Subidos en los hombros de gigantesBernd Dietz

Somos libres

En un mundo que ha pretendido dar la espalda al Creador, es natural que no pocos sujetos se perciban impunes para comportarse con vileza

Actualizada 05:00

El ser humano es libre, porque así lo quiso Dios. Lo recuerda Gabriel Le Senne desde el propio título de su opúsculo, Dios nos hizo libres. Apología del cristianismo y el liberalismo (Madrid: Unión Editorial, 2020). Es palpable que ya no existe aquel liberalismo fanático y anticlerical, hijo de Robespierre y preludio de Marx, contra el que en España se irguió el carlismo. Como también que las peores amenazas a nuestra salud física y mental proceden hogaño de la izquierda y el paradigma globalista, con su invasión de gobiernos, medios de comunicación y centros de enseñanza, al igual que la toxicidad sectaria que marca su agitación ideológica, cultural y científica. De casta le viene al galgo. Si el Demonio no bordase el arte de engatusar, no se comería un rosco.
La debilidad política del liberalismo es evidente. Ya no persigue ser progresista, como cuando esa meta consistía en combatir el despotismo. Sino seguir refutando la tiranía desde una moralidad adulta. Pues el poderío coercitivo del enemigo reside en la gobernanza panóptica, basada en una capilaridad ubicua. Frente a ella, sin más armas que la razón y la honradez, aguanta una idea civilizatoria abonada al libre albedrío, la responsabilidad individual y la autodeterminación humana. Afirmar que, puesto que podrían nacer sujetos con independencia y talento, la iniciativa ciudadana debe coartarse en aras de la prevención y la igualdad, constituye la bandera socialista. No resulta menos infame su sofisma de que «lo público», manejándolo ellos, es por definición virtuoso, altruista y justo, cuando equivale a la quincalla que dispensa una oligarquía volcada en vicios opulentos («la dignidad del cargo», se ufanan), esquilmándonos mediante impuestos.
Etty Hillesum desarrolló durante el Holocausto su sentir de que Dios no podía ni aspiraba a solucionarlo todo, por lo que era nuestra obligación ayudarle mitigando la crueldad de los congéneres. Se abstuvo la Creación de evitar la aparición de Satanás y los demonios, consolidando nuestro catálogo de opciones entre transgresión y bondad. De ahí que seamos libres y no autómatas, según se han empeñado inútilmente los profetas de la distopía. Por decirlo con sabiduría antigua, nos compete a cada uno ubicarnos en una polaridad entre gula y sobriedad, lujuria y templanza, avaricia y munificencia, ira y afabilidad, soberbia y llaneza, vanagloria y modestia, tristeza y entrega, acedia y entereza. Apercibiéndonos con Evagrio Póntico de que esos defectos, que parecen cotidianos y casi secundarios, son origen de desgracias mayores.
En un mundo que ha pretendido dar la espalda al Creador, es natural que no pocos sujetos se perciban impunes para comportarse con vileza. Basta fijarse en nuestros actuales gobernantes para discernir sus convicciones. Muchos sociólogos abundaron en la noción de que únicamente el miedo al castigo penal desincentiva la comisión de crímenes. Pero el paradigma deriva velozmente a novedosos escenarios de indulto y amnistía, siempre que quien necesite comprar la colaboración del delincuente esté al mando. Es como si tales dirigentes no concibieran cortapisas a su antojo atrabiliario, y se dijeran que ya acudirán, cuando llegue la hora, los diversos leguleyos en nómina para asear, pulir y perfumar las justificaciones oportunas.
Por el contrario, es innegable que a pesar de los pesares sobreviven individuos, quizás en número nada exiguo, que actúan bien de manera espontánea, porque ello les da felicidad. En vez de leer majaderos manuales de autoayuda, o pagar a psicólogos para descargar sobre sus consultas ríos de victimismo y autocompasión, han descubierto otra clase de elección voluntaria, la de ser buenas personas, y arrostrar con confianza, humor, estoica tozudez y humildad cuanto la vida les depara, sin competir en bulimia con una gorda podemita, ni en pericia prostibularia o mordidas con un socialista estándar. Alguien así no pediría una indemnización al ayuntamiento si tropieza con una loseta que se ha despegado por los cambios de temperatura, ni creería que mostrarse infantil, dependiente y caradura es deseable, solo por rendir réditos.
El mal no sería atractivo si no eligiéramos verlo vestidito de bien. Para ello, más que pesquis, hace falta decencia. No solo de hedonismo, rencor, ombliguismo e inmadurez habría de nutrirse el votante. De todos los disfraces imaginables, ninguno más hortera, amén de hipócrita, que la superioridad moral de la izquierda. Más que el ajo repite. Y peor huele, por lucrativo que sea. Ahora que sus militantes han descubierto la Agenda 2030, que se la ha diseñado de la cruz a la fecha el gran capital, están como niño con zapatos nuevos, batiendo palmitas. Te dan participación en un vasto proyecto totalitario y no has hecho ni el huevo. La cantidad de sicarios, mayordomos, recaudadores, voceros y otros funcionarios que con suerte podrán contratarse sacará del paro a los que se quedaron con una mano delante y otra detrás por la caída del muro de Berlín.
Que se acercan tiempos interesantes es indiscutible. Cualificados psicópatas, que llevan décadas perfeccionando el asunto, enfilan la recta final hacia su más ambicioso trofeo, que es la suma de la población planetaria. A diferencia de los fundadores de religiones clásicas, han prestado menos atención a la elaboración del dogma, el incremento de prosélitos, la creación paulatina de estructuras organizativas. Sino que, habiendo aprendido de predecesores que en la historia han sido, han antepuesto incrementar el dominio a refinar el mensaje. No piensan persuadir, sino obligar, desde los organismos internacionales en los que están infiltrados. Los gobiernos nacionales, ni pinchan ni cortan. Eran lo más barato. Destruir a la burguesía liberal y la movilidad social con base en la meritocracia está costando más, porque la gente se resiste a verse despojada de la aptitud para decidir sobre su destino. ¿Cómo borrar el libre pensamiento y la creatividad, a cambio de una estabulación colectiva que nos impida rechistar, convertidos en tuercas de un sistema?
Como en Auschwitz, el globalismo se verá en la tesitura de gestionar dos clases de súbditos, los destinados a la eliminación inmediata y los apartados como mano de obra coyuntural. También tienen que decidir cómo habremos de espicharla. ¿Serán pandemias, campañas de vacunación, intoxicaciones alimentarias, hambre, esas drogas letales que el ministerio de sanidad recomienda como potenciador recreativo del sexo? Ya están insinuando que perseguirán los huertos privados y sancionarán al que críe gallinas para la subsistencia familiar. Esperaremos a ir conociendo los imaginativos mecanismos que implementen sobre la marcha. La tecnología, en sus manos, será un instrumento prodigioso. ¿Nos rebelaremos en algún momento?
Somos libres. Si queremos. Si nos atrevemos. Si no nos trae más cuenta ser sumisos. Si ejercemos la voluntariedad y la limpieza de corazón. Si despreciamos la fatuidad, el egoísmo, el cortoplacismo y la mentira, por razones nítidamente pragmáticas. Si renunciamos a esclavizar al prójimo, por amarlo igual que a nosotros mismos.
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