Fundado en 1910
Isabel Díaz Ayuso

Alfonso Ussía, una tradición cotidiana para millones de lectores

En Alfonso Ussía, el refinamiento tenía que ver con la capacidad de sobrevolar y reírse de las cosas. Empezando por uno mismo, que es siempre lo más difícil

Alfonso Ussía fue uno de esos escritores capaces de contar todo un tiempo y un país. Un hombre comprometido con la libertad, la inteligencia y la belleza. Un madrileño de febrero de 1948, que nació en un hogar con diez hermanos. El suyo fue un hogar feliz. Donde cada día, a las siete de la tarde, su padre reunía a los niños para escuchar música clásica. Ussía disfrutó de una infancia acogedora, de otoños e inviernos en el colegio del Pilar, a dos manzanas de casa, y después en el colegio fundado por don José Garrido, preceptor del Rey Don Juan Carlos. Fue también una infancia de veranos en una San Sebastián «maravillosa», navegando en aquel precioso barco, el Norte V, su iniciación al mar.

Esa felicidad, que alimentó su vocación, recorre cada línea de su obra, dejando un rastro de confianza y generosidad. Quizá por eso fue siempre un autor tan espléndido con sus seguidores, a quienes nos obsequió con una escritura que combinaba el humor y la ternura, la melancolía y la ironía.

Entre sus obras más conocidas se cuentan Coplas, canciones y sonetos para antes de una guerra, Patriotas adosados, Diez años de nacionalismo en el País Vasco, Carpe Diem, Confesiones de un pollo de barra, Tratado de las buenas maneras y Memorias del marqués de Sotoancho. Como columnista, sus artículos se cuentan por miles. Igual que Julio Camba y César González-Ruano, Azorín y Pérez de Ayala, Agustín de Foxá, Francisco Umbral o Jaime Campmany, sus compañeros de armas y colegas, Ussía convirtió la columna en una tradición cotidiana para millones de lectores. Los buenos lectores arrancaban la lectura del periódico por sus columnas. Una vez leídas, ya podían seguir con el resto del mundo.

Desde aquellos primeros días en el servicio de documentación de Informaciones, con Justo de la Serna, colaboró en periódicos como Diario 16, ABC, La Razón o El Debate, y en revistas de humor como El Cocodrilo. En todos ellos desplegó una sutileza extraordinaria. Su humor era más de sonrisa que de carcajada, más elegante que procaz. Como le confesó a un periodista, «lo mío es más el humor de bruma que el de sorna». En Alfonso Ussía, el refinamiento tenía que ver con la capacidad de sobrevolar y reírse de las cosas. Empezando por uno mismo, que es siempre lo más difícil.

No dudo de que habría brillado en una revista como El Madrid cómico, que publicaba a autores como Leopoldo Alas «Clarín». Y habría encajado como uno de los grandes de aquel «27 del humor», la «Otra Generación del 27», donde deslumbraron Jardiel Poncela, Mihura, Tono o Neville.

Fue también un cronista en la senda de Juan Valera. Sospecho que le habría gustado marchar, como hizo el propio Valera, junto al Duque de Osuna a San Petersburgo, en calidad de secretario y amigo. Pero nació en Madrid, en febrero de 1948. De modo que, en vez de escribir sobre princesas rusas, cosacos y fiestas en palacios a orillas del Nevá, le tocó hacerlo sobre zapatos de rejilla, meñiques disparados al levantar la taza del café, cazadores vestidos de verde veronés y, en general, de todos aquellos horteras que en lugar de cuarto de baño dicen váter, en lugar de barco dicen yate, y en lugar de mesa de las bebidas, mueble-bar.

Capaz de codearse con lo mejor de nuestra tradición, retrató la vida cotidiana española, sus costumbres y sus vicios, con ojo crítico pero sin amargura. Conectaba también con autores como Tip, un Groucho Marx castizo; y por supuesto con Mingote, casi un hermano para él.

Alfonso Ussía perteneció a una estirpe marcada por el coraje y la libertad. Nieto del dramaturgo Pedro Muñoz Seca, vilmente asesinado en Paracuellos en 1936, e hijo de Luis de Ussía y Gavaldá, II conde de los Gaitanes, Grande de España, y de María de la Asunción Muñoz-Seca y Ariza, creció en una familia que le enseñó a defender la libertad, la tolerancia y la reconciliación.

Durante los años del terrorismo de ETA, cuando escribir sobre los asesinos suponía un riesgo evidente, tampoco dudó. En al menos tres ocasiones su vida corrió serio peligro. Fue uno de esos héroes civiles que defendieron la democracia con su pluma. La libertad, para él, era un bien sagrado y frágil, que debía protegerse a diario sin reparar en los problemas que esto podía causarle.

Alfonso Ussía fue también un gran poeta. Era notable la musicalidad de su escritura y, desde luego, su facilidad con el verso. Cada tres años releía a San Juan de la Cruz, siguiendo el consejo de su querido y llorado maestro, Santiago Amón. Esa fidelidad a la tradición literaria lo convirtió en un autor capaz de saltar de registros y géneros con una elegancia poco común.

En los últimos años se había retirado al norte, donde le entregué el Premio de Cultura de la Comunidad de Madrid. Ussía escribió hasta el último día, porque los escritores como él respiran literatura y en ellos todo es susceptible de convertirse en artículo o libro. Madrileño universal, hizo de la palabra un instrumento en favor de la belleza y la verdad. Su obra no solo divierte; también enseña y conmueve.

En la hora de la despedida, la Comunidad de Madrid rinde homenaje a un escritor que es parte de nuestra historia. Su memoria permanecerá viva en cada columna, en cada verso y en cada sonrisa que arranque a los futuros lectores.

En sus páginas latía lo mejor de Madrid. Porque Ussía fue Madrid, y hoy Madrid llora desconsolada.

  • Isabel Díaz Ayuso es presidenta de la Comunidad de Madrid
comentarios

Últimas opiniones

tracking

Compartir

Herramientas