
Cubierta de El guitarrista de Montreal
La sombra que enseñó a Leonard Cohen
Ficción realista sobre el misterioso español que inspiró al cantante canadiense
En El guitarrista de Montreal, Miguel Barrero homenajea a un mito y bucea en un misterio, en un vacío sustancial en la historia oficial de Leonard Cohen. Es un encuentro esencial con un guitarrista español, ocurrido en sus años jóvenes. No hay archivos, entrevistas, grabaciones, ni rastro alguno salvo una breve mención que el propio Cohen hizo durante la ceremonia en la que recibió el Premio Príncipe de Asturias. Con ese hilo mínimo, y con sorprendente coherencia, Barrero arma una narración que mezcla crónica, ensayo, novela de búsqueda y confesión personal.

Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2025. 200 páginas
El guitarrista de Montreal
No se trata de una biografía de Cohen, ni de una ficción convencional. Es más bien una indagación realista, escrita con claridad y sin adornos, sobre el modo en que se transmiten el arte y la sensibilidad. El foco está puesto en una figura desconocida —ese guitarrista sin nombre— que dejó una marca decisiva en el estilo del joven Cohen, y en cómo los encuentros aparentemente menores pueden tener consecuencias fundacionales. El libro se lee como una investigación íntima: no por sus técnicas, sino porque Barrero se involucra en la búsqueda, no como fan ni como académico, sino como alguien que necesita entender por qué esa historia le interpela.
Miguel Barrero (Oviedo, 1980) ha desarrollado una carrera literaria coherente y de largo aliento, al margen del ruido editorial. Es autor de novelas, ensayos y textos híbridos en los que mezcla narrativa, investigación y reflexión cultural. Su estilo se caracteriza por la contención, la mirada crítica sin estridencias y una atención especial a las historias que otros olvidan o no consideran dignas de ser contadas.
A lo largo de la novela, el lector acompaña al autor en un viaje geográfico y emocional por distintas ciudades y pistas, deshilachadas, que podrían llevar al origen de ese maestro oculto. Pero El guitarrista de Montreal no pretende resolver el enigma, sino explorarlo. Barrero no fuerza revelaciones; trabaja con lagunas, silencios, rumores, preguntas abiertas. Y en ese gesto encuentra el corazón del relato: la certeza de que, detrás de cada artista, hay siempre una red invisible de influencias, muchas veces anónimas.
Leonard Cohen aparece no como el personaje central, sino como figura en torno a la cual gira la trama. Su obra, su evolución, su estética austera y trascendente, se iluminan desde otro ángulo al leer esta novela. Barrero sugiere —sin proclamarlo— que algo del ritmo, la sobriedad y el lirismo de Cohen pudo haber nacido en la cadencia flamenca de un guitarrista andaluz cualquiera, llegado a Canadá por motivos imposibles de averiguar, que le impartió una sola clase. Y esa posibilidad —más allá de si se confirma o no— es lo que le da sentido a la novela.
El estilo narrativo de Barrero es preciso, sin grandilocuencias. No hay frases hechas, ni ínfulas de «gran literatura», sino una escritura sobria que confía en el poder de las ideas. Esa honestidad formal permite que el contenido pese más. Y lo que pesa aquí es una reflexión poderosa: ¿qué pasa con las historias que nadie cuenta? ¿Con las personas que influyen sin ser vistas? ¿Con los momentos que cambian destinos pero no dejan huella?
La figura del narrador —el propio Barrero— aporta otro nivel de lectura. No es solo alguien que persigue una pista sobre Cohen. Es también alguien que reconoce, en esa búsqueda, una forma de mirar el mundo. Como ya ocurría en su novela anterior, La otra orilla, Barrero demuestra su vocación por traspasar fronteras temáticas y geográficas. El guitarrista de Montreal es una novela que puede leerse en cualquier parte, porque su tema —la memoria invisible— es universal.
Una novela sincera, inteligente y sin fronteras. Perfecta para quienes creen que las mejores historias son las que apenas dejaron huella, pero nunca dejaron de resonar.