Manuel Fraga acude al Palacio de la Moncloa para mantener una reunión con Adolfo Suárez y otros portavoces parlamentarios en 1977
Efeméride
Galicia recuerda a Fraga, el «León de Villalba», en el centenario de su nacimiento
Un repaso a la biografía del ministro de Franco, fundador del PP y presidente gallego durante quince años
Decían de él que tenía el Estado en su cabeza, esa cabeza que después solo tuvo espacio para su tierra, a la que se refería como «nai e señora» (madre y señora). La rama gallega del partido que fundó lo homenajeará esta tarde frente al busto erigido en su localidad natal. Hoy habría cumplido 100 años Manuel Fraga Iribarne, apodado el «León de Villalba» por razones tan evidentes que excusamos recordarlas. Sesenta años de servicio público lo contemplan.
Su padre, Manuel Fraga Bello, había sido alcalde de su pueblo cuando Primo de Rivera, y de ahí la querencia de su hijo por la política. Un progenitor que hizo fortuna en Cuba, y que cuando volvió del Caribe decidió invertir lo ganado en las afueras de la ciudad coruñesa, en el barrio de Os Castros, donde aún hoy la familia conserva propiedades valiosas. Cuando su padre iba a disfrutar de sus posesiones, solía acompañarlo el niño, que estuvo a nada de morir ahogado en la cercana playa de Santa Cristina. Este episodio lo recordaba con mucha emoción en sus últimos años de vida.
Pasemos al Fraga estudiante. Es premio extraordinario de Derecho en la Universidad Santiago de Compostela. Llega a catedrático, pero la política ganará la partida a la docencia.
Ministro y embajador
En 1951 empieza a ocupar puestos en la administración franquista. Va escalando y en 1962 resulta designado ministro de Información y Turismo, cargo que ocupará hasta 1969. Es en una de las caras del llamado sector «reformista» o «aperturista». Elabora la Ley de Prensa e imprenta que acaba con la censura previa, acuña el lema Spain is different! y se baña en Palomares tras el célebre accidente atómico de 1966.
El actual presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoó, abraza a Fraga
En 1969, cuando el proceso de Burgos, cesa como ministro y pasar a ejercer como embajador en Londres. Desde allí participa en la creación del diario El País. Y de esos años british en los que solía lucir bombín asienta su querencia por el bipartidismo. Es tan acentuada que en 1993 da orden de frenar en seco el acelerador de la campaña electoral gallega cuando las encuestas previas le anuncian el hundimiento del socialista Antolín Sánchez Presedo. No lo puede evitar y, para su preocupación, el nacionalista BNG se convierte en tercera fuerza política a corta distancia del PSOE.
Retorno al Gobierno
Deja la embajada y reaparece en la política española en 1975 como vicepresidente y ministro de Gobernación del primer gobierno de la restaurada monarquía, el dirigido por Arias Navarro. Es cuando acuña la famosa frase «la calle es mía». Los trágicos sucesos de Vizcaya en 1976 marcan a fuego este período.
«Nunca fui un servidor de la dictadura», llegó a defenderse durante la democracia, argumentando que la única forma de cambiar las cosas era «desde dentro».
Fundación de AP y padre de la Constitución
En 1976 funda Alianza Popular, con la que solo obtiene 16 diputados en las primeras elecciones democráticas tras el franquismo. Decepcionado con el resultado, responde con más trabajo. Es uno de los padres de la Constitución de 1978. En 1982, el del triunfo de Felipe González, se erige en líder de la oposición al sumar partidos a la derecha de AP.
Consciente de que es un freno para las aspiraciones presidenciales de la derecha, da un paso al lado tras cuatro intentos fallidos, deja al mando a Hernández Mancha y se convierte en eurodiputado en 1987. Vuelve para salvar los muebles, impulsa el Partido Popular y pone al frente a Aznar.
Regreso a Galicia
Entonces, Fraga se reinventa. Entre la placidez de la Eurocámara y el barro del Parlamento Gallego se decide por lo segundo. A sus 67 años, compite por la presidencia de la Xunta de Galicia, entonces en manos de un tripartito presidido por el socialista González Laxe. Logra mayoría absoluta por los pelos, pues unos miles de votos más en una de las provincias a favor del PSOE habrían permitido a este partido mantener el bastón de mando.
Fue la primera de las cuatro mayorías de ese PP a lo PNV que montó en Galicia. Su galleguismo conservador convenció a los votantes y ejerció como presidente entre 1990 y 2005.
Manuel Fraga junto al entonces conselleiro de Fomento, Alberto Núñez Feijoo
Su poder en Galicia es absoluto. Significativo resultó aquel día en que uno de sus escuderos más fieles, el conselleiro Jaime Pita, empezó a repasar los cargos presidenciales de don Manual, al que siempre se refería como «o noso presidente» («nuestro presidente»), y, para abreviar, finalizó presentándolo como «presidente de todo».
Su principal opositor va a ser el nacionalista Beiras, con el que finalmente hasta tendrá un acercamiento. Sabía apreciar la calidad política de sus rivales en las urnas. Ahora que ya han pasado años y los dos han fallecido, puede revelarse que una ocasión le preguntaron a qué político admiraba más de los ajenos a su partido y respondió que a «Rubalcaba, un cabrón muy listo».
Los años felices
Fueron los de la Xunta años felices, de miles de inauguraciones a la carrera, a las que Fraga llegaba siempre impuntual, puesto que lo hacía siempre con enorme anticipación. Es el tiempo en el que hace renacer el Camino de Santiago, que resurge como Xacobeo y con el Pelegrín como imagen, que en forma de camiseta o de pin se apodera de torsos y solapas de miles y miles de españoles.
Manuel Fraga recibe una botella de whisky de un grupo de gaiteiros escoceses, durante los actos de su toma de posesión en la Plaza del Obradoiro, ante cerca de 6000 gaiteiros
Fraga es, entonces, un torbellino. Cuando la mayoría de sus conselleiros aún se estaban desperezando, el patrón, que se levantaba a las seis de la madrugada, ya se había leído la principal prensa gallega y nacional. No solo eso, sino que también la había analizado y rotulado, apuntes que después hacía llegar a su equipo, ordenadas por departamento. Aquellas eran las primeras órdenes del día.
Autoridad y escucha
Después habría más. Muchas más, y a cualquier hora excepto los quince minutos de siesta tras la comida, que muchas veces le pillaban en el coche oficial. ¡Y ay de aquel que no obedeciese esas órdenes! Su vena autoritaria se alimenta con innumerables anécdotas. Todos en su entorno tenían asumido que, para sobrevivir en su equipo cercano, era fundamental una dedicación extrema pero también alcanzar la excelencia en el trabajo. Pero, perfeccionista como era, podías rendir a excelso nivel y que el resultado no estuviese a su gusto. ¿Qué había que hacer en ese caso? Pues «tener a mano a otro al que culpar». El entrecomillado recoge palabras de uno sus conselleiros más populares, quien recientemente me contó una anécdota muy ilustrativa sobre este particular. Durante un acto en Pontevedra, «o noso presidente» entró en combustión por un detalle concreto (lo omitiremos para no delatar a la fuente, pero era un asuntillo menor). «¿Quién ha hecho esto?», bramó el león. El conselleiro, azorado, echó una visual y detectó al fondo de la sala a un fiel y viejo colaborador –de él, pero también del partido– que nada tenía que ver con el asunto: «Aquel», delató. «Quítenlo de mi vista ahora mismo y para siempre», sentenció Don Manuel. Cuentan que el asesor jamás llegó a saber el motivo por el que estuvo unos meses haciendo trabajo de despacho, bien lejos de los ojos de Fraga, antes de ser rehabilitado una vez que el incidente cayó en el olvido presidencial.
Mandaba mucho, pero también escuchaba. Es justo es decir que nunca quiso perder su conexión con la calle. Y no estamos hablando solo de los paisanos con los que disputaba reñidas partidas de dominó. En su restaurante santiagués favorito, el Vilas, organizaba periódicamente –una vez al mes, si la agenda lo permitía– encuentros con anónimos de ámbitos diversos. El casting de comensales se lo organizaba un alcalde del área metropolitana coruñesa. En una ocasión acudió como invitado un amigo del firmante –discípulo de Monedero (entonces aún no conocido)– y volvió absolutamente fascinado con los conocimientos pluridisciplinares y enciclopédicos de Don Manuel.
Un mal final en Galicia
El de Fraga en Galicia fue un mal final. Hablando en plata: no supo retirarse a tiempo de la alta política. Primero, en 2002, pasó lo del Prestige, asunto cuya importancia no supo ver en principio, hasta el punto de que mientras la marea negra empezaba a teñir las costas él estaba cazando en Toledo y Aranjuez con su sempiterno delfín Xosé Cuíña.
La crisis causada por el petrolero manchó su imagen y supuso también el fin del aspirante Cuíña y el reclutamiento a todo correr de Núñez Feijóo, que entonces ejercía como director de Correos bajo la protección de su descubridor y valedor, Romay Beccaría. Sus problemas de movilidad evidentes –si bien menores si los comparamos con los Biden, que tienen más responsabilidad– hacían dudar de su condición física, y su fragilidad se hizo más evidente que nunca cuando en 2004 se desmayó en la tribuna del Parlamento Gallego. Al año siguiente, se quedó a un escaño de la mayoría absoluta y el Gobierno pasó a manos de los socialistas y los nacionalistas.
Su sucesor fue Feijóo, quien igualó sus cuatro mayorías absolutas antes de emprender camino de vuelta a Madrid, esta vez como líder nacional del partido.
Estación Termini: el Senado
Parecía que Galicia iba a ser la estación Termini de Fraga, pero tras perder la Xunta, decidió acabar su carrera en el Senado, que con la llegada del pope gallego consolidó aún más su fama de retiro dorado. En este caso, de modo injusto, pues desplegó una actividad intensa, tanto dentro de la cámara como fuera, pues este autor de más de 80 libros pasaba horas y horas en la biblioteca. El senador vitalicio decidió dejar la política en 2011.
Poco después falleció, a los 89 años, en Madrid, donde vivía frugalmente en casa de una hija. Pronto, el próximo 15 de enero, hará un decenio. A este profesor, diplomático y político lo enterraron donde siempre quiso hacer aquello que no hizo durante la vida, o sea, descansar, porque, como él decía en latín, «navigare neccese est, vivere non necesse», es decir, «lo que importa no es vivir, sino navegar».
Yace en el cementerio coruñés de Perbes, junto a su mujer –fallecida en 1996– y cerca de la playa que tanto amaba. En su despedida se escuchó el viento de las gaitas gallegas.