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«Modus videndi» o el abandono de algunas esperanzas liberales

¿Cómo alcanzar la vida buena? John Gray discute en «Las dos caras del liberalismo» si es posible que distintas comunidades con diferentes modos de vida convivan

Las dos caras del liberalismo de John Gray

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Las dos caras del liberalismo

John Gray

Hay una pregunta que hoy atraviesa el debate público: ¿se debe hablar de una vida buena? Desde un liberalismo formalista se suele responder que esa pregunta nunca debería emerger a la esfera pública porque pertenece al más estricto ámbito privado. Desde un punto de vista comunitarista se suele defender que las formas liberales solo se pueden asentar sobre un consenso de valores tal y como creen que se daba en épocas pasadas. Según John Gray ambas opciones presuponen que los conflictos de valores tienen una única solución correcta. Obvian una pregunta anterior y más importante: ¿es que solo hay una vida buena?

No creo que en el contexto cultural de nuestros días en el que tanto preocupan, y con razón, las políticas de la cancelación, el moralismo político, la batalla por la memoria y la polarización, a nadie se le escape que lo que en realidad está en cuestión es la pregunta por la vida buena. Los distintos pretendientes se enfrentan en el cuadrilátero de la política tratando de hacer valer su proyecto de vida, lo cual es la prueba innegable de que todos defienden algún tipo de bien social, al menos según ellos.

Alcanzar la vida buena

El problema, por tanto, hoy como ayer, sigue siendo el mismo: ¿cómo alcanzar la vida buena? Para Gray, el liberalismo nunca ha escapado de esta cuestión, pero la ha respondido de dos modos distintos. «De un lado, la tolerancia es la búsqueda de una forma de vida ideal; del otro, es la búsqueda de un acuerdo de paz entre diferentes modos de vida».

Para la primera concepción, hija del racionalismo moderno, hay una exigencia de uniformidad que presupone un ideal de vida universal. Este ideal se podrá alcanzar a través de la tolerancia o, como sostiene el aquí muy discutido Rawls, por la justicia. En todo caso, en su raíz, para el autor del libro, se encuentra el problema: la presunción de que puede darse un consenso racional sobre la mejor forma de vida.

La segunda concepción, que es con la que simpatiza Gray, y que el autor ha dado en llamar «modus vivendi», entiende que los modos de vida divergentes son un signo de la diversidad de la bondad de la vida, que se manifiesta de múltiples formas. Si para la concepción liberal racionalista de la política la diversidad es un problema, para el modus vivendi es el síntoma de una notable salud vital.

Quizás aquí sea necesario introducir una advertencia porque es posible que algunos lectores estén pensando que nos encontramos ante un relativista, cuando en realidad ese es uno de los problemas que trata de afrontar. El autor se cuida mucho de advertirnos de que «un liberalismo estrictamente político, que no dependa en ningún momento de una determinada concepción del bien, resulta imposible». Por tanto, la cuestión no es si el bien existe o no, sino si es posible que distintas comunidades con diferentes modos de vida convivan sin la pretensión de acabar imponiendo una a la otra sus convicciones.

Gray entiende que los modos de vida divergentes son un signo de la diversidad de la bondad de la vida

Un ejemplo que quizás sirva a aquellos que estén más familiarizados con la vida de la Iglesia católica lo puso el teólogo Hans Urs von Balthasar en su ensayo La verdad es sinfónica. Aspectos del pluralismo cristiano. La verdad de la vida no es un concierto en el que domina un único instrumento, sino que es una sinfonía en la que interviene una pluralidad, no exenta de tensiones, de silencios y dramatismo. La vida de la Iglesia es tan plural como la originalidad infinita de la llamada de Dios, y por eso su historia está plagada de órdenes, realidades eclesiásticas y, hoy en día, de movimientos con propuestas de modos de vida muy distintos. No es fácil la convivencia entre las diferentes sensibilidades, pero es innegable que la solución no se encuentra en imponer uno sobre los demás. Como tampoco es razonable negar que toda orquesta tiene su partitura y su director. El equilibrio sinfónico es el reto del pluralismo contemporáneo. Así lo señaló Von Balthasar, y en ello insiste John Gray.

El ideal de una forma de gobierno que refleje exclusivamente los valores de un solo grupo es el peligro de una larga tradición política y, según John Gray, es compartido tanto por el liberalismo más progresista como por el liberalismo más comunitarista.

«La característica más importante de cualquier régimen no consiste en su éxito a la hora de promover un valor particular, sino en lo bien que permite negociar los conflictos de valores». Este es el criterio por el cual debemos juzgar cualquier forma política, por su capacidad para hacer compatibles diferentes modos de vida sin imponer ninguno de ellos. Significa renunciar a la creencia propia del racionalismo moderno, y bastante ajena a las comunidades políticas antiguas, de que los conflictos de valor solo pueden tener una solución correcta. El problema está, por tanto, en que «cuando los Estados fallan, son las comunidades y no los individuos las que libran la guerra entre sí».

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