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01 de mayo de 2024

Chamanes eléctricos

Portada del libro 'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol'

'Chamanes eléctricos en la fiesta del sol': Mónica Ojeda baila bajo el volcán

La ecuatoriana exorciza la violencia de su país en esta narración poética y telúrica sobre un grupo de personas que asisten a un festival andino

Es conocida, y la propia Mónica Ojeda la reseña en su libro, la frase del naturalista Alexander von Humboldt: «Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste». Es una imagen bella y folclórica, propia de un hombre asombrado ante la magnitud y violencia del paisaje. ¿Pero es determinista? ¿Condiciona la violencia de la naturaleza la personalidad de un pueblo?
Chamanes eléctricos

Random House. 288 páginas

Chamanes eléctricos en la fiesta del sol

Mónica Ojeda

No es cometido de Ojeda responder a esta pregunta con su nueva novela, Chamanes eléctricos en la fiesta del sol (Random House), aunque está claro que el paisaje y la violencia, en varios sentidos, son como el magma que conforma esta historia a la vez que la arrasa. «Cuento y canto historias de amor y volcanes», recita una suerte de coro griego en uno de los capítulos.
Mónica Ojeda (Guayaquil, 1988) es uno de los exponentes de la nueva hornada de escritoras latinoamericanas junto con Fernanda Melchor, Mariana Enríquez y Samanta Schweblin, por citar tres autoras que glosan la faja de este libro. Ésta, la cuarta novela de la ecuatoriana, plantea el viaje, más bien la huida, de dos Thelma&Louise heridas por la violencia que se ha apoderado de Guayaquil. Noa y Nicole acuden a un festival new age en los Andes, Ruido Solar, en la esperanza de sanar mediante el baile, y hasta el exorcismo, de sus traumas. Noe, además, alberga la secreta intención de ir en busca del padre que la abandonó.
Sin perder de vista a estas dos mujeres, Chamanes eléctricos… da voz a numerosos narradores, participantes del Festival y, en otra sección del libro, al padre de Noa. Todo, desde el principio, está envuelto en lisergia y alucinación, en premoniciones, en un tono casi liminal de horror que podría sonar a un Midsommar en la línea del Ecuador. En Ruido Solar, los chamanes dictan sentencia en quechua, el tecno viste ropajes andinos y el peligro nace de la tierra: los volcanes, las yeguadas salvajes, la violencia de los pogos a los que se lanza Noe en espera de renacer a base de traumatismos.
Ojeda cultiva desde la primera página una poesía telúrica, plagada de imágenes potentes. Convoca todos los elementos a una danza de palabras: el cóndor, el fuego, el viento, el galope de las yeguas. Hay una rica imaginería andina y un tono mítico que hace que el lector camine alucinado y con vértigo por estas páginas. Es como si la autora, en última instancia y a través de los personajes, quisiera sacarle palabras a la propia tierra. Hacerla hablar.
Dependiendo del tipo de lector, estos Chamanes eléctricos… pueden hacer el efecto de una rave: unos saldrán sanados por la fuerza de la sugestión, por esa purificación que es una fiebre sudada; otros, en cambio, querrán salir pasado un tiempo y buscar acomodo en la hierba. Es una novela exigente la de Ojeda, por la propia tensión prosódica y la multiplicidad de voces. Como la poesía o la música, obliga a entrar en trance, pero en este caso el pacto debe durar 288 páginas. Como el ácido, no es para todos los estómagos; como el baile, es para quien se le van solos los pies con la prosa envolvente y mineral de Ojeda.
Muchas posibles tramas quedan esbozadas o ahogadas en ruido, porque la autora está pendiente más del ambiente que de la historia. Eso podría condenar a otro libro que no fuera éste. Porque lo que aquí sucede es que, a los puntos, párrafo por párrafo, este libro siempre sale ganando por la belleza freática de su prosa. Es como si Ojeda hubiera dado con esa oquedad en la roca del volcán que hace salir lo profundo. Una oquedad minúscula, como la que atraviesa el viento para extraer sonidos de la zampoña, que en Ecuador llaman palla.
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