Desde la retaguardiaMiquel Segura

Hemos perdido la batalla cultural, es eso

Cuándo alguien se preguntaba qué hacían Piqué y Rubiales organizando la Súper Copa de España en el lejano desierto arábigo tendría que haber buscado por ahí la respuesta a su incógnita

«El modelo buenista de integración de la inmigración ha fracasado». Lo dijo Feijóo en Formentera hace ya más de un mes y, acto seguido, la parroquia bien pensante balear -todos más buenos que un croissant francés, abnegada gente de izquierdas que se creen paladines de los más desfavorecidos, firmes candidatos todos ellos al «Premio Nobel de la Solidaridad», si ese galardón existiese- iniciaron un ceremonial rasgado de vestiduras.

Puede que el posicionamiento del líder del PP en la menor de las Pitiusas fuese meramente táctico, pero es que eso mismo ya me lo venía diciendo el intelectual humanista con el que desayuno casi todas las semanas. Y añadía: Occidente ha perdido la batalla cultural y por eso pasa lo que pasa, y más que va a pasar.

Los lamentos y reproches de los buenistas -que muchas veces, pese a ser tan buenos, también insultan- no impedirán el vuelco de la tortilla cuando Sánchez se atreva por fin a sacar las urnas, que puede ser pronto. Porque mucha gente, principalmente entre los jóvenes, no acepta la actual situación y al final la realidad se impondrá, les guste o no a los bondadosos perroflautas.

Mi amigo el humanista no está en contra de la inmigración siempre que esta sea ordenada y se lleve a cabo con control, «y no a remolque de los movimientos de las mafias que trafican con seres humanos». Y repite: ¿Dónde se ha visto un país soberano que mira hacia el otro lado cuando es invadido por masas de indocumentados?

No hay excesivos motivos para el optimismo porque Europa entera ha perdido esta batalla. El llamado Viejo Continente -porque lo es- empezó a bajarse los pantalones ante el mundo árabe en 1973, cuando la guerra del Yom Kipur provocó el embargo del petroleo y las principales ciudades europeas se quedaron de pronto a oscuras. O sea que el problema empezó hace más de medio siglo. Ahí se inició un proceso de renuncias y concesiones que nos ha llevado a la actual situación. No me refiero únicamente a la presencia de inmigrantes musulmanes, pues la verdad es que los necesitamos, siempre en el marco de una legislación adecuada y con el cumplimiento de la misma.

El auténtico problema es el de la pérdida de la batalla cultural. Sin la defensa de nuestra cultura, de los valores de la civilización judeocristiana, que se han perdido por ahí, estamos moralmente indefensos. ¿Y cómo ha ocurrido eso? Pues a través de una estrategia muy inteligente dirigida desde Arabia Saudí y los emiratos árabes. Poco a poco, los petrodolares se han infiltrado en las sociedades europeas, especialmente a través del fútbol.

Cuándo alguien se preguntaba qué hacían Piqué y Rubiales organizando la Súper Copa de España en el lejano desierto arábigo tendría que haber buscado por ahí la respuesta a su incógnita. O en la celebración del Mundial en Qatar, un estado de base terrorista que financia y acoge a Hamás. Dos tercios de la población occidental vive pendiente del fútbol -a mi también me gusta, lo admito- y ahora resulta que el balompié europeo no es tal, sino árabe. Por ahí nos la han metido doblada.

El triunfo de Zohran Mandani, alcalde electo de Nueva York, socialista y musulmán, es un ejemplo de que los valores occidentales juegan ya en segunda división en el tablero de la política, la cultura y la economía. En principio no tendría porqué ser negativo que un joven de 34 años de ascendencia sur asiática surja en la capital del mundo como contrapunto a Donald Trump, pero no me negarán que se trata de todo un síntoma. El símbolo palmario del ocaso de Occidente y el comienzo de una nueva etapa.

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