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29 de abril de 2024

Portada de «Las guerras de nuestros antepasados» de Miguel Delibes

Portada de «Las guerras de nuestros antepasados» de Miguel DelibesDestino

Las batallas de Delibes: por la paz, la comprensión y la justicia

En Las guerras de nuestros antepasados, lector y espectador vuelven a 1961. Delibes da voz a gran variedad de tipos sociales, pero con sus peculiaridades únicas

Miguel Delibes siempre dijo que sus obras preferidas eran Diario de un cazador y Las guerras de nuestros antepasados. En esta última está basada una versión fiel debida a Eduardo Galán, con las entradas agotadas en el Teatro Bellas Artes de Madrid, pero que aún podrá verse en los próximos meses en Valencia, Pamplona, Bilbao y otros teatros españoles.
En esta obra, el lector y el espectador vuelven a 1961. Pacífico Pérez, enfermo de tuberculosis y en prisión por haber cometido un asesinato, va a ser juzgado y condenado a garrote vil por reincidente. El Dr. Burgueño intuye algo especial en el reo y, pensando que podrá ayudarle, le convence para que le cuente su vida delante de un magnetófono.
1975 fue el año en que se publicó Las guerras de nuestros antepasados. Eran tiempos de avidez, por parte de los lectores, de experimentos técnicos en la literatura, pero también de un lenguaje que pareciera pura transcripción del coloquial. Y justamente esa fue una de las grandes virtudes de Delibes escritor: el ser una especie de ventrílocuo narrativo y por eso dar voz a gran variedad de tipos sociales, pero con sus peculiaridades únicas. También por eso sus diálogos no han requerido grandes retoques cuando se han trasladado al cine o al teatro: resultan espontáneos, naturales. Ahora bien: Delibes no se quedó nunca en un mero remedo de hablas para mostrar la vida española de la posguerra. Eso solo suponía un recurso al servicio de una historia y, en este caso, de unas conclusiones que quedan abiertas para el espectador.
Portada de «Las guerras de nuestros antepasados» de Miguel Delibes

Destino / 276 págs.

Las guerras de nuestros antepasados

Miguel Delibes

Para el posible espectador hay que decir también que Delibes nunca escribió directamente para el teatro y que esta, como Cinco horas con Mario, es una novela adaptada. Esto tiene su importancia, porque lo propio del teatro es la acción y, en cambio, lo propio de Delibes fue narrar historias, que es lo que encontramos aquí también.
La propia estructura del relato de Pacífico, organizado a partir de las preguntas del médico, disimula su configuración interna como relato realista de corte tradicional: Pacífico empieza por describir su pueblo, la casa donde nació y ha vivido siempre, sigue hablando de su familia, de sus antepasados, luego de sí mismo y su posición en esa familia, de sus recuerdos, hasta llegar al momento del asesinato y luego su vida en la cárcel. El público debe ir preparado para atender a una historia expuesta por un solo personaje, con solo otro, el médico, para reflejar las réplicas y las preguntas del lector y del espectador. Tampoco es una obra para reírse, aunque algunas anécdotas que cuenta el personaje resultan graciosas. Es un relato para ir meditando conforme se lee o se escucha. La vida de Pacífico anima a reflexionar, por ejemplo, sobre cómo se genera la violencia, cómo la ignorancia puede convertir a alguien en víctima de sí mismo, cómo la persona de naturaleza más sensible puede llegar a la mayor insensibilidad si vive en un entorno inadecuado. Uno de los rasgos de inteligencia consiste en ser flexible a la hora de aplicar esquemas y pautas lógicas para enjuiciar las situaciones, y Pacífico se caracteriza por la escasez de tales pautas y, por tanto, aplica rígidamente esquemas a situaciones y personas que exigen otra lógica diferente. Esa «debilidad» mental es la que aprovechan en algún caso los demás para hacerle pagar por algo que no ha hecho, sin que él se defienda.
Pacífico es una persona aparentemente muy simple, y con la misma simpleza habla de sus actos. Pero juzgar tales actos resulta mucho más complejo de lo que cabría esperar, de ahí que al ser procesado por primera vez su abogado y su fiscal pudieran pedir, respectivamente, la absolución y la condena, y que el médico, al escucharle, desee testificar a su favor. Pacífico no dijo en su día toda la verdad a otro médico para evitar que le creyera loco, y deja de acusar al auténtico responsable de un homicidio en perjuicio propio, por no hacerle un «feo» al verdadero asesino, según dice, por no ser un soplón. Pero los motivos que le impiden hacer ese «feo» no resultan tan fácilmente reconocibles a partir de la madeja de datos que se ofrecen. Por eso, una de las conclusiones más claras de la novela lo supone el que juzgar a un ser humano, aun cuando los hechos no dejen lugar a dudas, es no solo arriesgado, sino temerario.
Realmente hace falta mucho estudio y mucha técnica para interpretar de modo realista a un campesino castellano, para entonar adecuadamente los tics de un lenguaje rural ya cerca de extinguirse y las maneras de un hombre de pueblo. Carmelo Gómez, con un deje algo gallego, procura una actuación nada artificiosa, muy coherente con el estilo de Delibes y muy distinta de la vista en otros papeles suyos. Solo en determinados momentos, e imitando a otros personajes, ruge el corpulento actor que hemos visto otras veces en la pantalla grande.
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