Fundado en 1910
la educación en la encrucijadaDaniel Martín Ferrand

España, sin universidades de prestigio

En los listados las universidades españolas quedan en lugares muy retrasados, pero eso no parece invitar a que nadie se ponga a pensar cómo podría mejorar la enseñanza superior de nuestro país

El pasado día 15 se publicó el Ranking Académico de Universidades del Mundo, también conocido como Ranking de Shanghái, considerado uno de los más prestigiosos. En principio, usa criterios objetivos para evaluar y clasificar a más de 2.500 universidades de todo el mundo.

Entre los criterios, destaca el número de exalumnos o de empleados que han ganado el Nobel o la medalla Fields, el número de artículos publicados en las revistas Nature y Science, el número de investigadores seleccionados por Clarivate, y, en general, las presencias en publicaciones externas y el empleo de una metodología más transparente y abierta.

Más allá de que estos criterios muestran un sesgo altamente científico, esta lista de las 1.000 mejores universidades del mundo se considera de las más fiables. Que lo lideren Harvard, Stanford o el MIT, y que incluya a Oxford y Cambridge en el top 10 es una buena carta de presentación.

Sin embargo, en lo que nos respecta, un año más no hay ninguna universidad española entre las 100 mejores, donde sí hay presencia de centros de Estados Unidos (con 37) y China (15), Reino Unido (8), Australia (5), Suiza (5), Alemania (4), Francia (4) y otros 11 países (como Países Bajos (2) y Bélgica (2), o Noruega y Finlandia, cada una con 1).

España ya entra en el top 500, con 10 centros, aunque la primera, la Universidad de Barcelona, se sitúa en los puestos 151-200 –desde la posición 101 se agrupan por lotes, y no se concretan posiciones–. Junto a ella, en posiciones más retrasadas, la de Valencia (201-300), la Autónoma de Barcelona, la Autónoma de Madrid, la Complutense, la Pompeu Fabra, la de Granada y la del País Vasco (301-400), y la Politécnica de Valencia y la de Sevilla (401-500).

Al final, España remonta algo y consigue situar 36 universidades entre las 1.000 mejores del mundo, en lo que supera, por ejemplo, a Francia (27), pero no a Italia (41, aunque tampoco tiene ninguna en el primer centenar) o Alemania (51).

Estas clasificaciones siempre hay que tomarlas en su justa medida, porque, por ejemplo, apenas aparecen centros privados españoles –creo que solo la Universidad de Navarra– y algunos públicos, como la Carlos III de Madrid, se ven perjudicados según estos baremos, en los que prima el tamaño del centro y en los que la calidad de la enseñanza queda en un segundo plano. Aparte, estos rankings no parecen valorar por ningún lado la calidad de la formación de, por ejemplo, los médicos e ingenieros españoles.

En cualquier caso, en este tipo de listados las universidades españolas quedan en lugares muy retrasados, pero eso no parece invitar a que nadie se ponga a pensar cómo podría mejorar la enseñanza superior de nuestro país.

Por ejemplo, en España hay 96 universidades reconocidas por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Ya puestos, este está separado del Ministerio de Educación, Formación Profesional y Deportes, como si estos estuviesen más relacionados con el sistema educativo que la formación superior.

De las 96, 50 son públicas ¡más que provincias!, y algunas son gigantescas acumulaciones, como la Complutense, que combina algunas facultades muy prestigiosas, como la de Ciencias Físicas, con otras de muy dudoso ascendiente, como la de Ciencias Políticas y Sociología. Al haber tanta universidad, tanta facultad, se disemina el talento en lugar de aglutinarlo en espacios más reducidos para crear una red más eficaz y fructífera de sinergias y colaboraciones.

A ello se une el viejo vicio español de la endogamia, donde la selección del personal a menudo prima las relaciones sociales sobre las capacidades académicas e investigadoras. Y no solo en la elección de nuevos profesores, sino también en el resto del personal.

Por si fuera poco, en muchas universidades públicas españolas se recluta a profesorado por motivos obviamente políticos, como demuestra el fichaje de Pablo Iglesias en la ya citada facultad de Políticas de la UCM.

Por si fuera poco, y eso no puede aparecer en el ranking, en las universidades públicas españolas, por culpa de la legislación vigente y la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación y Acreditación), a la hora de escoger profesores se prima el perfil investigador sobre el docente, lo que repercute en una peor calidad de la enseñanza y el consiguiente menor interés de los alumnos.

La escasa presencia en las primeras posiciones de estas clasificaciones universitarias es un mal crónico de nuestro sistema educativo. Otro más. Y tampoco parece que haya nadie especialmente preocupado en intentar solucionarlo.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas