
Rainier Maria Rilke leyendo en el parque
'Cartas a un joven poeta': Diez perlas para hacer de la vida poesía
El legado de Rilke para los jóvenes de todos los tiempos
Franz Xaver Kappus, aspirante a poeta, dirigió sus misivas al gran Rilke a lo largo de tres años (1903-1906), las diez respuestas del austríaco llegaban tarde y desde las más dispares ubicaciones europeas. Kappus pedía consejos acerca de sus primeros versos; el maestro le respondía con auténticas reflexiones que comprendían la poesía, sin duda, pero ante todo, la vida misma. Así pues, sustituya el lector el nombre Kappus por el suyo propio y entienda las alusiones a la producción poética como menciones a sus propios quehaceres vitales cotidianos.

Traducción y nota preliminar de José María Valverde
Alianza (2012). 104 páginas
Cartas a un joven poeta
Afanado en producir rimas y componer bellos versos, Kappus es la imagen del joven soñador que desea correr rápido, llegar lejos, hacer mucho. Rilke, el maestro que no deja de aprender y enseñar de lo que vive, ralentiza el ritmo juvenil con cada una de sus cartas. Afortunadamente, esta colección de consejos en forma de epístola no se quedó en el bolsillo de aquel aprendiz. Breves pero luminosas, las cartas del austriaco son portadoras de una sabiduría atemporal. De tan cotidiana y tan real, la temática es profunda, pues el objetivo de Rilke es ir a la raíz de los anhelos poéticos de este joven. Es el don de hacerse las preguntas justas y de escuchar los susurros del alma. Poeta, y muy grande, Rilke posee el arte de tratar lo trascendente con sencillez y delicadeza, envolviendo y acariciando, pero al mismo tiempo incitando a no ignorar la intimidad.
El modo de hacerlo parece sencillo, y Rilke lo expone con claridad apremiante ya en la primera carta: «entre en usted». El límite de esta hondura está, nada menos que en «el lugar más profundo de su corazón». Allí, excavando en uno mismo, el poeta (el hombre), encontrará respuestas o quizá dudas. Ambas, dirá Rilke, son maestras si se las considera del modo adecuado. La clave está en no pasar de puntillas sobre ellas, sino en acudir siempre a la raíz. Soledad, amor, creación literaria, el sentido de la vida, el tiempo… aflorarán en las cartas sucesivas.
Ahora bien, la intimidad de Rilke no cae en ñoñería ni sus reflexiones en el moralismo paternalista. Fundadas en la experiencia vital más verdadera, sus cartas exhortan a contemplar lo que hay fuera, tanto la naturaleza como la propia vida, sin invenciones grandilocuentes ni falseadas. Aunque el tono de las primeras misivas parezca disuasorio de la tarea poética, es en realidad esperanzador. El maestro inicia la siembra. Como buen agricultor parece ir preparando la tierra buena del discípulo. De la bondad de esta tierra, y por ende de la hondura de esa vida, dependerán necesariamente la profundidad y verdad de sus versos.
«Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad». Rotunda afirmación que podría aplicarse igualmente a la pregunta por el sentido de la vida de cada ser humano. Ese instinto creador que, de una u otra manera, en mayor o menor medida, acompaña a cualquier hombre. La llamada a ser artista, entendiendo este título como el del hacedor, el creador que, en palabras de Rilke, «debe ser un mundo para sí mismo, y encontrarlo todo en sí y en la naturaleza a que se ha adherido». ¿No es esta, acaso, sintética y poéticamente expresada, la tarea vital de cualquier ser humano?
El tiempo, cuando tiende la mano a la prisa, no es buen amigo de la obra creadora. En la poesía, como en la vida, la paciencia juega un papel fundamental. «Tenga paciencia con todo lo que no está resuelto en su corazón». Una amonestación que resuena aún más discordante en medio del frenesí juvenil de nuestro hoy. Paciencia, en cambio, casa bien con la fecundidad, y esta tiene mucho de espera. Una espera que anuncia la maternidad, no solamente relegada a la mujer, sino al acto mismo de la creación, pues es «crear desde la íntima plenitud».
Ahora bien, esperar es difícil, y más si se hace desde las entrañas y se experimenta la soledad. En contra de los eslóganes que empujan a lo fácil, y «hacia el lado más fácil de lo fácil», Rilke nos azuza a mantenernos en lo difícil. Difíciles son la soledad y el amor. Con todo, los jóvenes de su tiempo, y qué decir de los del nuestro, no esperan, se apresuran. En su huida de la soledad se precipitan en el amor, aunque este es en realidad «el trabajo para el cual todo otro trabajo solo es una preparación».
Sincero como solo él sabe serlo, pero delicado, muy delicado. El tono del autor no alarma, seduce. Y, seducido el lector, principiante como Kappus, cerrará la última carta con el deseo de «vivirlo todo», desde lo más indiferente y pequeño. Es allí donde la necesidad de escribir y de crear encuentra su razón de ser. La mirada de Rilke nos desvela que «para los creadores no hay pobreza ni lugar pobre e indiferente» pues los poetas como él saben conjurar las pobrezas en riquezas y tejer con ellas los versos, y la vida.