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Luis García Montero recibe el Premio Blanquerna de manos del presidente de la Generalidad de Cataluña, Salvador Illa

Luis García Montero recibe el Premio Blanquerna de manos del presidente de la Generalidad de Cataluña, Salvador IllaEFE

Premio Blanquerna

Cataluña concede a García Montero el Premio Blanquerna en una sectaria mezcla de ceremonia y popurrí

El Premio Blanquerna lo da la Generalidad de Cataluña en Madrid a personas o entidades que se han destacado en la proyección de Cataluña. Llevaba ocho años sin otorgarse. El último se lo entregó Puigdemont a Vicente del Bosque

El Premio Blanquerna lo concede la Generalidad de Cataluña a personas o entidades que se han destacado por la promoción, la proyección o el desarrollo de Cataluña a través de la «delegación» del Gobierno catalán en Madrid. Una suerte de «embajada» que en realidad es una librería que hace las veces de aquella.

El galardón se creó en 1993 y ahora se ha recuperado después de ocho años. El último se lo entregó Puigdemont a Vicente del Bosque. «Robustecer los lazos entre Cataluña y el resto de España» es su motivo a decir de la delegada de la Generalidad en Madrid. Una ceremonia confusamente bilingüe donde no se sabía cuando empezaba y terminaba el catalán y donde empezaba y terminaba el español.

Angels Barceló como miembro del jurado apareció para leer el fallo y de García Montero que era un «poeta crítico» al que se le premia por su «compromiso con todas las literaturas del Estado» y por convertir el «instituto en un puente de diversidad». Acto seguido el actor Josep María Pou salió a la palestra para leer e interpretar en catalán.

Noemí Montetes-Mairal, directora del Aula Poética de la Universidad de Barcelona y promotora de la candidatura de García Montero glosó al premiado comparándolo (en una alucinación) con el linguista y primer galardonado por los Blanquerna, Fernando Lázaro-Carreter. Al director del Instituto Cervantes le trató de «doctor». Un verdadero homenaje sentido en realidad como escandaloso masaje: «El andaluz vinculante», «el poeta que apuesta por la diversidad». «Porque las lenguas no deberían separar sino unir».

Esto lo dice un Gobierno, el otorgante del premio, que no permite estudiar a los niños en español o rotular a los comerciantes en español: escuchar para creer. Otra vez Josep María Pou salió para recitar en catalán ante la atenta mirada y oídos de una nutrida representación del Gobierno catalán, encabezada por su presidente, Salvador Illa, y del Gobierno español: la presidenta del Congreso, Francina Armengol, ministros y secretarios de Estado.

Dijo García Montero que estaba muy emocionado y citó a Margarit: «La libertad es una librería». Citó también a los escritores catalanes que escribían en español como Gil de Biedma, Goytisolo o Juan Marsé. Carme Riera y su obra también fue mencionada como nexo con los poetas y escritores catalanes. Dijo que le gusta escuchar sus poemas traducidos al catalán. Hizo alusión a algunos amigos y a Tusquets, la editorial de su exmujer fallecida Almudena Grandes.

Agradeció para terminar a los políticos presentes, uno de los cuales, Salvador Illa, intervino para mostrar el honor de entregar el premio a una figura como la de García Montero, que busca «la verdad más profunda en todas las lenguas que promueve desde el Instituto Cervantes». Fortalecer la diversidad cultural es fortalecer la convivencia. La «fraternidad con todos los pueblos de España», «la verdad plural».

«Defender la verdad significa defender los valores humanos», dijo Illa, traduciéndose a sí mismo sin demasiado orden. Hubo aplausos cuando se refirió a los «migrantes» que vienen a «enriquecer». «La memoria que nos permite recordar la muerte de Franco». Y mencionó el franquismo como una «dictadura cruel e injustificable».

«La verdad es defender la política noble», dijo, en un discurso de fraternidad que choca con algunas realidades como el antifranquismo celebrado como madre de todas las libertades, a mayor gloria del llamado «comodín del Gobierno», y en lo que devino casi en aquelarre con la actuación del cantautor anarcosindicalista Paco Ibáñez.

El trovador valenciano comenzó su actuación en euskera, siguió en catalán y terminó con A galopar, el poema de Alberti que glorifica la violencia (entre aplausos de la gubernamental concurrencia), para celebrar al premiado director del Instituto Cervantes, institución cuya misión es (aunque no lo pareciera en la enredada ceremonia del recuperado Premio Blanquerna) «... promover universalmente la enseñanza, el estudio y el uso del español...».

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