Un patinete, un caniche o un «Dulcineo» ¿Cómo sería el Quijote sugerido por el Cervantes de García Montero?
Para empezar, «el hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor» podría ser «la persona de las de teléfono inteligente, tatuaje moderno, patinete de alquiler y caniche ladrador»
García Montero caracterizado como «El Quijote»
El Quijote es el último objetivo de las «relecturas» de los clásicos. El inquietante Instituto Cervantes de Luis García Montero acoge una exposición donde se dice reinterpretar la obra «como metáfora del pensamiento humano frente a la máquina, planteando una reflexión sobre la autoría, la memoria colectiva y la sostenibilidad simbólica».
«Perspectiva ecológica, de género y filosófica-distópica» para obtener un «Quijote 2.0 codificado en ADN sintético», tal cual. ¿Cómo sería un reescrito Quijote con toda esta morralla encima? Para empezar, «el hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor» podría ser «la persona de las de teléfono inteligente, tatuaje moderno, patinete de alquiler y caniche ladrador» que no viviría en una hacienda ni en el campo, sino en un piso de 25 metros cuadrados en el centro de una ciudad «global» indeterminada.
Dulcinea, Dulcineo o Dulcinee bien podría ser una (o un, o une) ciudadana finlandesa de origen africano residente en Taiwán. Y propalestina
La persona cuyas andanzas no serían caballerescas, sino más bien groseras a bordo de su patinete por las calles (sin el casco que haría las veces del Yelmo de Bambrino, por supuesto) y obsesionado, enloquecido no por cientos de novelas de caballería, sino por cientos de «influencers» de Instagram. ¿Y Dulcinea? Es posible que fuera Dulcineo o incluso Dulcinee. Y que su relación con ella/él/elle no fuera ideal sino virtual. ¿Y el Toboso? Nada de Tobosos. Dulcinea, Dulcineo o Dulcinee bien podría ser, un suponer, una (o un, o une) ciudadana finlandesa de origen tunecino residente, por ejemplo, en El Raval barcelonés, barrio de la ciudad donde acaba la novela.
Don Quijote no podría llamarse así. Habría que encontrar un nombre más inclusivo sin ningún «don» arcaico por delante que valga
Y de tendencia propalestina. Algo a la imagen y semejanza de Greta Thunberg (por ponerle una cara), donde los molinos de la Mancha serían los modernos molinos productores de energía eólica y en la imaginación de don Quijote malvados gigantes israelíes. Y don Quijote no podría llamarse así.
Habría que encontrar un nombre más inclusivo (sin ningún «don» arcaico por delante que valga) como, por ejemplo, Marc Aitor Brais Quijano, o Quijant o Kixant o Queixan, todo para respetar como sería debido la diversidad lingüística española. Siempre y cuando no se revisara el «género» de nuestro protagonista. Por lo que, si fuera ella, podría llamarse digamos Laia Nekane Uxía Quijano (o Quijant o Kixant o Queixan) o, en el caso de ser «elle», pues simplemente Quijan (sin la «o»), Quijant, Kixant o Queixan.
Sancho Panza sería un caniche como metáfora de la sustitución de la humanidad y el sentido común que representa el personaje por el animalismo irracional
Y si don Quijote no podría llamarse así, Sancho Panza ni siquiera existiría, pues sería el caniche antes mencionado como metáfora de la sustitución de la humanidad y el sentido común por, entre otros, el animalismo irracional. Los curas a los que ataca el caballero de la triste figura no serían villanos encapuchados en su imaginación, sino verdaderamente curas contra los que se lanzaría furioso con su patinete. Una imaginación que no sería tal, sino el adoctrinamiento del que no habría manera de que sus amigos, como Sansón Carrasco o el barbero Maese Nicolás (Anxo Carrascoll y el estilista Nico, respectivamente, en la nueva versión), lograrían apartarle, mayormente porque no querrían.
Hay trabajo (no se va ayudar más aquí a García Montero y sus compinches) para escribir la completa transformación del Quijote en la terrible dirección a la que apunta la «performance» avalada por este tenebroso Instituto Cervantes, el más tenebroso jamás conocido. Pero el cambio más esencial, la metamorfosis troncal, sería el de la constante y rica conversación entre el Quijote y Sancho por el monólogo o falso diálogo vacío entre el nuevo él, ella o «elle» y su caniche ladrador.