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20 de abril de 2024

El autor, Enrique García-Maiquez

El autor, Enrique García-Maiquez

Ficción / Artículos

«El burro flautista», o la alegre sabiduría

Una recopilación de artículos de Enrique García Máiquez, sucesión de ingenio y alegría.

Portada de «El burro flautista» de Enrique García-Maiquez

comares / 157 págs.

El burro flautista

Enrique García-Máiquez

Con su habitual bonhomía, el escritor Enrique García-Máiquez abre este volumen (que recopila algunos de los artículos publicados en diversos medios entre los años 2011 y 2015) justificando su título: «A primera vista, autodenominarse “burro” no parece una prueba demasiado palpable de orgullo, pero convendrán conmigo en que el “flautista” lo compensa con un in crescendo de fábula». Es, en efecto, una prodigiosa imagen –magníficamente aprovechada en el diseño de la portada– que concilia el elemento artístico, simbolizado en la flauta, y el trabajo cotidiano, a menudo trabajoso y de poco lucimiento, representado en el pollino.
La inspiración literaria le ha llegado al autor a través del cauce de la escritura cotidiana de sus artículos, ¡y cómo se aprecia en esta gavilla que presenta! Hay un cuidado de la forma y una exigencia alta respecto del fondo, que hacen que sea una delicia la lectura. Lápiz en ristre, una no daba abasto para subrayar tantas ideas luminosas: «El que no te invita a un almuerzo te regala una tarde», «a todos nos redime la memoria de los otros», «el que relee está a salvo del peligro de la pedantería de leer para presumir que ha leído», «nunca insistiremos lo bastante en la alegría», por citar sólo unas pocas.
El gran protagonista del libro es, según creo, el tiempo. El tiempo ha decantado –con el concurso, de nuevo, del trabajo abnegado del autor– los artículos que integran el libro, elegidos entre muchos (de un artículo diario durante cinco años no llegan a una centena los publicados). El tiempo, además, da un sentido y valor nuevo a muchas de las cosas escritas, convirtiéndose por derecho propio en coautor del libro. No sólo porque los que seguimos leyendo a Enrique sepamos ahora de las andanzas de sus hijos preadolescentes, y nos conmuevan especialmente las ocurrencias de cuando eran muy pequeños recogidas en el libro –acompañadas del preceptivo estremecimiento pensando en nuestros hijos muy pequeños ahora–, sino por tantos guiños a lo eterno escondido en la actualidad del momento como vamos encontrando en la lectura.

El tiempo da un sentido y valor nuevo a muchas de las cosas escritas, convirtiéndose por derecho propio en coautor del libro

El tiempo, indiscutiblemente, hace que cobren hondura los temas tratados. Lo vemos en artículos como Obsesión (sobre una de las diferencias más notorias entre varones y mujeres), ¡qué distinto se lee diez años después de escrito, con todas las idas y venidas sobre la cuestión femenina de estos últimos años (y gobiernos)! Sobre la reforma educativa dan ganas de llorar, años después: no solo no ha mejorado nada, sino que ha empeorado (y ya Enrique se preguntaba: «¿a qué político actual se le conocen lecturas de peso? ¿Qué música escuchan? De higos a brevas sueltan alguna cita prestigiosa, pero huele a refrito»).
Soplo genial, La luna y el dedo, Agua fresca son algunos de los artículos en los que vemos el mundo a través de los ojos asombrados de los hijos –pequeños entonces– del escritor. Son una hermosísima compilación de ingenuidad y poesía, obras de arte donde el autor trenza coronas de tres elementos: realidad, poesía e infancia. El último de ellos va recorriendo vida y literatura -a propósito del agua-: citas de antiguos y modernos, amigos y escritores, en el resplandor de un momento fugaz («Tengo que darme mucha prisa en recoger esta escena. Todavía mi hijo Enrique…» todavía), hasta finalizar en una atinada reflexión sobre la libertad y el deseo.
Quizá la nota más característica del libro sea esta reflexión sobre la realidad (auténtica sabiduría) contemplada siempre desde la poesía. Artículos como Retama en flor –donde la contemplación de la belleza redime todo pesar y dolor– o Tontita y sola –donde un verso de Alberti y la consiguiente discusión de sus hijos permiten al autor hacer un encendido elogio de «la palabra precisa y la discusión esclarecedora»– así lo muestran. Atado a su columna diaria -y al resto de artículos de periodicidad variable a los que se obliga-, rutinarios como su trabajo docente y tantas otras obligaciones sobrevenidas, Enrique García-Máiquez no deja de ser, sobre todo, poeta, y esta visión impregna todo el libro.
A él, tan chestertoniano, no le disgustará que concluyamos esta reseña con la definición de poeta que dio el prolífico escritor inglés en su biografía sobre Robert Browning: «Un hombre hecho para disfrutar de todas las cosas visibles e invisibles». A esa definición se ajusta Enrique García-Máiquez, poeta en la prosa de estos artículos reunidos bajo la imagen del burro flautista.
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