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David Jiménez-Blanco

¿Confusión de confusiones?

En España sabemos, y mucho, de finanzas. Y probablemente también de medicina, ingeniería o derecho, aunque todas esas disciplinas usen sus versiones respectivas del 'spanglish'

Act. 23 sep. 2025 - 14:07

No, a pesar de lo que el título parezca indicar, éste no es un artículo acerca de la actual situación de la política internacional. Ni siquiera de la española. Sino de algo muy anterior, y en mi opinión mucho más importante para ahondar en la historia de las finanzas y de España, aunque sea un episodio poco conocido.

Es un hecho: los españoles que hemos trabajado en sectores relacionados con el mundo de la inversión caemos con frecuencia en el uso del spanglish, ese idioma híbrido que en su variante financiera consiste en trufar la conversación con términos del idioma inglés que no encuentran fácil traducción al español (o que somos demasiado vagos para traducir) y cuyo uso suena al oído profano, siempre, como un intento por parte de los sacerdotes de la disciplina de mantenerle en la oscuridad: términos como swap, spread, fee, NDA, M&A, split, premium, etc.

En defensa de mis compañeros de profesión, diré que eso no es peor que cuando alguno de nosotros escucha a médicos, o a ingenieros, o incluso a abogados, hablar con sus respectivos colegas acerca de temas propios de su materia. Los términos acuñados dentro de un campo del saber facilitan y hacen más rápida y precisa la comunicación entre los que están habituados a ellos. A menudo esos términos han nacido, y se expresan mejor, en una lengua extranjera. C’est la vie...

No es tan conocido que, a menudo, los conceptos que subyacen a palabros extranjeros se acuñaron originalmente en español

Lo que sin embargo no es tan conocido es que, a menudo, los conceptos que subyacen a muchos de esos palabros de reciente importación se acuñaron originalmente en español, se concibieron primero en nuestro idioma. Pero esa es la realidad. En el siglo XVII, en Ámsterdam, empezó a organizarse el comercio público de acciones, el embrión de las primeras bolsas modernas. Los mercados financieros llevaban ya tiempo funcionando, pero al principio estaban limitados al comercio de títulos de deuda pública y al de metales o productos agrícolas concretos (por usar otro frecuente anglicismo, commodities).

Respecto a estos últimos es bien conocido, por ejemplo, el caso de la burbuja de los tulipanes y su estallido en 1637. Pero por entonces comenzaron también a comprarse y venderse las acciones de la primera sociedad de responsabilidad limitada de la historia moderna, la Compañía de las Indias Orientales, que allegó capitales de muchos inversores para acometer empresas que empezaban a estar fuera del alcance de una fortuna individual, pero también de los soberanos.

Pues bien, en ese Ámsterdam de los comienzos del capitalismo moderno se hablaba mucho español. Así, entre los nombres de los fundadores de la propia Bolsa se encuentran muchos apellidos de origen español y portugués, que en conjunto aportaron un tercio del capital de la misma, como ha mostrado nuestro gran economista León Benelbas. Esos apellidos (Andrade, Lucena, Acosta o Henríquez, entre otros) eran, por supuesto, los de quienes se hallaban allí formando parte de una de nuestras grandes comunidades exiliadas. Y es que el siglo XVII fue la mejor época de la floreciente comunidad sefardí de esa ciudad, entre cuyas lumbreras estaba, por ejemplo, nada menos que el gran filósofo Baruch (o Benito) Spinoza, al menos hasta su expulsión de la misma por su escandalosa manera de pensar.

Pero hay otro nombre que destaca en esos años en esa misma comunidad, aunque sea menos conocido, y es el de José de la Vega. De la Vega había nacido en 1650 en una familia de origen andaluz. Su padre, inicialmente un cristiano cordobés descendiente de judeoconversos, había dejado España al sentir demasiado cerca la presión de la Inquisición, y volvió a la fe de sus antepasados en cuanto se vio libre de aquélla.

En 1688, el joven José, nacido ya hebreo, sistematizó lo que se sabía para entonces del comercio de acciones en un manual escrito y publicado en castellano que tituló, efectivamente, Confusión de Confusiones. El subtítulo del libro es deliciosamente descriptivo «Diálogos curiosos entre un filósofo agudo, un mercader discreto y un accionista erudito describiendo el negocio de las acciones, su origen, su etimología, su realidad, su juego y su enredo». Y el libro no lo es menos, aunque su lectura no es fácil de acometer. La abundancia de citas bíblicas y de la mitología clásica, que sin duda eran referencias cercanas para los contemporáneos del autor, hacen muy conveniente para el lector actual la utilización de una edición bien anotada y con el español puesto al día como la –sencillamente excelente– que publicó en 2022 el abogado (y muy sabio) zaragozano Servando Gotor en su editorial Lecturas Hispánicas, de la que yo me he servido.

Confusión de Confusiones no es un tratado sistemático de la inversión. Su estilo y su estructura no se prestan a considerarlo así. Pero es interesante ver que trata de temas como la naturaleza de las acciones, la importancia de los dividendos, la relación entre la marcha de la compañía y el precio de sus títulos… y también la frecuente desconexión aparente entre una y otro. Incluso describe el diferente impacto de las noticias relativas a la compañía (como si un barco había llegado a buen puerto o se había hundido en el trayecto) en el corto y el largo plazo, y habla de cómo un buen inversor sabe aprovechar cualquier debilidad pasajera para adquirir más acciones a buen precio, prefigurando varios siglos antes los análisis fundamentales de Benjamin Graham.

De manera especialmente llamativa, describe (con vocabulario del siglo XVII) la utilización de acciones de compra y acciones de venta para expresar opiniones apalancadas sobre los títulos subyacentes; es decir, la base de todos los mercados de derivados actuales. Pero con todo, tal vez lo más interesante del libro sea su análisis de las emociones humanas en lo relacionado con las inversiones (ansiedad, paciencia, emocionalidad, serenidad, etc), algo que está de plena actualidad hoy en los estudios de economía del comportamiento. Su lectura, para el que acepte invertir tiempo en hacerla de manera paciente, es por todo ello una delicia que recompensa ampliamente al que sienta curiosidad por estos temas.

Como persona dedicada a la Bolsa, siento orgullo de que todo ese pensamiento se elaborara primero en mi propio idioma antes de pasar al neerlandés, al inglés o a otros

Personalmente, como persona dedicada a la Bolsa, siento orgullo de que todo ese pensamiento se elaborara primero en mi propio idioma antes de pasar al neerlandés, al inglés o a otros en los que encontró un campo más fértil para crecer y desarrollarse en los mercados de capitales del norte del Atlántico. Precisamente el crecimiento temprano de esos mercados financieros explica en buena medida el mayor desarrollo económico de esos países desde el siglo XVII hasta hoy.

Pero todo ello me suscita varias reflexiones adicionales: la primera es lamentar qué talentos dejó España escapar al deshacerse de su minoría más avezada en temas financieros y de administración, incubados durante tantos siglos en los reinos españoles. Y creo que no debemos dejar de reivindicar a esos talentos como parte de nuestra historia. Los sefardíes siguieron sintiéndose españoles fuera de nuestras fronteras, y aún lo hacen allí donde residan, aunque afortunadamente nuestro país concedió la nacionalidad española en 2015 a quienes de entre ellos deseen recuperarla.

Vista desde el espacio exterior, la tierra parece estar en silencio y su superficie parece suave, pero a ras de suelo sabemos que no es así. Con la historia sucede algo parecido: en el devenir diario de los acontecimientos, la historia es más confusa y las fronteras son más graduales que una línea nítida en un mapa. Hay cosas de fuera aquí, y hay rasgos de hispanidad fuera de nuestras fronteras. Al reivindicar figuras como la de José de la Vega, podremos legítimamente enorgullecernos de la contribución intelectual española al desarrollo de instituciones esenciales del mundo moderno y contemporáneo, pero a cambio tendremos que abrir nuestra mente y aceptar nuestra historia de mestizaje. Hubo españoles musulmanes y hubo españoles judíos. En nuestra sangre hay restos de todos ellos.

Como defendió Américo Castro, España es el resultado de una gran mezcla. Lo grande de nuestra historia, y también los terribles desgarros de la misma, proceden de ello. Pero no caigamos en otra confusión de confusiones creyendo superior a lo nuestro todo lo que nos viene de países más al norte. En España sabemos, y mucho, de finanzas. Y probablemente también de medicina, ingeniería o derecho, aunque todas esas disciplinas usen sus versiones respectivas del spanglish.

David Jiménez-Blanco es presidente de la Bolsa de Madrid, vicepresidente de BME, y autor de Conversos (Editorial Almuzara, 2025)

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