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Francisco Rosell
De lunes a lunesFrancisco Rosell

Feijóo se asoma al ruedo de Morante

El reemplazo de Sánchez obliga a un mínimo pacto de avenencia entre PP y Vox. De no ser así, suscribirán una póliza de seguro para quien sabe que le basta con echar a pelear a los próximos para que le dejen expedito el camino

Actualizada 04:30

Alberto Núñez Feijóo y Juanma Moreno, en la plaza de la Maestranza, en Sevilla

Alberto Núñez Feijóo y Juanma Moreno, en la plaza de la Maestranza, en SevillaEFE/ Julio Muñoz

Desde que, en octubre de 2000, Curro Romero anunció de improviso que se cortaba la coleta, el Faraón de Camas anduvo sin sucesor en La Maestranza hasta que Morante de la Puebla ocupó el trono tras el interregno entre figuras con la impronta de no deja indiferente a nadie. En la catedral del silencio maestrante, donde ya no se precisa gritar «¡callarse que no se ve!», se adentró el Viernes de Farolillos, como un agnóstico, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, en su primera tarde de toros con Morante cooficiando con Daniel Luque y Tomás Rufo.

Hacia su barrera se encaminó Morante para brindar su faena al presidente andaluz, Juanma Moreno, anfitrión de su jefe de filas. Al finalizar la brega, tras un pequeño fervorín a los ilustres asistentes cuando se acercó a recobrar su birrete, Morante argüiría, con sonrisa pilla, en un burladero aledaño: «Como no ha venido Santiago (Abascal)…». Dicho lo cual, se marchó tan campante tras esbozar unas pinceladas de genialidad, pese a su mal lote, a los sones del pasodoble «Suspiros de España». En el Arte de Cúchares, como en el flamenco, el pellizco y el duende marcan el designio de los escogidos de los dioses.

Sin duda, Juanma Moreno, hoy gran dominador de la escena andaluza, ha de agradecer mucho a Morante ser presidente merced a la doble carambola de diciembre de 2018 entre PP, Cs y Vox y que hoy le aloja en el palacio de la antigua corte sevillana de los duques de Montpensier. La proverbial irrupción de Vox, quien vaciló en presentarse para que lo incipiente no quedara en simiente antes de una convocatoria nacional, tuvo como adalid a Morante. Cual buhonero que va de aquí allá colocando su mercadería, desplegó un gran activismo deambulando con su carromato con carteles de Vox y megáfono en ristre. Morante se echó a la calle, como si fuera redondel de albero, recabando el voto para un nuevo partido que conectó con un medio rural agredido en su vida y sustento, así como en sus hábitos y distracciones, mientras Pedro Sánchez publicitaba la «España vaciada» con Begoña Gómez haciendo caja a cargo del erario.

La escena maestrante encierra un gran simbolismo si se quiere sacar de La Moncloa a un peligro público como Sánchez

En aquel domingo de diciembre de 2018, Morante sacó de la cama a Abascal y le soltó: «Santiago, apúrate. Paso a recogerte y te presento a un gran amigo». Ni movió la ceja estando en deuda con quien le sorprendió invitándole a un festejo en Arévalo y le dedicó un burel con la montera de Joselito el Gallo. El pasmo de Abascal, sin ser el mayor de la jornada, fue de órdago cuando la furgoneta frenó en la puerta del cementerio de San Fernando y le urgió a internarse intramuros hasta el mausoleo de Joselito, a quien Morante idolatra rindiendo culto a sus reliquias.

Supersticioso como pocos, éste le transmitió a Abascal su «buen fario» y que esa visita al túmulo del mito muerto en la plaza de Talavera de la Reina le reportaría la buena dicha que a él rezar ante la cripta de Manolete antes de sus cuatro orejas y un rabo en Córdoba. Estaba persuadido que la cita obraría el milagro de unas sin mal bajío. Así fue. Contra pronóstico, pescó 12 escaños que, unidos a los 26 del PP y a los 21 de Cs, finiquitaron casi 40 años de una hegemonía socialista a prueba de escándalos.

En una de las charlas, el diestro de La Puebla le definió a Abascal la esencia del toreo –«Engañar al toro, no al público»– y que, en política, a modo de chicuelina morantista, entraña engañar al rival, no al votante, para que éste no se rebrinque y la urna electoral trueque en funeraria. Por eso, rondando el callejón de Feijóo, pero sin entregarle la montera, y el líder de la oposición asomado al ruedo de Morante, la escena maestrante encierra un gran simbolismo si se quiere sacar de la Moncloa a un peligro público como Sánchez, cuya mentalidad de psicópata refrendan los WhatsApp intercambiados con su mano derecha en el PSOE y en el Gobierno, José Luis Ábalos, contra sus detractores en el partido y cuya voluntad de sátrapa evidencia su despotismo nada ilustrado mientras fía el porvenir de España a sus desleales.

En ese brete, Feijóo debiera pasar de ver los toros desde la barrera a coger el astado por los cuernos para encabezar una movilización nacional, sino quiere que, buscando la imposible desmovilización de la izquierda, sus males se agraven y cronifiquen una enfermedad cuasi congénita desde la época del gurú demoscópico Pedro Arriola en el Alto Estado Mayor de Génova. Con todo hecho, casi deja con la miel en los labios a Aznar en 1996 y sin casi a un Feijóo que ya alumbraba su Gobierno en la sombra.

Nada de resistencia activa, sino vanguardia activa, no limitándose a dejarse ver, mediante sobresalientes en manifestaciones tan plausibles como la del sábado en la madrileña Plaza de Colón, sino poniéndose al frente. Después de burlarse los ministros sanchistas de la baja afluencia a la concentración auspiciada por asociaciones constitucionalistas, ¡al primer tapón zurrapas!. A las 24 horas, el PSOE no reúne ni al Tato como en el último 1 de mayo. En el pecado, llevan la penitencia. Sin duda, un chaparrón de miles de ciudadanos, como el sábado, no llena el cauce. Pero ayuda como agua de mayo a que circule la corriente y termine, si no queda en flor de un día, por hacer navegable el río para que fluya la normalidad democrática y constitucional en esta España asolada por el pedrisco sanchista.

Feijóo debiera pasar de ver los toros desde la barrera a coger el astado por los cuernos para encabezar una movilización nacional

Pero, en fin, en un tiempo político en el que el fuerte es débil por sus escrúpulos y el débil es fuerte por su falta de recato, Feijóo no debiera incurrir en la irresolución que Tito Livio achacaba a los romanos ante el expansionismo de Filipo V. «Pensáis –les aclaró– que se trata de hacer la guerra o no, y no es así; se trata de si esperáis al enemigo en Italia, o vais a combatirlo a Macedonia porque Filipo no os permitirá escoger la paz». Buscando el mal menor, el PP puede propiciar un mal mayor e irresoluble.

No se entiende que se someta al juego de cartas marcadas de Sánchez –ya le sucedió a Casado en su estupidez– de aparentar pactos para luego –como con el decreto antiarancelario– entregarse a sus socios Frankenstein. En este sentido, hay una derecha boba que muerde el anzuelo en cuanto Sánchez le muda el interlocutor y le pone un señuelo tecnócrata como Calviño o Cuerpo –ya lo hacía Zapatero con Solbes– para darse de bruces con el muro de las lamentaciones que alzó el inquilino de la Moncloa al iniciar la legislatura solidificando con hormigón armado el pacto del Tinell de 2003 para proscribir al centro-derecha.

Siguiendo con la morantina, el reemplazo de Sánchez obliga a un mínimo pacto de avenencia entre PP y Vox. De no ser así, suscribirán una póliza de seguro para quien sabe que le basta con echar a pelear a los próximos para que le dejen expedito el camino. En su maquiavelismo, el único criterio de Sánchez para evaluar su virtud del gobernante estriba en que sea acertado o no su camino a la victoria. Ante ello, sin desdeñar el proverbio chino de «amar al vecino sin derribar la valla que les separa», Feijóo y Abascal debieran andar con el caballo ensillado y el sable ceñido. No para batallar entre ellos sin ton ni son, sino contra aquel al que Felipe González, conociendo el percal, bautizó como Pedro El Cruel.

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