Fundado en 1910
Cicerón denuncia a Catilina. Fresco de Cesare Maccari. Palazzo Madama, Roma

Cicerón denuncia a Catilina. Fresco de Cesare Maccari. Palazzo Madama, Roma

‘Sobre los deberes’: una incursión en el alma de la nobleza romana y en la nobleza de nuestra propia alma

Concepción armónica y jerárquica de la vida humana, alejada de la meramente animal y que detesta los gustos más vulgares y zafios, entre los que cabe mencionarse todo lo relativo al mundo de los gladiadores

El nombre de Cicerón resuena en nuestro tiempo como un eco repleto de esa seriedad solemne, adusta y cultivada que los romanos llamaban gravitas. Para demasiados de nosotros, Cicerón es poco más que un nombre asociado a una estatua de mármol blanco que quizá representa un carácter íntegro, una exigencia moral y una participación política alejada de los estándares a que nos hemos acostumbrado. Algo de tópico y casi de caricatura puede haber en este pálido reflejo de uno de los personajes más cimeros que ha dado la civilización occidental. Quienes hayan estudiado algo de latín, saben que es un escritor de gramática estructurada, de ritmo contenido, de palabras medidas y de periodos a veces demasiado largos y poco fáciles de traducir. Algunos conocen su prosa con cierta pericia y sabrían recitar ese prodigio auditivo, de machaconería yámbica del «Quoúsque tándem abutére, Catilína, patiéntiā nostrā?» («¿Hasta cuándo, Catilina, vas a estar abusando de nuestra paciencia?»).

Cubierta de Deberes de Cicerón

Traducción de María Esperanza Torrego Salcedo
Alianza (2023). 320 páginas

Sobre los deberes

Marco Tulio Cicerón

Marco Tulio Cicerón era, sin embargo, lo que los romanos denominaban un homo novus; el primero de su burguesa y adinerada familia –la familia Cicerón anduvo casi siempre muy ocupada en negocios lucrativos, incluyendo los inmobiliarios– en acceder a una alta magistratura. Al mismo tiempo, cabría calificar su postura política como conservadora, y en dos sentidos: por un lado, su conservadurismo se definía por su defensa de la República ante los conatos de autoritarismo –de ribetes democráticos o demagógicos– que abundaban en su generación y que, a la postre, no sólo le costaron a él mismo la cabeza –el terror de Marco Antonio–, sino que acabaron triunfando gracias al sucesor del dictador Julio César.

Por otro lado, el conservadurismo de Cicerón, en tanto que personaje –que conviene distinguir de la persona, a la que nos acercamos mediante sus cartas familiares y, en parte, mediante sus cartas a Ático–, se observa bien en este libro Sobre los deberes y en otros ensayos. Decimos «ensayos», porque el desarrollo filosófico en Roma tuvo mucho de conjunto de reflexiones prácticas y eclécticas en donde confluían el pensamiento griego –sobre todo, el de Platón, Aristóteles y el estoicismo– y el propio carácter latino. Un carácter atento a la severidad moral y al ejemplo de los virtuosos antepasados. Para quien tenga interés en conocer con hondura al hombre y a su obra, será de enorme utilidad la lectura de Marco Tulio Cicerón. Semblanza política, filosófica y literaria (2016), libro póstumo de Antonio Fontán.

En Sobre los deberes, Cicerón ofrece un tratado repleto de «casos prácticos» que se estructuran en torno a una serie de principios éticos y consideraciones de antropología elemental. Como dice el propio título, el autor se centra más en nuestras obligaciones que en nuestros derechos. Y lo hace siguiendo una jerarquía que, inspirada en la propia naturaleza –eso dice Cicerón–, parte de las obligaciones y el amor familiares y se va extendiendo hacia los amigos y la sociedad. Existe una concepción armónica y vertical de la vida humana, alejada de la meramente animal y que, por eso mismo, repugna cuanto se aparte del equilibrio y la moderación.

Como buen hombre de extracción noble, detesta los gustos más vulgares y zafios, entre los que cabe mencionarse todo lo relativo al mundo de los gladiadores y de los espectáculos poco refinados. Se aleja de las doctrinas de Epicuro, que conoce con detalle, y criba entre los pensadores helénicos para aportar una síntesis exenta de servilismo. Porque, en todo caso, Cicerón admite la diversidad de caracteres y temples, y, en consecuencia, las diferentes maneras de desarrollar un común denominador ético basado en dar a la familia y a la comunidad aquello a lo que uno está obligado.

Gracias a la lectura de Sobre los deberes, no sólo accedemos al modo de entender los valores morales en Roma –en su pretendida aspiración de excelencia moral–, sino que también podemos repasar una manera de entenderse a uno mismo y de la que cabe aprender no poco. De un lado, por tanto, nos aproximamos mejor a la Roma antigua que en cualquier película de Ridley Scott; y, de otro lado, nos aproximamos mejor a las posibilidades de nuestra alma que si leyéramos cualquier manual de autoayuda, o si escucháramos cualquier charla de Begoña Gómez en un máster de captación de fondos.

Dentro de las varias opciones para leer este libro en castellano, encontramos la venerable edición del latinista Agustín Blánquez en Iberia (1946); la selección de pasajes editada en Rialp hace dos años y traducida por Carmen Castillo –catedrática emérita de Filología Clásica y discípula de Álvaro D’Ors–; o la que el año pasado publicó Alianza gracias a la esmerada tarea de María Esperanza Torrego Salcedo, catedrática de Filología Latina en la Universidad Autónoma de Madrid.

comentarios

Más de Libros

tracking