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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

¿Quién es el rico que nos dirige hoy?

Un millonario paga 400.000 dólares por dirigir a la Sinfónica de Toronto, de la que es titular el español Gustavo Gimeno, en la 'Resusrrección' de Mahler

El empresario Mandle Cheung ha pagado 400.000 dólares por dirigir a la Sinfónica de Toronto

El empresario Mandle Cheung ha pagado 400.000 dólares por dirigir a la Sinfónica de TorontoMandle Phylharmonic

¿Está todo en venta? Quizá. Si un multimillonario puede alquilarse la hermosa ciudad de los Dux, durante unos días, para celebrar su segunda boda, ¿por qué no iba un acaudalado hombre de negocios a permitirse contratar a la mejor orquesta de Canadá para cumplir el sueño de dirigir la Segunda Sinfonía de Mahler?

Parece que los verdaderamente ricos están obsesionados con la Resurrección. Así se titula la obra sinfónica de Mahler que, esta pasada temporada, conmocionó a todo el Madrid musical en la poderosa lectura que, de esta monumental pieza, un tránsito desde las tinieblas del espíritu hasta la definitiva redención del hombre ofreció Teodor Currentzis, en el Auditorio Nacional, durante una jornada inolvidable.

Hace ya algunos años, otro gurú de Wall Street, Gilbert Kaplan, se obsesionó con esta misma partitura hasta el punto de pagarse de su propio bolsillo una orquesta para interpretar, y luego hasta registrar en cedé, su propia lectura de la Resurrección mahleriana. El personaje sale retratado en TAR, aquella aún reciente película en la que Todd Field mostraba los aspectos más controvertidos (y sórdidos) de la dirección orquestal a través una mujer (Cate Blanchett).

Pues a Kaplan le ha salido ahora un sucesor, esta misma semana. El pasado miércoles, Mandle Cheung, un emprendedor que hizo su gran fortuna invirtiendo en empresas tecnológicas, pudo cumplir su sueño. Previo abono de 400.000 dólares, por las molestias, a la Sinfónica de Toronto, de la que es titular un español, Gustavo Gimeno (responsable musical del Teatro Real madrileño), se presentó en el Roy Thompson Hall de la ciudad canadiense para dirigir a su orquesta de 102 años en la Segunda de Mahler.

Parece que varios de los músicos de la agrupación han mostrado sus quejas ante una iniciativa que consideran denigrante para su prestigio. Uno de sus miembros, declaró al New York Times que, entre todos, tuvieron que hacer un esfuerzo especial para escucharse, como nunca, los unos a los otros y, como si estuvieran tocando música de cámara durante todo el tiempo, como en un cuarteto de cuerda, gestionar sus esfuerzos encaminados a que el empeño colectivo no resultara un terrible naufragio. El objetivo era, al menos, no perderse.

¿Exageraba? En un célebre discurso, Riccardo Muti, el legendario director emérito de la Sinfónica de Chicago, bromeó sobre la dificultad de dirigir una orquesta: la técnica de mover el brazo derecho, marcando el tempo, podría aprenderse en unos minutos. Pero lo realmente importante suele hallarse más allá de lo escrito en una partitura, o las cuestiones del metrónomo: el significado verdadero, la esencia revelada, se encuentra oculto en los silencios (como predicaba Mozart), agazapado entre un par de notas.

Por eso, para lograr una auténtica interpretación se requiere una conexión particular, íntima y profunda entre la experiencia del auténtico maestro y los músicos, que normalmente solo se logra a través de los años. Mandle, que ya había tocado la armónica en un conjunto universitario, durante su época de estudiante, no parece ignorarlo. Y por ello cuenta hasta con su propia orquesta, la Filarmónica Mandle (creada y financiada mediante sus ahorros), con la que realizó los ensayos previos a su decisivo encuentro con el conjunto de Toronto. Se lo preparó, al menos, tan a fondo como si tratara de recomponer su cartera de inversiones.

A veces estos aficionados veneran más la propia música que algunos de sus aparentes sacrosantos custodios. El gran Sir Georg Solti se complacía en poder conversar con su amigo, el financiero Kaplan, solo de música, de su mutua admiración por Mahler, porque, según propia confesión, entre los directores de lo único que se habla es… de dinero.

De justificar el encuentro se ha encargado, estos días, Mark Williams, el gerente de la histórica plantilla canadiense, y algunos de los principales músicos de la propia institución (no todos han sido tan críticos como sus compañeros). Tienen un presupuesto anual de 24 millones de dólares, de los cuales solo el 38 % proviene de la venta de entradas. El resto, en un modelo según el cual la cultura debe encontrar sus propios canales de financiación, lo aporta mayormente la filantropía. Y si resulta que uno de los mayores benefactores piensa que puede dirigir una de las cumbres de Mahler, ¿cómo negarse?

Además, el ejecutivo Williams se ha amparado en otro argumento de peso: no se trató de un concierto de los de abono de la orquesta, sino de un evento extraordinario. Quienes asistieron tuvieron que pagar específicamente por esta ocasión, que no se encontraba vinculada a su temporada.

Parece que el juez supremo, el público, esta vez no se quejó. La interpretación se saldó con grandes aplausos, según las crónicas, y buena parte del auditorio hasta se puso en pie para festejar el logro de Mandle Cheung, director por un día. El impresionante final de la sinfonía, con el coro desatado, sin duda ayuda a crear un ambiente propicio a la descarga emocional. Con una de las creaciones de Pierre Boulez el efecto no hubiera sido el mismo.

Quién sabe. Después del éxito obtenido, el hombre ya ha dicho que quiere repetir la experiencia con otras orquestas, y no descarta a las europeas. ¿Alguna entre las españolas, con graves problemas económicos, rechazaría medio millón de dólares por actuar a las órdenes de un diletante? Muchas ya lo hacen, en ocasiones. Solo que en esos casos son ellas mismas las que pagan.

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