Fundado en 1910

22 de mayo de 2024

María Solano
AnálisisMaría Solano

Begoña y «sus labores»

Sospecho que a muchas mujeres nos ofende sobremanera, no que Begoña trabaje, que nos parece estupendo, sino que trabaje donde trabaja en calidad de Señora De

Actualizada 04:30

Ilustración del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña Gómez

Ilustración del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y su mujer, Begoña GómezÁngel Ruiz

Pedro Sánchez se propuso pasar a la historia y lo va a conseguir. Pero no sólo a la historia de España, nación que va a dejar descuartizada, literalmente, sino también a la historia de la retórica, porque, a los que enseñamos en las aulas estos menesteres, nos regala ejemplos épicos de las mejores falacias en oratoria. El discurso en el que, con grandilocuencia de líder populista, nos ha dicho que todo se queda igual, aunque peor, está plagado de usos inadecuados de lo que dicta la lógica.
Hay una de esas falacias que me ha llamado especialmente la atención, una en la que cambia el sentido de las palabras y nos plantea el mundo como un blanco o negro, un todo o nada, un con él o contra él. Le entusiasma ese guerracivilismo de manual en el que nos pueda meter a todos los enemigos en una misma «fachosfera» o en el que acabe generando el concepto de «la derecha y la ultraderecha», catorce veces repetido en su discurso de despedida, ahora sabemos que breve e inútil. Si George Orwell levantara cabeza, completaría 1984 y Rebelión en la granja con un título dedicado sólo a nuestro presidente, seguro.
En los ocho minutos del monólogo de su triunfal y amenazante regreso («es un punto y aparte», recuerden), acusa a la sociedad de que, si no es por él, estaremos permitiendo «que se vuelva a relegar el papel de la mujer al ámbito doméstico, teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido». Sinceramente, si yo fuera Begoña, Pedro dormía esta noche en el sofá porque la ha dejado a la altura del betún.
Por partes. En primer lugar, nadie quiere relegar a nadie al «ámbito doméstico» (qué difícil es decir «tareas del hogar», aunque él, que es tan cursi, podría haber utilizado aquel «sus labores» de mi infancia que hoy ruborizaría a nuestros jóvenes). Lo que periodistas de la talla de Antonio Naranjo y Alejandro Entrambasguas en El Debate y otros muchos compañeros de profesión en numerosas cabeceras afirman no es que Begoña tenga que quedarse en casa, sino que Begoña, como todo hijo de vecino, tiene que ser una profesional que utilice los cauces adecuados para sacar adelante su trabajo, ese que aportará valor añadido al conjunto de la sociedad y ayudará con sus impuestos al sostenimiento del país (no como el trabajo del hermano del presidente, que ayuda mucho a Portugal, extraordinario lugar donde los haya).
Sospecho que a muchas mujeres nos ofende sobremanera, no que Begoña trabaje, que nos parece estupendo, sino que trabaje donde trabaja en calidad de Señora De. Porque, haya o no delito en sus comportamientos, no me cabe duda de que si una parte de su trabajo consistía en firmar recomendaciones en calidad de «Begoña Gómez» y el carguito académico de turno en la cátedra creada ad hoc, era consciente de que su «valor añadido» residía en que el receptor de la recomendación leería entre líneas «Begoña Gómez, mujer del presidente», puesto que antes de ostentar ese título regalado, a pocas grandes empresas les importaba demasiado conseguir la hoy tan traída y llevada firma.
Así que quienes realmente han relegado el trabajo de Begoña al ámbito doméstico han sido la propia Begoña y su enamorado esposo, puesto que lejos de evitar que el «ámbito doméstico» fuera la razón del éxito profesional de ella, da la impresión de que sólo gracias a él aportó ella tanto valor añadido. Y da un poco igual si es delito o no, porque la utilización del marido es idéntica en ambos casos.
Aún hay otra frasecita en el discurso que entra en ese rango de lo woke súper moderno: «Teniendo que sacrificar su carrera profesional en beneficio de la de su marido». Paso por alto que el gerundio está mal utilizado, que luego me regañan por redicha. Lo mollar es que nadie le ha pedido a Begoña, ni desde la honorable fachosfera ni desde ningún lado, que se quede en su casa a ritmo de Bizarrap y el Quevedo hoy más famoso. Ni le piden que se sacrifique por su marido. Ni le dicen que no trabaje fuera de casa. Lo único que le piden es que, haga lo que haga, no haya sombra de duda de que en su vida profesional no se está valiendo del cargo que su marido ostenta. Por cierto, qué triste que el presidente entienda como un «sacrificio» que alguien elija libremente dedicarse a cuidar de los que más quiere.
  • María Solano Altaba es profesora en la Universidad CEU San Pablo
Comentarios
tracking