Inmigrante legal vs ilegal: cuando cumplir la ley es un obstáculo
Parecen enviar el mensaje de «tú entra, que algo nos inventamos»
La burocracia en España es una prueba de paciencia digna de los estoicos. Y si hablamos de Extranjería, directamente entramos en el nivel avanzado del masoquismo administrativo. Porque si hay un colectivo que realmente sufre las delicias de nuestro sistema, es el de los inmigrantes que llegan legalmente con el objetivo de aportar realmente a la sociedad. Gente que hace las cosas bien, que sigue las normas, que paga sus tasas, que madruga para cazar una cita en la web con más dificultad que conseguir entradas para un concierto de Karol G. Pero, sorpresa: al llegar a la ventanilla se encuentran con un muro de papeleo, plazos interminables y una administración que se mueve con la agilidad de un caracol con reuma y la formación justita. Porque claro, no olvidemos que la web de Extranjería es un lugar mágico, donde las citas aparecen y desaparecen como si estuvieras en Hogwarts, pero sin la varita mágica, por culpa de mafias descontroladas que trafican con citas burocráticas.
Mientras tanto, los que entran sin papeles pero con la astucia de un veterano en estos menesteres parecen disfrutar de un servicio VIP. Regularizaciones, permisos exprés, ayudas y asesoramiento gratuito. Y no, no es que uno sea insensible o crea que la gente no merece oportunidades. Pero es que esto ya parece un chiste: si sigues las reglas, el sistema te trata como si estuvieras pidiendo un favor; si te las saltas, la maquinaria del Estado se pone en marcha para allanarte el camino. Con lo cual, no es raro que cada vez más gente empiece a pensar que tal vez el mejor camino no sea el de la legalidad, sino el de la improvisación.
La nueva Ley de Extranjería, que entra en vigor en mayo, promete agilizar los procedimientos. Ahí es cuando me da la risa. «Menos burocracia, trámites más rápidos, una administración más eficiente». Cualquiera que haya lidiado con Extranjería sabe que la realidad es otra: solicitudes que desaparecen en un agujero negro, funcionarios que interpretan las normas como si fueran poesía contemporánea y esperas que desafían cualquier lógica.
Pero lo mejor de todo es el arraigo, convertido ya en la navaja suiza de las regularizaciones. Ahora hay cinco modalidades, que en lugar de desincentivar la entrada irregular, parecen enviar el mensaje de «tú entra, que algo nos inventamos». Mientras tanto, si eres un profesional cualificado, un inversor o alguien que simplemente quiere hacer las cosas bien, mejor que traigas un saco de paciencia. Porque te espera un viacrucis donde los pecados son haber seguido la normativa y pretender que el sistema funcione de manera lógica.
Pongamos un ejemplo real: un profesional extranjero, con una oferta de trabajo en España y todos sus papeles en regla, se encuentra atrapado en el limbo administrativo para obtener su permiso de residencia. Y no es un caso aislado. Es más común que un «lo estamos revisando» de un funcionario. La rigidez del sistema castiga al que quiere aportar y premia al que sabe moverse en las sombras de la burocracia. Y esto, por supuesto, genera una profunda frustración entre los que han hecho todo bien. Porque es como jugar a un videojuego en modo extremo, solo que el premio no es gloria ni tesoros, sino un simple permiso de residencia.
Y mientras tanto, Europa grita que necesita inmigrantes para suplir la falta de mano de obra. Se llenan la boca con palabras como «inclusión», «talento», «necesidad económica». Pero, ¿qué hace España? Exacto, todo lo contrario. «Te necesitamos, pero antes vas a tener que superar nuestra gymkana de obstáculos absurdos». Porque aquí no hay lógica, solo un constante sinsentido burocrático que hace que el que quiera hacer las cosas bien acabe desesperado.
Los inmigrantes legales no piden alfombras rojas ni tratamientos especiales, solo que se les trate con la misma diligencia que a quienes llegan sin papeles y que el sistema parece recibir con los brazos abiertos. Quieren normas claras, plazos que se cumplan y que una simple autorización de residencia no se convierta en un thriller psicológico con final incierto. Pero claro, eso sería demasiado para una administración cuyo lema parece ser «vuelva usted mañana, o mejor pasado». Y el problema es que ese «pasado» puede significar meses, años o, en algunos casos, una eternidad.
Así seguimos, con un sistema migratorio que predica una cosa y hace otra. Un Gobierno que habla de derechos y garantías pero que deja a miles de inmigrantes legales atrapados en trámites infinitos mientras otros avanzan sin problemas. No es cuestión de xenofobia ni de cerrar puertas. Es cuestión de justicia. Y de que, si realmente queremos ser un país serio, dejemos de castigar a quienes cumplen las normas. Porque aquí la ironía es clara: las reglas parecen penalizar a quienes las siguen y recompensar a quienes encuentran la forma de evitarlas.
Porque, visto lo visto, parece que en España cumplir la ley es la peor estrategia para lograr algo. Y ese es un problema que ni la burocracia más absurda puede ocultar (he visto pedir la foto original con la que se hizo un pasaporte hace cinco años). Pero oye, quizá en la próxima reforma nos sorprenden y crean un procedimiento para que los inmigrantes legales puedan hacer sus trámites sin sentir que están compitiendo en los Juegos del Hambre. Aunque, viendo el historial, mejor que nadie contenga la respiración.