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La educación en la encrucijadaSandra Moneo

¿Nos hemos acostumbrado a la mediocridad educativa?

La desidia que este Gobierno ha imprimido a la educación ha contagiado al conjunto del sistema educativo, donde cada administración impulsa, con la mejor de las intenciones, políticas más o menos efectivas

Esta es la pregunta clave que, desde hace algún tiempo, invade los pensamientos de quienes han dedicado el máximo esfuerzo a la búsqueda de aquellos elementos decisivos para la mejora de la educación en su conjunto. ¿Existe un conformismo en la sociedad española, incapaz de corregir con sus demandas la apatía que, de forma interesada, ha impuesto el actual gobierno al conjunto del sistema educativo?

Las familias españolas siguen otorgando gran importancia a la educación de sus hijos; es más, existe una relación directa entre la implicación de las familias en la educación y el éxito escolar del alumno. No obstante, esto no se traduce en la demanda de transformaciones profundas que impliquen grandes cambios en el conjunto del sistema. Es posible que el individualismo, ante la ruptura del principio de equidad y la fortaleza de aquellos que disponen de más recursos para sortear las dificultades del sistema, haya contribuido a que la educación no ocupe el lugar que le corresponde en el marco de las demandas sociales.

Lo cierto es que la desidia que este Gobierno ha imprimido a la educación ha contagiado al conjunto del sistema educativo, donde cada administración impulsa, con la mejor de las intenciones, políticas más o menos efectivas. Políticas que chocan, desgraciadamente, con la rigidez de un modelo obsoleto, ajeno a las transformaciones que están aplicando los sistemas educativos más innovadores, y con un ministerio encabezado por quien centra su preocupación en otros quehaceres en vez de liderar la política educativa que España precisa. Un sistema que hace tiempo abandonó las evidencias empíricas como fórmula indiscutible a la hora de abordar medidas educativas exitosas, para lanzarse en brazos de decisiones políticas ancladas en el siglo pasado, acompañadas de planteamientos fundamentalistas propios de una izquierda que no ha sabido, o no ha querido, dotar a España del sistema educativo propio de quien fue en su día la octava potencia económica a nivel mundial –hoy ocupamos el puesto decimosegundo.

La educación juega un papel decisivo en el desarrollo social, cultural y económico de un país. Nuestro descenso a nivel mundial desde el punto de vista económico no es ajeno a la escasa solidez e importancia que tiene la educación en España.

Nos estamos quedando atrás, esa es la verdad. Nuestro país está perdiendo la senda transformadora que históricamente ha impulsado los grandes cambios. Cuando, de forma recurrente, informes y estadísticas nacionales e internacionales sitúan a España a la cabeza del abandono educativo temprano –todavía en torno al 13 %, frente al 9 % de media de la Unión Europea–, lo que se esconde no es una mera valoración numérica, sino la existencia de una brecha profunda entre aquellos alumnos que continúan su formación hacia etapas postobligatorias y, por ende, no solo tienen mayores posibilidades de acceso al mercado laboral, sino también una mayor remuneración en el desempeño de su trabajo, frente a aquellos que ni siquiera son capaces de finalizar con éxito las etapas obligatorias, viéndose condenados inevitablemente a engordar las cifras del desempleo. España encabeza las cifras de paro juvenil en la Unión Europea: exactamente un 25 % de jóvenes menores de veinticinco años están desempleados. La cuestión, una vez valoradas las cifras y la relación más que evidente entre formación y empleo, es si una sociedad avanzada como la nuestra puede permanecer impasible ante esta situación. Personalmente, creo que no.

La brecha social impuesta por un sistema educativo ineficiente, que condena a los más débiles a la frustración y al fracaso, es uno de los grandes problemas que ha de enfrentar nuestro país. El sistema educativo no es una balsa de aceite y sus resultados no son excelentes, por mucho que se esfuerce en trasladar este gobierno, empeñado en dormir al gran gigante que representa la educación. Ni los alumnos españoles tienen la educación de calidad que precisan para enfrentarse a un mundo abierto y globalizado, ni los profesores encuentran en el sistema educativo el cauce adecuado para impulsar su formación y carrera profesional.

Muchos y variados han sido los artículos que, bajo la reseña La educación en la encrucijada, han permitido evidenciar, con la contundencia que aportan datos perfectamente contrastados, la necesidad de reformas de calado. Desde el papel fundamental que juega el profesorado en el éxito escolar del alumno, hasta la necesidad de abordar en toda su amplitud la reducción del abandono educativo temprano con medidas ya adoptadas por países de nuestro entorno, como la extensión de la enseñanza básica hasta los dieciocho años. Medidas acompañadas por la recuperación de principios muy simples como la cultura del esfuerzo, el gusto por el trabajo bien hecho, la disciplina y la constancia. La presencia de elementos innovadores en el aula, como las nuevas tecnologías que impulsen la formación en materias STEM, sin renunciar a la fortaleza que representa el libro en el proceso de aprendizaje del alumno. La flexibilidad de un sistema que se ajuste a los intereses y necesidades del alumno sin rebajar la calidad del mismo, sino desarrollando todo su potencial. La necesaria existencia de pluralidad de centros educativos, también de universidades que potencien la oferta, la competencia y, por tanto, la calidad. Mayor autonomía y, por tanto, mayor rendición de cuentas y mayor transparencia…

Existen fórmulas. La sociedad española ni puede ni debe conformarse. En ello reside nuestro futuro.

  • Sandra Moneo es presidenta de la Comisión de Ciencia, Innovación y Universidades

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