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25 de abril de 2024

javier escribano

Sánchez y la teoría del «trampantojo económico»

No me imagino a las élites económicas mundiales preguntando al presidente cuáles son sus recetas para ser el último país europeo en recuperar los niveles de riqueza previos a la pandemia

Actualizada 05:23

Según sus propias palabras, el presidente Pedro Sánchez tuvo que responder de forma recurrente a dos preguntas durante su estancia en Davos: cuáles eran las recetas del éxito económico español y si creía que podían servir de ejemplo para otros países.
Con todos mis respetos, no me imagino a ningún directivo del F.C. Barcelona, del Real Madrid o del Atlético de Madrid preguntándole al entrenador del Elche cuáles son las recetas del éxito futbolístico del equipo ilicitano, siendo éste el colista de la Liga española. Pues coincido con el presidente Feijóo, yo tampoco me imagino a las élites económicas mundiales preguntándole a Sánchez cuáles son sus recetas para ser el último país europeo en recuperar los niveles de riqueza previos a la pandemia; así que, más allá del narcisismo propio de «su persona» sólo encajaba una cosa: la teoría del «trampantojo económico».
El diccionario de la RAE define trampantojo como «trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es»; una definición que extiende a otros ámbitos la técnica pictórica que intenta engañar a la vista jugando con el entorno, la perspectiva, el sombreado y otros efectos ópticos que falsean la propia realidad. De los maestros del ilusionismo visual, recomiendo al lector que vea los dibujos imposibles de Escher.
Trampa, ilusión y engaño, tres ingredientes demasiado tentadores como para que el maestro de la mentira lo dejara pasar. Y así empezó a diseñar, junto a sus tres vicepresidentas, las manipulaciones y trampas que configuran el «trampantojo económico» con el que Sánchez ha construido su relato económico triunfalista.
1) La trampa de los fijos-discontinuos
La reforma laboral, que entró en vigor plenamente en marzo de 2022, suprimió los contratos temporales por obra y servicio que, en la práctica, han sido sustituidos por contratos indefinidos bajo la modalidad de fijo discontinuo.
Este cambio supone una mínima mejora para los trabajadores, a los que ahora se les reconoce la «estabilidad» de la relación laboral con la empresa, pero una gran mejora para las estadísticas de desempleo, ya que cuando ese trabajador finaliza la campaña y se queda en su casa sin trabajar y cobrando el paro no cuenta como parado.
El gobierno se defiende diciendo que esta forma de tratar los fijos discontinuos no ha variado desde 1985, cosa que es cierta, pero se olvida decir que hasta el año pasado esta modalidad de contratación era residual (se firmaron 261.000 contratos en 2021) y tras la reforma laboral se ha convertido en una de las más usadas; en 2022 se han firmado más de 2,3 millones de contratos fijos-discontinuos. Como ejemplo escandaloso de este sesgo tenemos el caso de Baleares, comunidad autónoma en la que hay más personas cobrando el paro que parados reconocidos.
Existe un amplio consenso en que el número de trabajadores fijos discontinuos que están en su casa, sin trabajar, es del entorno de 600.000; o lo que es lo mismo, el número de parados efectivo rondaría los 3,5 millones, niveles similares a los de junio de 2018. Si algún día la ministra del dato se digna a dar este dato y reconstruir la serie, veremos que el supuesto éxito de la reforma laboral de Yolanda Díaz no es más que un espejismo.
De hecho, la última Encuesta de Población Activa (EPA) apunta a un fuerte retroceso del mercado de trabajo, que se puede ver en dos datos:
• La incoherencia de tener prácticamente el mismo número total de horas trabajadas en el 4º trimestre de 2022 que en 2018, a pesar de tener casi 900.000 ocupados más que entonces.
• En el último semestre del año ha aumentado el paro, por primera vez desde la crisis financiera, en 44.000 personas frente a una reducción media de -207.000 parados en los años previos a la pandemia.
2) La trampa de la «excepción ibérica»
Probablemente haya escuchado que, gracias a la excepción ibérica, los españoles pagamos la electricidad un 20% menos de lo que hubiéramos tenido que pagar, que pagamos un 53% menos que Alemania o Francia, que lideramos el discurso energético en Europa o que nos hemos ahorrado 4.500 millones de euros.
Todo es mentira. En primer lugar, no nos hemos ahorrado ni un euro, sólo hemos diferido parte del pago: lo que no se paga hoy en la factura eléctrica se paga mañana por la compensación del tope de gas, y lo que no pagan los consumidores del mercado regulado lo pagan los del mercado libre cuando se le renuevan los contratos.
Podríamos decir que es un juego suma si no fuera porque la subvención de 1.600 millones de euros a consumidores franceses, marroquíes y portugueses lo convierte en un juego de resultado negativo para los españoles. No nos ahorramos 4.500 millones de euros sino que perdemos 1.600 millones.
Y la segunda trampa consiste en confundir el precio en los mercados mayoristas con la factura que realmente pagan las familias que, además del precio mayorista incluye los peajes, impuestos y ahora la compensación del mecanismo del tope de gas. Así. según la OCU, la electricidad ha sido en 2022 un 34% más cara que en 2021 y un 87% más cara que en 2020. Las familias pagamos hoy 500 euros más de luz al año que cuando Sánchez alertaba de que la gente sufría pobreza energética y reprochaba a Rajoy aquello de «usted le sale muy caro a los españoles».
3) La trampa del «robusto crecimiento» menguante.
Este es un punto más complicado de explicar, después de avanzar un dato de crecimiento del PIB del 5,5% en 2022, pero veremos que también tiene su trampantojo.
Las últimas revisiones del INE, casualmente tras el cambio de presidente forzado por Nadia Calviño, profundizaron la caída del PIB en 2020 (del -10,8% a -11,3%) y elevaron la recuperación en 2021 (del 5,1% al 5,5%).
Como consecuencia de estos ajustes, se amplificó el llamado «efecto arrastre» por lo que, aunque el PIB no hubiera crecido nada ninguno de los 4 trimestres de 2022 respecto al último trimestre de 2021, el crecimiento anual habría sido del 3,6%, que es la diferencia entre el crecimiento medio de 2021 y el crecimiento en el cuarto trimestre de ese año. Ese efecto arrastre, en condiciones normales, suele ser mucho menor; en 2023 es algo menos de 8 décimas.
Si lo vemos en términos interanuales, la economía sólo ha crecido un 2,7%, prácticamente todo concentrado en el segundo trimestre del año (+2,2%) y, desde entonces, sólo hemos crecido dos décimas cada trimestre. ¿Alguien ve en el gráfico siguiente un «robusto crecimiento» en 2022?
Si además atendemos a la distribución de ese crecimiento en los datos provisionales del cuarto trimestre no hay buenas noticias: todo el crecimiento se debe a la contribución del gasto público, que sube un 1,9%, mientras que el consumo de los hogares, -1,8%, y la inversión privada, -1,2% caen. ¿Es sostenible un crecimiento que sólo se apoya en el gasto público cuando hemos superado ya una deuda pública de un billón y medio de euros? la respuesta es claramente no.
4) La trampa de la inflación
El gobierno dice que ha bajado los precios 5 puntos en 5 meses. Esto también es falso o cuando menos sesgado. La variación interanual del IPC, que es lo que ha bajado 5 puntos, sólo indica que los precios suben menos de lo que subían hace unos meses, pero esto no significa que los precios estén bajando, como puede observarse en el gráfico siguiente:
El índice de precios, línea roja y escala izquierda, sigue prácticamente en los mismos niveles máximos alcanzados en verano (cuando la inflación interanual era del 10,8%). Si los precios no subieran ni bajaran nada en los próximos meses, la inflación interanual acabaría en el 0, sin embargo los precios seguirían en los mismos niveles actuales.
Creo que la forma más visual de explicarlo se la escuché a Juan Bravo, vicesecretario económico del PP: si engordo 6,5 kilos en 2021, y engordo 5,5 kilos en 2022, no he adelgazado un kilo, he engordado 12 kilos en total… este gobierno quiere hacernos creer que si engordamos 4 kilos más en 2023 estaremos adelgazando, cuando la realidad es que estaremos cerca de reventar. A veces una imagen vale más que mil palabras y, sin duda, este es uno de esos casos.
Además de esta confusión mezclando el índice con su variación, el gobierno ha utilizado el comodín del cambio metodológico: en 2023 va a reducir el peso en el cálculo del IPC -casualmente- de los 3 grupos de bienes que más han subido de precio en esta escalada inflacionista (vestido y calzado, alimentos y los gastos de la vivienda) y aumentar el peso de los bienes que menos han subido de precio.
En el cuadro siguiente hemos ordenado los grupos de bienes y servicios de mayor a menor inflación, y en la última columna el cambio en la ponderación que se ha realizado, para que se vea ese efecto.
Para culminar su trampantojo sólo hay que añadir un último ingrediente: el enorme gasto en publicidad institucional convertida en propaganda al servicio del gobierno; una propaganda financiada mayoritariamente con fondos europeos, esos que en teoría tenían como objeto transformar nuestra economía.
El gran resumen que podemos extraer es que, como el gobierno progresista es incapaz de mejorar la vida de las personas, centra todos sus esfuerzos en manipular las estadísticas y la comunicación para aparentar que mejora la vida de las personas. Una estrategia que tiene un único problema: la realidad.
En el trampantojo arquitectónico, por muy realista que parezca la puerta dibujada en la pared, si intentamos atravesarla nos damos con el muro; con el trampantojo económico sucede exactamente lo mismo: por mucho que el gobierno nos diga lo bien que estamos, las familias nos chocamos diariamente con el muro de la realidad económica.
Javier Escribano es economista.
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