Al tenazónRafael del Campo

Opresión fiscal

«El contribuyente no debe tolerar ser considerado siempre como un presunto infractor»

Quienes nos dedicamos con una pasión difícilmente entendible al estudio el Derecho Tributario y ejercemos también profesionalmente la consultoría y el asesoramiento fiscal, hemos conocido, con enorme indignación, los recientes casos de presunta corrupción de altos cargos de la Administración Tributaria. Me refiero a los casos del señor Marcos Sanjuan, quien fuera presidente del Tribunal Económico–Administrativo Central hasta su forzada dimisión hace un mes, y el del señor Montoro, ex Ministro de Hacienda, recientemente imputado.

El Tribunal Económico–Administrativo Central es un órgano cuasi jurisdiccional que ocupa la cúspide de las instancias administrativas en materia tributaria. Sus resoluciones vinculan a los órganos inferiores (Tribunales regionales y a la propia Agencia Tributaria) y se ha distinguido en muchas ocasiones, según opinan los expertos, por dictar resoluciones muy rigurosas, tantas veces a favor de la Administración. Han tenido que ser luego tribunales jurisdiccionales, la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo, quienes tras un largo, sufrido y costoso periplo dieran la razón al contribuyente. Pero parece, sin embargo, que su presidente, el citado señor Marcos Sanjuan, relajaba su rigor y dictaba acuerdos a favor de algún contribuyente si éste, previamente, lo regaba de dinero. Uno no puede menos que rebelarse pensando en que el destino económico y personal de muchos contribuyentes ha dependido del ¿criterio? de un (presunto) corrupto.

El caso de Montoro participa de lo mismo elementos comunes aunque, según parece, la rapiña ha sido aun mayor. Montoro, incitador de rigurosas inspecciones y reformas legales cuasi confiscatorias, amenazaba, coaccionaba e investigaba con fines espurios a quienes se oponían a sus dictados o simplemente le resultaban molestos. A la vez, diseñaba e implantaba políticas fiscales a favor de aquellos potentes contribuyentes que, por decirlo de algún modo, le arrimaban como contraprestación ciertas cantidades de dinero por diversas y variadas vías.

Resulta desolador que realidades (si se confirman que son realidades) como las señaladas más atrás, coexistan, en una suerte de hipocresía intolerable, con el esfuerzo de los contribuyentes por cumplir con dolor y dificultad sus obligaciones fiscales.

Todo ello nos lleva a una reflexión sobre el evidente desequilibrio entre la posición de la Administración Tributaria y los contribuyentes: me refiero al contribuyente medio, no al defraudador profesional, no al delincuente que crea estructuras para incumplir sus obligaciones tributarias. En muchas ocasiones ese contribuyente medio acepta las propuestas de la Agencia Tributaria y las liquidaciones que le giran por la inconveniencia o imposibilidad de prolongar los litigios. Litigar contra Hacienda es caro, largo y arriesgado, porque enfrentarse al gigante siempre lo es. Sólo contribuyentes muy valientes y con mucho poder económico pueden permitírselo. Un ejemplo ha sido el del actual entrenador del Real Madrid, Xavi Alonso. La Agencia Tributaria le reclamaba casi 300.000 euros y dos años y medio de cárcel. Tras años, sí, años, de procesos administrativos y judiciales, el Tribunal Supremo resolvió su total absolución. Algo similar ha ocurrido recientemente con Ana Duato, a la que se reclamaba más de 1.000.000 de euros y dieciséis años de cárcel y que, también tras años de penalidades y sufrimientos, ha resultado absuelta. Me pregunto quién restañará el sufrimiento y, aun más, el honor de estos ciudadanos. Tal vez debería existir una lista (similar a la que se publica con el nombre de los morosos a Hacienda) en la que se informara de quienes han vencido en juicio a la Administración. Sería, simplemente, buscar un equilibrio en las posiciones y compensar moralmente a quienes han sido víctimas de una injusticia.

Sin paños calientes: gran parte de los estudiosos del Derecho Tributario consideran que hay un desequilibrio intolerable entre las posiciones de la Administración y la del administrado. La aparente equidad que quieren mostrar los Poderes Públicos es, en la práctica, una mera ficción.

Y entonces surgen las preguntas vertebrales: ¿Cómo corregir las desigualdades e injusticias que se producen a pesar de que tenemos armazón jurídico para conseguir ese equilibrio? ¿Es que esos textos legales son una mera enunciación de derechos sin eficacia real? Ciertamente la cuestión es compleja pero creo que uno de los motivos es el apocamiento del contribuyente, su posición acomplejada y acomodaticia. En una palabra, y aunque sea duro decirlo, una posición cobarde.

Desde aquí conmino a una rebelión pacífica del contribuyente y a una reivindicación de su valor y dignidad como tal, de suerte que esa fuerza mueva a la Administración a una aplicación de la norma más equitativa. El contribuyente debe tener conciencia de su importante posición en el sistema tributario. Sin él, el modelo no funcionaría. El contribuyente debe saber que no es él quien obtiene beneficios del Estado, sino que son los poderes públicos los que viven del contribuyente. El contribuyente no debe tolerar ser considerado siempre como un presunto infractor. El contribuyente debe “obligar“ a sus representantes a que legislen con pretensiones de justicia, no de recaudación. El contribuyente debe obligar a que se implante un sistema jurídico que exija con eficacia responsabilidad a la Administración cuando actúa contumazmente contra Derecho.

Sé, no lo dudo, que esa rebelión que auspicio puede ser «políticamente incorrecta». Que puede ser un sueño irrealizable. Que puede, incluso, ser una locura peligrosa. Pero, en casos como éste, es la poesía la que me mueve, la que me estimula, la que me enardece, porque como escribió el poeta Aquilino Duque:

"Mi punto de partida es la poesía

Ella es también mi punto de destino"

Y al calor de esos decires del poeta sevillano, como de improviso, se me aparecen unos versos de un tal Karol Wojtyla y pienso como él que :

"Quizá la vida es una ola de sorpresas,

una ola más alta que la muerte,

No tengáis miedo jamás"

Y entonces sospecho que el horizonte no tiene límites y que cambiar las cosas es posible; que los sueños nos aguardan a la vuelta de la esquina; y que si nos empeñamos en ello, la realización de la justicia tributaria, del equilibrio de posiciones,de las relaciones colaborativas y de buena fe entre contribuyente y Administración Tributaria, tal vez, pueda estar cerca, más cerca de lo que pensamos.

No tengo fe en que socialistas (rojos) o peperos (azules) transformen el sistema tributario para hacerlo más justo. Porque han demostrado su pasividad en sus años de gobierno. Porque para ello habría que ser demasiado valientes y ellos no lo son. Porque su filosofía responde a conceptos «viejos» y a esquemas ya periclitados. Porque, según yo creo, para transformar hay que tener pujanza, ilusión e ideas… carecer de pasado y enristrar el futuro con determinación, sin miedo ni a nada ni a nadie… porque no se trata tan sólo de «mejorar» la sociedad con parches, sino de transformarla, de romper esquemas, de revolucionar… O sea, se trata de no ser ni rojo ni azul... sino ser del color de la esperanza : verde, verde, muy verde…

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