Bad Bunny, la superestrella que canta mal y al que ahora buscan convertir en el penúltimo símbolo «woke»
El libro Bad Bunny Enigma: Culture, Resistance and Uncertainly estudia de forma delirante la influencia del artista en diferentes campos de la sociedad como la cultura o la política

Bad Bunny el pasado 7 de febrero en Nueva York
Bad Bunny canta mal. Y ha hecho un «arte», además de un éxito, el hacerlo así. El reguetón ha vulgarizado la vocalización y el timbre y todo lo que se consideraba una «buena voz», y Bad Bunny lo ha llevado al extremo del espanto y de la fama. A ninguno de sus seguidores parece importarle, todo lo contrario, que su ídolo sea un mal cantante y más que eso, que haga de su absoluta falta de talento lírico (también se incluye aquí el poético) el secreto de su triunfo evidente y al mismo tiempo invisible.
Su «impacto social»
Lo mejor o lo peor es que ahora, después de todo, a Bad Bunny le quieren convertir en un símbolo social con los mismos mimbres, es decir: ninguno. El «wokismo» ha dado un acelerón «académico» para convertir la nada en algo intangible, pero sonoro como su música, que a pesar de todo, por su evidente pesadez, parece concreta, física, tangible. Cerca de una treintena de «especialistas en distintas disciplinas» se han puesto a la tarea de situar al portorriqueño como una figura de gran impacto social «por abordar problemáticas locales que son globales».
Desde luego es para atender, pero cuando se dice «atiende». El libro Bad Bunny Enigma: Culture, Resistance and Uncertainly estudia la influencia del artista en distintos aspectos como la cultura y la política, y también otros tan retorcidos como «la utilización del lenguaje español como resistencia». Una profesora portorriqueña de la Universidad de Florida, relaciona al (mal) cantante con «Los procesos de la colonialidad, esos elementos del imperialismo, de la privatización, el neoliberalismo (...) que están afectando a tantos y tantos países a nivel mundial».
«Fenómeno glocal»
A Bad Bunny, nueva estrella «woke», según estos expertos, le llaman una cosa como «fenómeno glocal», de lo local a lo global. Dicen en el sesudo libro que los jóvenes se sienten identificados con lo que él está diciendo, lo cual llama la atención porque precisamente no se suele entender lo que dice por su defecto consciente de vocalización, todo una rasgo definitorio del artista que ya ha sido objeto de mofa por parte de más de un humorista y de más de un crítico.
Pero ha sido el propio Benito Antonio Martínez Ocasio quien con su último álbum, Debí tirar más fotos, se ha situado en la esfera de la crítica social, o al menos eso dicen. Lo que se dice es que por exponer los problemas sociales de Puerto Rico (se supone que deben de estar entre medias de las constantes referencias a concretas partes de la anatomía de las mujeres: otro aspecto alucinante del libro es «cómo trabaja el asunto del empoderamiento femenino»), también expone los «denominadores comunes» aplicables a otros países.
Este «badbunnysmo» y sus aplicaciones teóricas ha llegado hasta Palestina en una equiparación sorprendente como suelen serlo las equiparaciones «woke», carentes de sentido común y de propiedad y llenas de ideología. Es como si Bad Bunny pasara por allí con su vocalización triste y sus melodías idénticas y le hubieran cogido como símbolo delirante.
Todos los ingredientes del «wokismo»
Ahora resulta que Bad Bunny es un «referente ideológico multidisciplinar», según puntos de vista psicológicos, sociológicos, históricos, culturales y «de género», establecida esta categoría como si ya fuera una más entre las demás por estos intelectuales. Y por supuesto hay más, como el colonialismo. En la marmita ininteligible y súper exitosa de Bad Bunny han metido todos los ingredientes del «wokismo» en lo que parece un impulso más que desesperado por mantenerse en una sociedad que se aleja de él.