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25 de abril de 2024

Glenn Gould

El pianista Glenn GouldCBC Music /Glenn Gould Foundation

40 años sin Glenn Gould, el pianista que susurraba a los teclados

El genial músico, intérprete y autor de las Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach, murió el 4 de octubre de 1982 a los 50 años de un infarto cerebral

Los profanos en interioridades musicales (como un servidor) quizá recuerden al Mozart de Milos Forman interpretando de memoria al clavicordio la tonadilla de bienvenida compuesta por Salieri después de escucharla por primera y única vez. No solo eso, sino corrigiéndola, detectando errores al tocar, como si lo que estuviera estropeado fueran las teclas y no las notas.
Esa misma memoria, ese mismo efectismo del cine era real en Glenn Gould, el pianista extraordinario que tocaba con el rostro sobre el teclado, como si no pudiera verlo y tuviera que sentirlo. La situación era casi como el beso inminente que se retrasa instantes eternos y que no concluye para mantener la tensión por la que, si no se sentía capaz de mantenerla, era capaz de renunciar incluso minutos antes de un recital.
Glenn Gould (al piano) y Leonard Bernstein

Glenn Gould (al piano) y Leonard BernsteinTwitter/Lenny Bernstein

Cómo tenía que ser el asunto que el mismísimo genio Leonard Bernstein (quien le dirigió en su debut televisivo), también maestro pianista, pronunció un prefacio antes de un concierto para confesar que no estaba de acuerdo con lo que a continuación se iba a interpretar (a Brahms, cuyas indicaciones Gould no pensaba seguir, como las de ningún otro), pero que, debido al valor de lo que iba a suceder, se prestaba a dirigirlo. Lo de Gould, raro entre los raros (y con orgullo), era interpretación pura.
Alguien difícil de seguir, casi incompatible con las orquestas, con los tempos y con los tiempos, que siempre viajaba con su silla de patas cortadas. El niño que leyó música antes que palabras y que dejó de estudiar antes de los 20 porque ya no podía aprender nada más de nadie.
Verdi le horrorizaba. Llevaba abrigo, bufanda y guantes (estos para cuidarse las manos) incluso en verano. En realidad, era un profeta pianista que dejó de tocar en directo a los treinta y pocos, en la cumbre de su fama y de su talento, para experimentar con las grabaciones más allá de las «limitaciones» de la actuación en vivo (jamás le importó el público), a pesar de sus tremendas peculiaridades, que ya le resultaron, tan pronto, insuficientes, como si no le quedara tiempo.
Las piezas de sus discos, como las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, su «obra magna» y más popular y excéntrica a pesar del origen, eran como las composiciones de Bowie, recortes de sus inspiraciones que iba pegando como películas de celulosa. Mezclaba pistas, interpretaciones, sonidos, ecos, distancias de los micrófonos, años entre piezas…
Casi un DJ clásico, secuencial, cubista. Un mago desvergonzado que encontró en la «tecnología» la alternativa a la artesanía de su mente y de sus manos virtuosas, geniales, de las que parecía querer escuchar en la ejecución hasta el crujido imperceptible de sus articulaciones bajo las lentas notas, al mismo tiempo que susurraba a los teclados.
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