El ministro de Cultura Ernest Urtasun
Nada nuevo con los premios nacionales: Urtasun sigue galardonando a los leales
La dinámica de los premios nacionales sigue la misma línea impuesta por el ministro Urtasun de premiar aquellos proyectos y a aquellos creadores alineados con la estrategia del gobierno de coalición
Hubo un tiempo en que los premios nacionales que otorga el Ministerio de Cultura eran sinónimo de prestigio y reconocimiento a una carrera caracterizada por la excelencia.
Así, el Premio Nacional de Poesía se le concedió a nombres tan sobresalientes como Luis Alberto de Cuenca, José Hierro y anteriormente Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso o Gerardo Diego.
Lo mismo puede decirse del Premio Nacional de Narrativa, que en su día ganó Javier Marías, Juan Marsé, Miguel Delibes, Camilo José Cela, Francisco Ayala o Carmen Laforet.
En cuanto al Premio Nacional de las Letras Españolas, lo obtuvieron en el pasado Ana María Matute, Francisco Umbral, Antonio Buero Vallejo, el mismo Miguel Delibes o Francisco Ayala.
Hoy, sin embargo, y a fuerza de instrumentalizar los premios nacionales, de utilizarlos con fines partidistas e ideológicos, de emplearlos como palanca de cambio del paradigma cultural o para proyectar a la sociedad una cultura «oficial», los premios nacionales no viven su mejor momento.
La degradación ha experimentado una importante aceleración con Ernest Urtasun al frente del Ministerio de Cultura.
La eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia por puro capricho ideológico del titular de Cultura ilustra a la perfección cuál es, según el líder de Sumar, la función de los premios nacionales. Y, según su concepción, esa función no es la de promover y celebrar la cultura y las letras españolas.
Echando un vistazo a los premios nacionales del año pasado vemos cómo se han priorizado los perfiles que respondían a criterios ideológicos de izquierda alineados con la agenda del gobierno de coalición PSOE-Sumar y sus aliados parlamentarios.
Se premiaron creadores de izquierda, independentistas y cuya lengua de creación era alguna de las lenguas cooficiales de sus correspondientes comunidades autónomas.
La escritora gallega Chus Pato, reconocida independentista, ganó el Premio Nacional de Poesía con su poemario Sonora.
El Premio Nacional de Narrativa fue para el escritor Raúl Quinto –un escritor que repite el discurso del Gobierno contra Israel o cuyos mensajes muestran una obsesión con los peligros de la ultraderecha– por su novela Martinete del rey sombra.
Por su parte, el también escritor gallego (y en lengua gallega), columnista de El País y reconocido sanchista Manuel Rivas ganó el Premio Nacional de las Letras Españolas.
Además, otros premios nacionales fueron a parar a perfiles similares: el premio Nacional de Teatro fue para el Teatro del Barrio, cuna de Podemos y feudo de la extrema izquierda cultural.
O el Premio Nacional de Fomento de la Lectura fue para la revista valenciana, íntegramente en valenciano Camacuc, alineada con las tesis del catalanismo.
Los premios nacionales de 2025, por lo que se ha ido viendo hasta ahora, van en la misma línea.
No es que el poemario Con de Miriam Reyes sea desdeñable, pero está lejos de un José Hierro o un Vicente Aleixandre. En comparación, es un Premio Nacional de Poesía menor.
Lo mismo puede decirse del Premio Nacional de Literatura Dramática 2025, que ya a estas alturas a nadie sorprendió que se concediera a una obra en catalán, L’imperatiu categòric, de la dramaturga argentina afincada en Cataluña Victoria Szpunberg, y que únicamente se ha representado en Cataluña.
Y, por supuesto, el Premio Nacional de Cinematografía, que se le concedió al actor catalán Eduard Fernández, protagonista de El 47, película rodada en catalán respaldada por el mismo Pedro Sánchez.