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30 de abril de 2024

la educación en la encrucijadaFelipe J. de Vicente Algieró

El tinglado educativo español

Cualquier profesor al que preguntemos señalará como uno de los problemas más agobiantes la inmensa burocracia que atenaza el sistema

Actualizada 04:30

En sus interesantes memorias, Gorvachov explica sus inicios en la política siendo secretario del partido comunista en su región natal y relata sus problemas para conseguir alguna medida concreta como una obra pública de no gran envergadura o corregir algún fallo de producción en determinada fábrica. La burocracia desalentaba cualquier iniciativa. Al final, el único modo de conseguir algo era viajar a Moscú y mediante un contacto en las altas esferas saltarse los agobiantes trámites burocráticos. Cuando llegó a ser miembro del politburó del partido comunista de la URSS y, luego, secretario general, pudo darse cuenta de la realidad: el sistema soviético agonizaba bajo una burocracia que lo empapaba todo. El sistema descansaba en un inmenso tinglado burocrático en el que las diversas unidades de producción disimulaban su realidad rellenando papeles y más papeles para hacer creer al burócrata supremo que los objetivos del plan quinquenal se estaban cumpliendo. No había manera de saber la realidad de la economía soviética, escondida detrás de una casta de burócratas (la «nomenklatura») que vivían (y muy bien) a costa del tinglado. Hacía falta una «glasnot», una transparencia, para conocer la realidad y así poder pasar a la reforma («perestroika»)
Todo esto me ha venido a la memoria tras conocer los datos PISA. Esos son unos indicadores, malos para España y muy malos para Cataluña. Pero no son todos los indicadores ni son suficientes para conocer la realidad de un sistema educativo que languidece caminando cuesta abajo, PISA tras PISA. Cualquier profesor al que preguntemos señalará como uno de los problemas más agobiantes la inmensa burocracia que atenaza el sistema. Cada docente ha de pasarse horas rellenando papeles con programaciones, situaciones de aprendizaje, grado de desarrollo de las competencias, planes individualizados, adaptaciones curriculares, informes a las familias, a la inspección o al consejo escolar del centro, preparación de proyectos, atención al alumnado de incorporación tardía, aplicación del Diseño Universal de Aprendizaje (DUA), explicaciones sobre cómo va a tratar la perspectiva de género o los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en sus clases…y múltiples reuniones. Y eso, además de la preparación de sus materias y el seguimiento de sus alumnos.
Esta agobiante burocracia ha generado una casta que vive cómodamente del sistema, por supuesto sin pisar un aula: la de los burócratas y compañeros de fatigas (es un decir) que han diseñado este inmenso tinglado. Por ejemplo: los pedagogos orgánicos que pululan por el Ministerio y por todas las Consejerías autonómicas, las Facultades de Pedagogía cuyos profesores adoctrinan a los futuros docentes, una pléyade de «formadores» especializados en dar cursos para explicar cómo hay que cumplir con el papeleo, consejos escolares autonómicos y municipales, consejos evaluadores, observatorios, directores generales, subdirectores generales, expertos, asesores… que bajo nombres como «innovación educativa» suministran leña para seguir alimentando el fuego de continuos experimentos pseudopedagógicos que alimentan a la casta.
El paroxismo de todo esto lo vemos en Cataluña, a la cola de PISA. Es allí en donde el pedagogismo experimentalista y su anexa burocracia han alcanzado su modelo más acabado, digamos que más «soviético». El tinglado catalán está muy bien organizado y es muy difícil de desmantelar, porque constituye una verdadera «nomenklatura». Cuenta con una fortaleza inexpugnable: la Fundación Bofill, auténtico promotor de la debacle catalana. Hasta una institución tan responsable como La Caixa participó en subvencionar el tinglado sufragando el proyecto Escuela Nueva 21, de la que nunca más se supo (fue un sonado fracaso) y al que se destinó el dinero de los clientes de tan respetable entidad bancaria.
La realidad es que no sabemos cómo está de verdad el sistema educativo español. PISA nos da una aproximación, pero debajo de la alfombra hay mucho más. Las administraciones han reaccionado con medidas cosméticas. El presidente del gobierno ha anunciado más horas de Lengua y Matemáticas. Y la Consejera de Educación catalana ha nombrado una comisión de «expertos», todos ellos procedentes de la casta que monopoliza el tinglado. Pero cuál es el verdadero nivel de conocimientos de nuestros alumnos no lo sabemos. Habría que hacer unas pruebas de diagnóstico serias y por parte de una autoridad independiente para saberlo. Pero lo intuimos, quizás por esto las administraciones no quieren hacerlas.
Es posible que, para contentar a la opinión pública, se anuncien algunas medidas. Pero el tinglado seguirá igual. La potente casta que vive a costa del sistema admitirá algún cambio, para que todo siga igual. Desmontar el tinglado educativo español requiere una profunda «glasnot» para saber la realidad. La ley educativa vigente (LOMLOE) es un obstáculo para que el sistema educativo sea, de verdad, un vehículo de transmisión de conocimientos. Los experimentos pseudopedagógicos que invaden muchos centros (sobre todo en primaria) son un evidente engaño social: los niños no aprenden conocimientos, solo van a la escuela para «ser felices».
La estafa es de tal magnitud, sobre todo en Cataluña, que ha surgido un movimiento de padres y madres que lo está denunciando. Su portavoz explica que cuando se han reunido con representantes del Departamento de Educación, lejos de comprender sus fundadas razones, la respuesta es: la educación ha cambiado, ahora todo es distinto a los métodos «antiguos». Es decir, el tinglado se resiste y, por supuesto, se mantendrá intacto. Sólo un gran movimiento social de indignación podría vencer a la casta instalada tras el colapsado sistema educativo español. Pero si cayó el muro de Berlín, también caerá el muro tras el que se parapeta el tinglado. No se puede seguir engañando a la población durante mucho tiempo.
  • Felipe J. de Vicente Algieró, es vicepresidente de la Fundación Episteme

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