El escritor, Andrés Trapiello, durante su entrevista para El Debate
Entrevista a Andrés Trapiello
Andrés Trapiello: «El propósito con la Ley de Memoria Histórica era dividir»
El Debate entrevista a Andrés Trapiello con motivo de su último ensayo, 'Próspero viento' (La Esfera de los Libros)
Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) se define como un escritor realista, que ha ido recorriendo distintas estaciones a lo largo de su vida plasmadas en los veinticuatro tomos del Salón de pasos perdidos y en «tantos libros» para poder estar solo.
Cervantista por convicción, con las propinas de los bautizos cuando ejercía de monaguillo se compró su primer libro, que no podía ser otro que una edición del Quijote.
De ahí toma el título de su nuevo libro, Próspero viento (La Esfera de los Libros), un «híbrido» entre el ensayo y la memoria, que se inicia con «el disparatado propósito de tomar hábito», cuenta como perteneció a la Joven Guardia Roja, se cansó de ser moderno, y otras andanzas hasta llegar a la Plaza de Colón arengando a la multitud contra los indultos que iba a conceder el Gobierno de Pedro Sánchez a los separatistas catalanes, que dejó atónitos a sus hijos.
Observador de la vida en minúscula, de la que realmente importa, y de la hoguera de las vanidades de la literatura, ha tomado por asalto la política, «a menudo quijotescamente», para incredulidad de muchos al ponerse de nuevo al remo para evitar que se vuelva a las andadas y denunciar que «los vientos que corren hoy en todo el mundo no son propicios para las democracias liberales».
–Sus libros se enzarzan unos con otros como en un cesto de cerezas, ¿está en Próspero viento la esencia de su obra, pero con un matiz más político?
–En principio, los escritores son todos un poco Sherezade, y van engarzando un relato tras otro, tratando de seducir al sultán-lector; le va la vida en ello.
Con el tiempo, el escritor desarrolla unas ciertas armas narrativas y algunos recursos, aunque si te gusta contar historias, sale de una forma muy natural. Algo que hace muy bien Cervantes, sobre todo en El Quijote, que cuenta con enorme libertad.
Hay gente que dice: «Al Quijote le sobran 500 páginas». Es verdad, pero si nos hubiera dado otras 15.000, también las hubiéramos leído con gusto.
Si tienes curiosidad, todo se va armando por sí mismo, y se armoniza. Este es un libro que recoge mi vida política, pero también está presente la poesía, la prosa, la novela, el ensayo, todo un poco mezclado. Un poco lo que es mi vida, todo a medio hacer y sin clasificar.
–Entró en política por su primer amor, que le dejó al despedirse cinco ejemplares de Mundo Obrero, ¿sabía entonces que la Brigada Político Social por tener el periódico del PCE u octavillas le podía llevar a la cárcel?
–Por el modo en que te pasaban los Mundos Obreros, rodeado de clandestinidad, de misterio, lo sabías; como ir a un burdel, todo el mundo sabía que podía contagiarte de la sífilis.
Se daba por hecho que mantener en casa propaganda ilegal era peligroso, y que podrías librarte mejor o peor, pero desde luego era un acto que se castigaba a menudo con harta severidad.
Sabías perfectamente que por delitos de propaganda te podían condenar a cuatro años de cárcel, que te rompían la vida. Conozco el caso de alguien que se acabó suicidando por entrar en esa especie de vida kafkiana que imponía la dictadura.
–Una especie de Proceso. Usted participó en las huelgas universitarias de la Facultad de Filosofía y Letras los cuatro años que pasó en Valladolid y formó parte de la Joven Guardia Roja del PCE (i)…
–Cuando he querido volver atrás en el tiempo, no me arrepiento en absoluto de haber sido un militante antifranquista. Lo único de lo que reniego es de haber luchado contra el franquismo en un partido político tanto o más siniestro que el propio franquismo.
«No soy nada partidario de cancelar ningún libro. Los libros son menos nocivos de lo que algunos piensan»
Las directrices del partido sobre la conducta de sus militantes eran estrictas. Ordenaban cómo tenían que vestirse, qué decir y hacer, cuáles eran sus proyectos para la España entre comillas «democrática», diseñando centros de reeducación como en China… Todo era bastante siniestro. La vida de los propios militantes más cualificados era terrible. Se privaban de cualquier alegría, de relación natural con la vida. Un asunto tenebroso.
–Cuándo militaba en el partido ¿experimentó lo que más tarde se acuñó como la «superioridad moral de la izquierda»?
–En eso seguimos. Es bastante desesperante cuando oyes hablar a Pedro Sánchez o a muchos del Partido Socialista, del Partido Comunista o incluso de los nacionalistas, que están en el lado correcto de la historia.
En aquel momento se hablaba en los partidos de izquierdas de lo mismo. Creíamos estar en ese lado correcto, que en el caso de mi partido era el de Lenin, Stalin y Mao Zedong, unos asesinos en serie.
Y que 100 años después haya alguien que reivindique el lado correcto de la historia ese lado monstruoso, es decepcionante. Lo cierto es que la inmensa mayoría de las personas antifranquistas que conocí durante esos años eran escasamente democráticas.
–A usted le terminaron echando con la excusa de que era «revisionista, drogadicto y maricón»...
–A mí y a otros dos camaradas. Ninguno era gay, pero es verdad que entonces se fumaban porros, y desde luego éramos revisionistas, que era cómo se llamaba a los del Partido Comunista de España de Santiago Carrillo, porque habían revisado los principios marxistas, leninistas, maoístas y habían aceptado un pacto nacional por la reconciliación y un tránsito pacífico a la democracia.
«Cuando el Partido Socialista y todos sus asesores se han dado cuenta de que Franco no tiene el menor recorrido, han variado y el último comodín para dividir, es Gaza»
En mi caso, lo que quería era salir de la secta, te veías a tus camaradas y te aterraba reconocerte en ellos. Mis jefes jerárquicos eran muy siniestros. Cuando novelé aquel tiempo en El buque fantasma, enfadó a muchos; era una mirada sarcástica a ese mundo. Me lo tomé a broma, pero realmente se pasaba mal. Yo pasé mucho miedo. Estuve medio escondido un año viviendo a salto de mata…
–Incluso le dijo Billy, El Niño: «¡Ya te cogeré, jodío!».
–Me pasó a mí y le pasó a mucha gente, no fue una cosa excepcional, pero llegó un momento en que era bastante pesada y aburrida esa vida, aunque seguí pensando poco más o menos lo mismo del franquismo y de la legitimidad de la lucha por la libertad.
La última vez que levanté el puño fue unos años después el día del entierro de los abogados laboralistas asesinados en Atocha. Fui allí, y aunque ya no era comunista, sí me parecía importante subrayar, levantando el puño, que estaba con ellos.
Era como decir: «Yo también soy comunista». Y si hubiera sido un judío, hubiera dicho: «Yo también soy judío». O un crimen de odio homosexual, hubiera dicho lo mismo: «Yo también soy gay». Nada que no hubiera hecho un demócrata.
–¿También tuvo esa sensación de superioridad por abstenerse de votar la Constitución de 1978 de lo que luego se arrepintió?
–Sobre todo, esa frivolidad, porque estábamos en Madrid, gente que habíamos estado de verdad en el antifranquismo, en mi caso desde el año 1971, y era como si me hubiera ganado los galones de demócrata y de contribuir en un modo u otro al final del franquismo.
Y eso no era cierto, porque el franquismo dio paso a la democracia con una fórmula mágica: «de la ley a la ley». Todos los españoles, de una manera tácita, entendieron que la derecha debía renunciar a ejercer el poder, y la izquierda a ejercer la venganza.
Los partidos de la oposición no consiguieron absolutamente quitar ni un solo día al franquismo ni a la vida del dictador. Se ha dicho mil veces, pero hay que repetirlo: Franco murió en la cama 40 años después de su exaltación a la Jefatura del Estado.
La transición de la dictadura a la democracia se hace por una especie de milagro, donde intervienen varios factores: Suárez, el Rey, Carrillo y, sobre todo, la sociedad española muy madura y muy madurada en el dolor y en el miedo a incurrir en otra guerra civil.
–Se toma con ironía que lo hayan echado de los lugares más diversos –del noviciado, de su casa, del PCE, de TVE, de El País, La Vanguardia…–, ¿quizá será que finalmente usted resulta polémico?
–Ramón Gaya decía: «Yo no soy polémico. Resulto polémico». Me acuerdo a menudo de esa frase, y me hace sonreír. Mi biografía es prácticamente parecida a la de casi todo el mundo y a casi todo el mundo le han echado de muchos sitios. No quiero presumir de eso.
«Lo primordial es acabar con el sanchismo»
Al contrario, estoy muy agradecido a todos aquellos que me han echado de sitios de los que me habría ido de todos modos, me facilitaron un poco las cosas. Y cuando se cierra una puerta, se abre otra. Conmigo la vida ha sido infinitamente generosa, me ha dado tres veces más de lo que me ha quitado.
–Cuando escribe de política, ¿qué le puede hacer perder los papeles?
–Procuro no perder los papeles. Dice Fernando Savater que le gustan poco los debates públicos, porque acaba gritando y perdiendo la razón. Hablando me sucede algo parecido. Ahora, cuando se escribe, es otra cosa.
Si pierdes los papeles cuando escribes es porque eres un poco energúmeno. Escribir consiste en encontrar siempre un equilibrio y razonar aquello que estás pensando. Cuando estás hablando puedes dejarte arrastrar por la pasión, por el ímpetu, y que te obceques.
Escribiendo no debería ocurrir. La palabra escrita requiere una cierta adecuación entre el pensamiento y la velocidad de tu pluma o de tu ordenador. Te da tiempo a pensarte las cosas.
–Aunque se ha quedado a gusto en alguna de sus respuestas. Por ejemplo, con la carta abierta a Luis García Montero por el tema de Gil de Biedma.
–En toda esa polémica solo son ideas. No he dicho lo que me parece la obra de García Montero ni tengo ningún interés en ello.
No estamos hablando de poesía. No es tampoco ni una venganza personal ni un ajuste de cuentas. Mal que bien, uno intenta hacer en la literatura algo que tenga un poco más de aliento y si trata de ideas polémicas, tomárselo en serio.
«No me vengas a contar que lo del novio de Ayuso es igual o peor que lo de Ábalos, Koldo, Cerdán e igual que lo de Sánchez. El novio de Isabel Díaz Ayuso no ha comprado 7 votos traicionando todo lo que pensaba»
En el caso de Gil de Biedma, un asunto espinoso, digo estúdiese, léase, divúlguense sus poemas, pero no paguemos con dinero público un homenaje a un maltratador y a un pederasta. No es un hombre que confiesa algo que le avergüence.
No voy a censurar absolutamente la obra de nadie, pero no es mucho pedir que el Gobierno que cancela esa misma semana a Plácido Domingo por unas acusaciones todavía no probadas o que da la nacionalidad a un súbdito británico como James Rodhes solamente por el hecho de que ha sido abusado, no puede tributar un homenaje en el Instituto Cervantes a un poeta que alardeó de haber sido un abusador.
Si en vez de ser Gil de Biedma hubiese sido un cura, te aseguro que esa polémica no se hubiera producido en España, entre otras cosas, porque jamás habría tenido un homenaje en ninguna institución pública.
–El Consejo de Ministros acaba de aprobar un anteproyecto para tipificar como delito la violencia vicaria, que permitiría prohibir libros como El odio sobre José Bretón, ¿qué opina sobre la cancelación de este tipo de libros?
–No soy nada partidario de cancelar ningún libro. Los libros son menos nocivos de lo que algunos piensan. Tanto de derechas como de izquierdas. ¿El libro de Hitler? Hay otros mil libros que lo pueden contrarrestar.
La apología de Bretón, exactamente lo mismo. Pero entiendo que la misma libertad que existe para publicarlo, existe para no publicarlo. Si soy su editor, y me encuentro con un libro que es una apología de un asesino, con la misma libertad le puedo decir que no.
Por mi parte, he sido muy libre a la hora de pensar algunos lugares comunes sobre la Guerra Civil, y soy consciente de que me iban a cancelar. Ahora también soy muy libre de denunciar que alguien moralmente me pueda cancelar, pero agradecería que no diera lecciones. Decía Ernst Jünger: «No puedo evitar que me escupas en la cara, pero sí que me des palmaditas en la espalda».
–¿Cómo se sintió al pasar de ser un escritor de cámara a convertirse en alguien que arenga en manifestaciones contra los indultos y la amnistía?
–He sido un animal político circunstancial. El primer mitin iba a ser de Fernando Savater. Contra los indultos a los separatistas. Estaba en el hospital y no estaba para venir a arengar a nadie. Entonces me lo pidió Rosa Díez, y dije: «Me ha tocado».
Y el segundo mitin fue para protestar contra la amnistía. Para decir lo mismo que habían dicho quienes acabaron concediéndola, por siete votos.
A veces me dicen: «Pero es que en Colón había gente que era muy facha, de la extrema derecha». Sí, y delante de mí estaba Vargas Llosa, con sus casi 80 años y un sombrero panamá aguantando a pie firme el sol, y Cayetana Álvarez de Toledo. Liberales, cultos, aristócratas de intemperie, que decía Juan Ramón.
–¿Algunos amigos no le perdonan su imagen en la plaza de Colón?
–Durante los 25 años que voté al PSOE, ningún amigo mío de derechas me reprochó nunca nada, nadie me dijo: «¿Cómo estás votando a este mameluco de Felipe González? ¿O cómo puedes votar a Alfonso Guerra?». Jamás, nunca, nada.
Y, en cambio, la primera vez que pedí el voto para Isabel Díaz Ayuso, se me echaron en tromba muchos amigos muy cercanos, pidiéndome explicaciones. Y cuando se las das, dicen: «No, pero es mucho peor lo otro».
No me cuentes si es peor o mejor, lo que tienes que explicarme, al contrario, es por qué sabiendo que Pedro Sánchez es un político corrupto, te parece que es mejor votarlo que a otro que no sabes ni siquiera lo que hará.
–Y en esa dialéctica saldrá el fraude fiscal del novio de Ayuso para contrarrestar al hermano y la mujer de Sánchez…
–Decía Arcadi Espada en un artículo con muchísima gracia que, si Ayuso rompe con su novio, se quedan sin caso, porque ese posible fraude es anterior a la relación y no implica al Gobierno de la Comunidad de Madrid.
Si mañana Isabel Díaz Ayuso, Dios no lo quiera, rompe con su novio, ¿de qué estaríamos hablando? Por tanto, no me vengas a contar que lo del novio de Ayuso es igual o peor que lo de Ábalos, Koldo, Cerdán e igual que lo de Sánchez.
El novio de Isabel Díaz Ayuso no ha comprado siete votos traicionando todo lo que pensaba y había dicho que no haría. Si quieres hablamos de Educación o Sanidad en Madrid, pero no me vengas con lo de la corrupción de su novio, que tenemos un fiscal general que por ese novio ha prevaricado e irá al banquillo.
–Sus hijos estaban atónitos…
–Nuestro mundillo, el de la cultura y el de la literatura, es mayoritariamente de izquierdas y bastante autocomplaciente. Y es muy difícil disentir, es muy incómodo estar llevando la contraria a prácticamente todos tus amigos.
Es mucho más fácil dejarte llevar por las opiniones, aunque en general tampoco estén muy fundamentadas. Están hablando desde la pura emotividad. Y no puedo hablar así con personas a las que quieres mucho y con las que te vas enfadar.
No quiero que nos suceda lo que les ha sucedido antes a los catalanes, que han terminado divididos, enfrentados. Lo que está intentando hacer claramente primero Rodríguez Zapatero y ahora Sánchez.
–¿Se ha vuelto al lenguaje guerracivilista tras la Ley de Memoria Histórica de Zapatero?
–Entiendo que la sociedad española está más madura de lo que se cree y ese intento de levantar el muro y de dividir lo tienen claro, pero en absoluto hecho.
El propósito con la Ley de Memoria era dividir, sin lugar a dudas. Pero el recorrido que ha tenido es muy corto. Estamos en el mes de octubre. Iba a haber 100 actos en el año de Franco.
Y no han hecho ni dos. Por cierto, habría que preguntar: Todo el dinero que destinaron a esa partida presupuestaria ¿Qué se ha hecho de él? Tampoco me cabe la menor duda de que habrán cobrado unos cuantos. Pero actos, ninguno.
–Como decía Sánchez Ferlosio, solamente asistieron al acto inaugural, ¿quizá porque esa propaganda no le vale para cubrir la corrupción?
–La gente encuentra risible que se les venga a estas alturas a hablar de Franco. Pero ¿de qué me estás hablando? Es como si vengo a hablar a la sociedad española de Fernando VII, el rey felón. Ni saben ni quién fue Fernando VII ni qué significa la palabra felón.
Lo que sí es primordial es quitar a un partido extremista y sectario como es el de Pedro Sánchez
Cuando el Partido Socialista y todos sus asesores se han dado cuenta de que Franco no tiene el menor recorrido, han variado y el último comodín para dividir, es Gaza. Siempre van a intentar encontrar algo con lo que dividir para movilizar a los votantes de izquierda.
–¿Hay espacio para un partido de centro, para esa tercera España que no se identifica ni con la una ni con la otra, como menciona en su libro?
–No sé si hay espacio o no para un partido, lo que sí es primordial es quitar a un partido extremista y sectario como es el de Pedro Sánchez. Si se hace desde el centro derecha, me parece lo ideal.
Que se haya de contar con otros votos, tampoco me parece lo más grave. Están gobernando con exterroristas de Bildu y golpistas catalanes, y nadie se escandaliza ni se rompe las vestiduras. Lo primordial es acabar con el sanchismo.
–Sus socios de coalición miran para otro lado a los casos de corrupción…
–El sanchismo no solo es Pedro Sánchez, sino todo el entramado de corrupción de gente que vive del sanchismo, desde Ábalos y Cerdán al último militante socialista que tiene el cuajo de cobrar vía partido un suelo de las instituciones.
El tipo mediocre en Badajoz que está moviendo los hilos para que el hermano tenga un puesto de trabajo al que no va, es igual de siniestro que Pedro Sánchez o la fontanera esa que ha salido últimamente, tan cómica.
La política tiene que echar a gente de esa calaña, secar sus caladeros y vaciar sus comederos. Y si los otros que vengan son peores, se les echa, que para eso están las elecciones, las que ahora no quieren ver ni en pintura el gobierno ni sus socios.
–Cuando Ymelda Navajo le encarga un libro sobre la hegemonía cultural de la izquierda, ¿pensaba que podía hilar tantos detalles de cómo esa hegemonía ha impuesto que está en el lado correcto de la historia?
–No soy un teórico, hay mucha gente que lo haría infinitamente mejor como el propio Fernando Savater o Félix Ovejero.
No es un libro de teoría, sino de experiencias. En una vida larga, te ha dado tiempo a ser testigo de situaciones políticas contradictorias, ambiciones, mentiras, oportunismo. Al escribir el libro te ves obligado a aclarártelas.
Este es un libro de literatura, yo solo soy un escritor, y he querido contar una vida en relación a la política. Y querría que el lector, cuando termine el libro, si lo termina, pueda sacar sus propias conclusiones, y seguro que también una idea aproximada de mí.
–La verdad siempre, como diría Baroja.
–La verdad siempre por delante, contada a ser posible con sencillez, sin dobleces, sin cámaras oscuras, sin pactos extraños. Esto es este libro.
Siempre me he guiado en literatura por dos principios: Solo hechos, que es lo que decía Dickens, y si miento, me aburro, que decía Stendhal. La verdad es mucho más entretenida que la mentira, incluso que la ficción en la mayoría de los casos.
El libro empieza cuando era muy joven y termina en la plaza de Colón. A veces me preguntan: «¿Cómo empezando en el Pce (i), has acabado votando al Partido Popular?». También he votado 25 años al Partido Socialista, a UPyD, y a Ciudadanos.
Lo importante no es el quién, sino el qué. Y en cincuenta años he votado siempre lo mismo: por la libertad y contra el fanatismo y las ficciones políticas, sean comunistas, separatistas o nacionalistas.
–Y fue en la lista del Senado de UPyD.
–Sacamos menos votos que el Partido Animalista. Pero, insisto, lo importante no es a qué partido has estado votando, sino contra qué te has manifestado.
Y en todos estos años siempre contra las mismas cosas: contra los liberticidas, la mentira, la farsantería y los falsos profetas. He mirado siempre en contra de aquellos que atentaban contra la libertad, la igualdad y la fraternidad.
–El libro está dedicado a Mario Vargas Llosa, ¿era una deuda por su prólogo a la traducción de El Quijote?
–Sí, pero no solamente. Además, me salva de la mili, gracias a que le conté al sargento del Hospital Militar de Valladolid de qué iba Conversación en La catedral, dándole sopas con honda a todo el realismo mágico, y cerrando el círculo cuando su nieta respondió a una carta al director corroborando la historia de su abuelo de que a mí la mili no me iba a servir de nada.
Vargas Llosa, aparte de ser fascinante, era un genio, generoso hasta extremos inimaginables, y un hombre que se dedicó en cuerpo y alma a defender la libertad. El mío es un pequeño homenaje, que sólo siento que llegue tarde.
Al escribir el mío he tenido siempre presente un libro suyo, una obra maestra de la literatura memorialista, El pez en el agua, sus memorias personales y políticas. Ese ha sido el modelo, aunque desgraciadamente se parecen poco.
–Una última curiosidad, usted cervantista, ¿ha visto El Cautivo de Amenábar?
–Cuando escribí La vida de Miguel de Cervantes, el asunto de la homosexualidad estaba circulando por las universidades europeas y americanas con argumentos de peso y al mismo tiempo irrelevantes. Si a Cervantes lo sodomizan o no en Argel es irrelevante, no tiene significación literaria para mí.
Con Cervantes cada época proyecta sus preocupaciones: cuando a Cervantes se le descubre en el siglo XIX, se le hace adalid de la libertad, de las causas imposibles, romanticismo puro. Cuando surge en Europa la cuestión hebraica y el sionismo, a Cervantes se le hace judío. Y ahora, se le hace homosexual.
Hay argumentos de los que puedes deducir que fue un hombre sometido, pero si no hubiera estado cautivo, probablemente no lo hubiera sido. Da igual. No añade nada ni al Quijote ni a la obra de Cervantes. Ahora, libertad de cultos, y que la gente fantasee con lo que quiera.