una cosa detrás de otra… parando para alimentarse de la Palabra de Dios. Como un cetáceo que necesita respirar para seguir bajo el agua.

En el mundo de las redes lo personal es lo que mejor funciona, y la aparición del propio rostro es siempre un boost para los clicks y los likes. El egocentrismo no es un riesgo lateral, es una estrategia de éxito ¿Cómo evitar que la sobre-exposición derive en narcisismo, so capa de servir a una misión o mensaje? Es tan obvio que hay una tensión entre llamar a superar el ego hablando de uno mismo… Y sin embargo el narcisista es incapaz de darse cuenta. Aquí hice referencia –por el contexto, era lo más relevante– al «tuiter curita», y a la tentación de buscar una «parroquia virtual» que aplauda, sobre todo cuando la «parroquia real» es… demasiado real. En este campo hay tanta gente sola o necesitada de excitar sus sentimientos religiosos que es fácil tener mucho éxito. Además, ¡es tan fácil explotar inconscientemente el atractivo físico de un sacerdote o una persona consagrada! Basta ceñir un poco la ropa, engolar la voz, sonreír estudiadamente…

«En realidad yo no soy muy famoso. Y supongo que podría serlo más. Cuando decidí que parte de mi ministerio exigía tener presencia pública –escribir libros, dar conferencias y entrevistas, etc– me recomendaron algunos amigos expertos que me abriera cuentas en redes sociales. Y lo valoré durante un tiempo. Pero discerní que era mejor limitarme a tener un blog. Además, el blog no lo gestiono yo. De modo que ni sé cuántos likes tiene cada entrada. A los que me lo llevan, les indiqué también que sólo hubiera una foto mía, en la presentación, porque la gente tiene derecho a saber quién soy. Pero en las noticias y comentarios, pedí no aparecer nunca retratado. Y –si era imprescindible– salir fotografiado por detrás. Estoy muy contento con esta decisión, que me resulta muy liberadora, aunque sé que limita el alcance inmediato de lo que escribo».

Por último, comenté que entre los eclesiásticos en redes parecía muy difícil eludir el marco del antagonismo entre progresistas y conservadores. También aquí hay un incentivo perverso para ganar notoriedad: la polémica. Pero si entras a ese juego caes fácilmente en trampas. Antagonizando creas una afición que celebra sus tomas de posición contundentes; y una cámara de eco que te hace pensar con menos espíritu crítico y ponderación; pero también un coro que instrumentaliza cualquier declaración tuya para hacer su propia batalla… Le hice notar, sin embargo, que él evita activar los marcos más polémicos y polarizadores, aunque no es menos ortodoxo o tradicional que otros más conocidos. ¿Es algo deliberado y consciente? le pregunté.

«En realidad me aburre tremendamente entrar al trapo de esas polémicas y modos de afrontar las cosas», me contestó, como diciendo que esto ni siquiera es una tentación para él. De hecho, en una conferencia que le he escuchado, para hablar de la situación de la Iglesia en el post-concilio (causa y efecto de la politización que sufrimos), mi amigo se retrotrajo a una obra literaria de la Antigüedad, donde ya detectaba la misma dinámica de la vida humana que hoy experimentamos. Como diciendo –sin decirlo– que nuestras disputas actuales carecen de profundidad y perspectiva. Nos polarizamos en un vaso de agua, parafraseando la expresión popular.

Hablamos de más cosas, pero querría hacer balance. A riesgo de repetirme, creo que pueden extraerse cuatro artículos de «La Regla del monje en redes»: Regla 1: presta completa, amorosa y deliberada atención a lo que tienes presente. Regla 2: no hables de ti mismo y oculta tu rostro –salvo lo imprescindible. Regla 3: no tomes decisiones pensando en los likes y –para eso– ni los mires, que otros hagan ese trabajo. Regla 4: cuida las palabras que usas. Polarizar es aburrido si te preocupas por lo importante: la verdad de fondo, el encuentro afectuoso con las personas.

Cabe hacer una advertencia evidente: estas no son reglas para triunfar en redes, y quizá no todo el mundo pueda seguirlas estrictamente. Pero creo que mis inquietudes y preguntas se correspondían con las de mi amigo, que las tenía bien pensadas e interiorizadas, traducidas en pautas de conducta concretas. En eso sí creo que hay que imitarle.

Ricardo Calleja Rovira es Doctor en Derecho

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