Leer en misa, una tarea nada sencilla
Leer bien y en alto no es un ejercicio fácil. Todos recordamos su lento aprendizaje de pequeños, cuando en clase el profesor iba llamando alumno por alumno para comprobar cómo declamaba. Incluso los más diestros cometían errores. Resulta complicado para cualquiera no caer en algún gazapo si el discurso es largo. Mucho más si tiene algún tipo de acento regional y trata de expresarse en la variedad de español neutro que se identifica con el castellano:
- Eh que uno de Córdoba no tiene por qué ponerse fisno, que pareseh de Valladolíh pero de prehtao con tanta ese, lah eseh ehtán pa comérselah, cohoneh, como loh caracoleh.
A los problemas habituales de la lectura en alto, se le añaden otros factores en las iglesias. Por ejemplo, la inadecuada altura del atril, la calidad de la megafonía o su combinación con el eco generado en el templo. Muchos fieles voluntariosos, sin cuyo concurso sería imposible llevar a cabo el rito, se acercan a leer cada día en misa. La mayoría con una provecta edad. Y todos ellos merecen nuestra consideración y agradecimiento. Pero esta actividad tiene su intríngulis y, si no se producen las adecuadas correcciones, la persona en cuestión puede caer en patrones o malos hábitos durante la lectura, dificultando la comprensión. En otras ocasiones puede fallar el tono de voz, por bajito o monocorde.
Esto sucede en la iglesia a la que acudo. El pasado fin de semana, sin embargo, una señora a la que no había visto nunca, con perfecta dicción, volumen e inflexiones de la voz, realizaba una lectura perfecta. Es más, al terminar se puso a cantar de una forma que, inequívocamente, remitía a la experiencia en un coro. Aquello era otra cosa.
- Si er saserdote me dehase yo también cantaría, pero por alegríah.
Según una noticia de La Voz de Córdoba, ha llegado a la ciudad una iniciativa extraordinaria. Se trata de un curso intensivo para leer en misa impartido por el periodista sevillano Ángel Manuel Pérez. «Se me ocurrió la idea al ir a la eucaristía y decir... ¡Dios mío! ¡No entiendo ni oigo nada!», cuenta el locutor en una entrevista de Youtube. Esa es la sensación exacta que, desgraciadamente, muchos feligreses percibimos cada semana, aunque hay que insistir en el mérito de cada fiel que sube al estrado, a los que habría que rendir un pequeño y justo homenaje.
Esta iniciativa útil e ingeniosa, como su propio impulsor señala, no hace milagros, pero sí puede suponer un salto cualitativo en las lecturas en misa. Hay que tener en cuenta que los evangelios, pródigos en diálogos y exclamaciones, pueden en cierto sentido aproximarse más bien a la dramaturgia, y por tanto su lectura encierra cierta complejidad.
- Eh verdáh, lo sé porque partisipéh de joven en una funsión afisioná de Chéspir.
- Déjese de Shakespeare y acuda usted a uno de estos cursos, que lo agradecerá la gente.
«El ideal es que en una parroquia haya veinte lectores, diez jóvenes y diez puretillas como yo o más mayores», indica Ángel Manuel Pérez en uno de sus cursos, grabado y subido a la red. No sé si este número se alcanzará en muchas parroquias de Córdoba, pero desde luego, muchos lectores litúrgicos estarán mejor formados a partir de ahora, lo que implica algo trascendental: que la palabra de Dios llegue a más personas y con mayor profundidad