La carroña y el civismo
«Mientras hacen demagogia, exprimen los ahorros de los ciudadanos decentes como viles sanguijuelas»
Empeñado en ver quien la tiene más grande dentro del panorama de la izquierda radical española, Pablo Iglesias se ha ofrecido a sus socios de investidura de eso que llaman coalición progresista, para «reventar a la derecha española», invitando a Sánchez, como doctor Frankestein del monstruo gubernamental, a «ir a por ellos de verdad». «Ahí nos tenéis», dijo, «para llegar a donde sea necesario», porque «hay que tener agallas» para acabar con ellos. Nada nuevo, por desgracia, en la vieja izquierda comunista disfrazada con distintos ropajes populistas.
Ese es el estilo de los muros y las trincheras que Sánchez puso en marcha, siguiendo la senda del ruinoso Zapatero. En lugar del diálogo y los puntos de encuentro, la alharaca, el jaleo, el vituperio, la movilización y la protesta. Se trata de exacerbar los ánimos y convertir en carroña lo que debe ser la honesta gestión del interés público. Es triste, pero es así: criminalizar, insultar, tildar de homicidas a los adversarios políticos aprovechando desgracias, en algunos casos, o fallos de gestión en otros, para abrir la veda de la confrontación cainita, es una tentación irresponsable que recuerda los peores episodios de la historia de España.
No les importa el problema y el drama humano que a veces se origina, sino cómo sacar provecho de la desgracia, actuando como viles carroñeros, ruines y despreciables. Episodios de esta naturaleza se han vivido en esta legislatura fallida, cuyo único programa es la permanencia en el poder del sanchismo a cualquier precio.
Ante ese cerco de la bulla, la movilización, la protesta y el griterío se puede caer en la tentación de confrontar desde la otra orilla. Es lo que los radicales, de uno u otro sitio, buscan denodadamente. Y por desgracia, algunos se dejan seducir por la provocación y están dispuestos al combate sin límites, cuando la experiencia demuestra que la sociedad agradece no dejarse llevar por los instintos y comportarse con el civismo, la responsabilidad y la eficacia de un buen gestor del interés general. Al desafío radical se le gana desde la educación, la cortesía, la moderación y la firmeza de los argumentos.
A los carroñeros de la política se les gana sin perder las formas, no desde la confrontación. Porque las peleas siempre son contraproducentes pero, si además se producen en el fango y la podredumbre, siempre tienen ventaja los más traicioneros, los mas depravados y los más inmorales. Por mucho que Iglesias tenga agallas para acabar con sus adversarios y Sánchez le facilite la tarea con sus muros excluyentes, la mayoría de los españoles no caerán en la trampa del frentismo.
Pero el civismo no está reñido, sino todo lo contrario, con la firmeza argumental. Y seguramente nada sea más concluyente que colocar ante el espejo de su propia imagen a quienes, porque si, se consideran salvadores de la comunidad. Tal es el caso de una izquierda radicalizada que pretende regular nuestras vidas hasta en los más nimios detalles, imponiendo controles y prohibiciones de lo más variopintas, pero que, en cuanto toca poder, rebaja los mecanismos y procedimientos en beneficio propio, relajando los criterios de selección, multiplicando los cargos liberados para colocar a los suyos y distribuyendo el dinero público de forma arbitraria para multiplicar organizaciones y chiringuitos donde colocar enchufados de su cuerda.
La deriva del sanchismo hacia la radicalidad es tan patente que está dejando sin espacio político a sus socios de Sumar, Podemos, IU y ERC, lo que explica la desazón de la socialdemocracia que otrora inspiraba al PSOE. Y al radicalizarse van copiando su línea de conducta que deja clara una característica de esta izquierda: la contradicción entre lo que se dice y lo que se hace. Una contradicción tan patente como querer abolir la prostitución mientras se ha vivido de la explotación de prostibulos o se ha dilapidado el dinero público disfrutando con prostitutas de distinto signo.
Es la contradicción de quienes presumen de convivir siempre con los humildes en su propio barrio, y se compran un casoplón en cuanto agarran la teta del dinero público, tal como hizo el comunista Iglesias cuyo compromiso con la escuela pública es tan falso en él como en Sánchez. Ambos despotrican de la enseñanza privada por privilegiada y elitista, pero al podemita le ha faltado tiempo para escolarizar a sus hijos en un centro privado, al tiempo que Sánchez matricula, discretamente, a su hija en una Universidad cara y elitista de Pozuelo de Alarcón. Así, mientras hacen demagogia, exprimen los ahorros de los ciudadanos decentes como viles sanguijuelas, siguiendo el guion de sus amigos de Cuba y Venezuela.