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28 de marzo de 2024

Victoria Hortelano Cañellas

Educar en la lengua materna

Una educación de calidad se debe impartir en la lengua hablada en el hogar

Actualizada 04:30

La lengua materna es aquella que nos acompaña desde nuestro nacimiento, nuestro medio de comunicación con el mundo, un recurso fundamental para la construcción de uno mismo y de nuestra relación con los demás.
Con la lengua materna se construye nuestra identidad cultural, social y la propia personalidad. La identidad y el desarrollo de la personalidad parten de la comprensión del mundo que nos rodea. A esa comprensión del mundo se llega desde el idioma y la relación con los demás, ya desde antes de nacer, a través de la escucha. La lengua materna es el recurso que nos conecta con el entorno, nuestra ventana hacia el mundo exterior, pero también el medio de comunicación con nuestro interior, porque el pensamiento es lenguaje y el lenguaje es pensamiento.
La lengua materna moldea nuestro pensamiento de tal manera que nuestra concepción del espacio, del tiempo y de las relaciones con los demás difieren en función de nuestra cultura. Nuestra lengua materna es nuestra cultura. Investigadores del lenguaje ya confirman que las personas que hablan lenguas diferentes piensan de manera distinta.
De hecho, la dirección de la escritura influye en la manera en la que organizamos el tiempo; el género de los sustantivos influye en las representaciones mentales que nos hacemos de los objetos. Es tal la interrelación entre lenguaje y pensamiento que, cuando aprendemos un nuevo idioma, también aprendemos una nueva forma de pensar (Boroditsky, 2009).
Hemos de permitir el uso de la lengua materna en las escuelas porque, para aprender, necesitamos comprender. La comprensión y la escucha forjan vínculos de confianza, favorecen la empatía y la aprobación de los demás. Cuando se está desarrollando nuestra personalidad, necesitamos la valoración que nos llega de otras personas (Engel y Coll, 2021). Si no nos podemos expresar con precisión, ni comprender el feedback positivo de las figuras de referencia, de los compañeros de clase, no se creará el clima de confianza necesario para el aprendizaje. Educar es confiar.
Sin escucha se produce el sentimiento de indefensión aprendida, es decir, la creencia de que nada de lo que hagamos tiene impacto sobre nuestra realidad, porque no poseemos ningún control sobre los acontecimientos (Seligman, 2018). Cuando la sensación de fracaso se convierte en el sentimiento habitual nos desvinculamos del aprendizaje y de los demás. La buena noticia es que la indefensión aprendida puede cambiarse modificando nuestro diálogo interno y recibiendo la validación de los demás. De ahí, la importancia del lenguaje y de la comunicación.
Sin escucha no hay comprensión, sin comprensión no hay procesamiento de la información; puede haber memorización, pero no hay aprendizaje. Hay que enseñar en un idioma que los niños puedan comprender porque cuando no nos escuchan, cuando no nos entienden, se desvanece nuestra opinión, nuestra concordancia con los demás, nuestras discrepancias, nuestro sentido crítico, nuestro yo.
Al no permitir la educación en la lengua materna, se dificulta la adquisición temprana de habilidades fundamentales de lectura y escritura y se entorpece la participación de los padres en el aprendizaje de sus hijos. Si falla la comunicación, no se desarrollan el sentimiento de pertenencia ni la afinidad, que es una de las necesidades básicas del ser humano, y que, cuando se satisface, produce bienestar (Ryan y Deci, 2000). Cuando el desarrollo de las habilidades comunicativas es correcto en la infancia y en la adolescencia, se mejora el autoconcepto, la percepción que tienen las demás personas de nosotros y, por ende, nuestra autoestima y nuestra autoconfianza (Bueno y Portero, 2019).
En la medida en la que estoy limitando el aprendizaje de la lengua materna, estoy limitando las posibilidades de que el alumno desarrolle plenamente su pensamiento matemático, filosófico o artístico… Si se produce un empobrecimiento del lenguaje, se produce un empobrecimiento del pensamiento.
Cuando nos obligan a usar una sola lengua, no solo se coarta nuestro pensamiento y nuestra personalidad, sino que también se constriñe nuestra libertad, nuestra creatividad y la expresión de nuestra emocionalidad. Necesitamos contar. Contar a los demás es una estrategia de regulación emocional que nos ayuda a desarrollar nuestras habilidades comunicativas, lingüísticas… a conectar con el otro.
La Convención de los Derechos del Niño (1989) reconoce el derecho a la libertad de expresión y de pensamiento, a recibir una educación orientada al desarrollo de la personalidad, y a emplear la propia lengua, incluso cuando no sea la de la mayoría de las personas del lugar en el que viven. Para poder ejercer esos derechos, el niño necesita tener acceso a su lengua.
Hay que reivindicar tanto el derecho a la educación en la lengua materna como la convivencia de distintas lenguas en el entorno educativo.
En este mundo plural y diverso, la inclusión, el respeto y la convivencia son los valores fundamentales en los que se debe sustentar la educación. El bilingüismo y el multilingüismo forman parte de esa diversidad, que es ya la realidad de nuestra sociedad y de nuestras aulas. Hay que integrar las lenguas. Hagámoslo de forma holística, respetuosa con las personas, y alejándonos de porcentajes.
Las lenguas cohabitan en las personas bilingües y plurilingües, conformando un repertorio lingüístico único e identitario. Los hablantes de varias lenguas seleccionan los elementos necesarios de ese repertorio para comunicarse. Los estudios sobre enseñanza y aprendizaje de lenguas ya no hablan de personas bilingües y multilingües que clasifican y guardan las lenguas en compartimentos mentales separados como si fuesen unidades independientes, sino que estos hablantes hacen uso de todos sus conocimientos y experiencias lingüísticas porque, en el acto comunicativo, las lenguas se relacionan e interactúan entre sí.
Desde esta comprensión de la interacción de todas las lenguas que habla una persona, hay contextos educativos que incorporan el translingüismo en comunidades bilingües, es decir, favorecen el uso flexible de la totalidad de los recursos lingüísticos a disposición del hablante (Pino, Trujillo y González, 2019). El translingüismo, característico del ciudadano del siglo XXI (García, 2013), no categoriza las lenguas como dominantes, primeras o segundas, en una jerarquía que desentona con un modelo educativo inclusivo, sino que permite la coexistencia de las lenguas y, en consecuencia, la adquisición de las ideas y la expresión del aprendizaje.
Y ¿qué decir del español? Nuestra lengua universal.
El español es el puente que nos abre a la comunicación con otras culturas y países. Educar en español es abrir las posibilidades de entender el mundo. Es aceptar la multiculturalidad, la diversidad que nos enriquece porque aprendemos de los demás. El español es sonoridad, ritmo, belleza, armonía. El español es poesía.
El lenguaje está vivo, no es estático. Es emoción, alegría, tristeza, vínculo. Es el anclaje con todo aquello que somos, con nuestro pasado, nuestro presente. Es la herramienta para construir nuestro futuro. Es nuestra carta de presentación, la puerta que nos conecta con el mundo.
Cuando nos obligan a usar una sola lengua, no podemos elegir nuestra manera de estar en el mundo. Nos viene dada, se nos impone. Se desvanece nuestra personalidad, engullida por la norma.
Sin lengua no hay escucha, no hay comprensión, ni regulación emocional ni…
Sin lengua… hay vacío.
  • Victoria Hortelano Cañellas es vicedecana del Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía, Letras y Ciencias de Madrid.

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