Juan José Obrero

Juan José ObreroPablo Castillejo

Juan José Obrero Castro, investigador de la obra de Robert Capa

«Me siento obligado a reivindicar a Capa: fue en Cerro Muriano donde empezó todo»

Este empresario cordobés defiende que las fotografías tomadas en septiembre del 36 por Capa y Gerda Taro marcan el verdadero nacimiento del fotoperiodismo de guerra, a pesar de haber sido ignoradas durante décadas

Juan José Obrero Castro (Córdoba, 1960) llega a la redacción de La Voz de Córdoba con varios sobres en los que se supone que hay fotografías pero en realidad guardan el tesoro de la historia, el periodismo, la memoria, el tesón y la gratitud. Si bien las imágenes reflejan el horror de la guerra, la confusión, el miedo y los últimos días de vida de algunos de sus protagonistas, a Obrero le mueve la emoción del descubrimiento, en su día, de cómo el fotógrafo Robert Capa y su compañera Gerda Taro, contribuyeron al nacimiento del fotoperiodismo de guerra- quizá sin proponérselo- y cómo eso ocurrió en Cerro Muriano, barriada y municipio al mismo tiempo, con enclave privilegiado en Sierra Morena.

El entrevistado abre cada sobre con reverencia y emoción. Las fotografías están cuidadosamente secuenciadas y la historia la cuenta Juan José Obrero como el cine, plano a plano, señalando detalles, miradas, perspectivas y hasta los pensamientos de los protagonistas. Son instantáneas en las que pueden escucharse las manecillas del reloj de un 5 de septiembre de 1936, en los primeros compases de una guerra triste que rompió España para siempre.

El tiempo transcurre y también se congela durante el relato de este hombre admirador del fotógrafo Robert Capa (más que del mito)y con ánimo no solo divulgativo, sino reparador, porque el fotoperiodismo de guerra nació en la sierra cordobesa y eso es para Obrero algo meridianamente claro pero no suficientemente sabido. Esta semana nos lo cuenta.

Juan José Obrero

Juan José ObreroPablo Castillejo

- ¿Cómo nace en usted, siendo empresario, esta fascinación por la figura de Robert Capa y por la defensa del fotoperiodismo?

- Sin duda, mi interés por Robert Capa comenzó cuando empecé a investigar su figura y su trabajo fotográfico, porque muchas de sus imágenes me llevaban a lugares que yo conocía bien, lugares en los que me he criado. Me impresionó especialmente poder pisar los mismos escenarios donde él y Gerda Taro estuvieron durante la Guerra Civil. Por un lado, me atrapó esa conexión física y emocional con el territorio; por otro, descubrí que las fotografías que realizaron en esos lugares tenían una trascendencia enorme. Representaban sus primeros trabajos en un conflicto bélico, sus bautismos de fuego, y documentaban algo más que la guerra: mostraban cómo, en lugares como Cerro Muriano, vivieron una experiencia única. Allí, tras haber huido de distintos puntos de Europa, fueron acogidos como personas especiales. De hecho, la relación con las tropas fue tan cercana que casi llegaron a mimetizarse con ellas.

- La famosa fotografía del miliciano abatido de Robert Capa es muy conocida, pero también existen otras imágenes, como las de las arengas en la finca de Villa Alicia o la de los refugiados. ¿Podemos considerar que todas ellas forman parte de ese «bautismo de fuego» tanto para Capa como para Gerda Taro?

- Así es. Precisamente, aunque la foto del miliciano ha eclipsado al resto, son esas otras imágenes —las de las arengas en Villa Alicia y la de los refugiados— las que realmente marcaron el inicio de su trabajo bajo fuego enemigo. Es su verdadero bautismo de fuego, aunque sean menos conocidas. En esas fotografías captan a las personas que estaban saliendo de la finca, y lo hacen con una fuerza impresionante. Reflejan con claridad el estado de ánimo del momento. Tanto Capa como Taro quedaron profundamente sobrecogidos por el ataque de las tropas nacionales el 5 de septiembre. Tal fue la conmoción que no reaccionaron de inmediato: pasaron varias horas, hasta aproximadamente las diez y media, antes de volver a la acción. Y es entonces cuando reaparece la genialidad de Capa. A pesar de no comprender bien el idioma, supo moverse entre los milicianos y captar lo esencial. Él intuía que esos rostros, aunque no entendiera las palabras, transmitían una verdad profunda. Y así fue: esas miradas nos siguen contando hoy lo que vivieron aquel día.

- Usted sostiene que el fotoperiodismo de guerra nace precisamente en este contexto, pero no tanto bajo el fuego directo, sino al fotografiar a los refugiados y a los milicianos que reciben órdenes. ¿Podría explicarlo?

- Sí, efectivamente. Es la primera vez que, en un conflicto armado, un reportero gráfico —un fotógrafo— actúa en primera línea de combate. Y no solo por el hecho de estar allí, sino por cómo lo hace. Capa no se limita a observar desde la distancia: se integra, se mueve entre la gente, se mezcla con los milicianos, con los refugiados. Esa forma de acercarse a la realidad, de implicarse físicamente en lo que está ocurriendo, marca un punto de inflexión. Es ahí donde verdaderamente nace el fotoperiodismo de guerra tal y como lo entendemos hoy.

- Parte del misterio que envuelve a Robert Capa está en su cámara Leica. Tengo entendido que tanto usted como José Manuel Serrano Esparza han intentado reproducir su trabajo utilizando una cámara similar, pero sin éxito. ¿Qué ocurrió exactamente?

- Así es. José Manuel Serrano Esparza es un gran fotógrafo y su trabajo es magnífico, pero lo cierto es que reproducir lo que hizo Robert Capa con una Leica, probablemente equipada con un objetivo de 35 mm, resulta extremadamente difícil. Muchas de las fotografías que se conservan de Capa parecen haber sido tomadas desde una distancia muy corta, en torno a los 50 centímetros, a personas profundamente emocionadas, sin que se percataran de que estaban siendo fotografiadas. Eso requiere una técnica excepcional, y aún no sabemos con certeza si Capa ocultaba la cámara de algún modo o cómo conseguía aproximarse tanto sin ser detectado.

Nosotros intentamos replicar esas condiciones, manteniendo la misma distancia aproximada. Convocamos a un grupo de artistas locales que tienen una pequeña compañía de teatro en el pueblo y recreamos escenas similares a las de las fotografías de Capa, incluida la famosa imagen del miliciano. En una de esas recreaciones, una joven adoptó una expresión casi idéntica a la del miliciano de la imagen original. José Manuel intentó captarla con la Leica, colocando la cámara a apenas medio metro de su rostro. Al tomar la foto, midió la distancia: 51 centímetros. Al ver el resultado, se echó literalmente hacia atrás, sorprendido, diciendo: «No tengo nada, es imposible». Y es que el enfoque mínimo de esa cámara es de un metro. A esa distancia, simplemente no se obtiene nada nítido.

Reproducir lo que hizo Robert Capa con una Leica, probablemente equipada con un objetivo de 35 mm, resulta extremadamente difícil.

Ahí es donde se comprende mejor la filosofía fotográfica de Capa. Su libro se titula Ligeramente desenfocado, y eso ya lo dice todo: no le importaba que la imagen no fuera perfecta desde el punto de vista técnico. No buscaba un enfoque preciso ni una iluminación impecable. De hecho, en varias de sus fotos entra demasiada luz o aparecen veladas por el sol… pero eso no le importaba. Lo que realmente le interesaba eran los ojos de las personas, la emoción, la verdad que transmitían sus miradas.

Obrero, con una de las fotografías que menciona

Obrero, con una de las fotografías que mencionaPablo Castillejo

- La fotografía de los refugiados resulta especialmente conmovedora. Al observarla, uno se da cuenta —como usted mismo ha señalado, Juan José— de que la guerra siempre tiene las mismas caras, independientemente de la época.

- Así es. Basta con mirar los rostros: los niños con esa sonrisa perdida, los adultos con esa expresión de incertidumbre, sin saber hacia dónde van… Son gestos que se repiten en todos los conflictos. Si cambiamos los carritos de entonces por las mochilas y maletas de hoy, veremos que las caras son las mismas. Es una verdad que se impone, incluso aunque las circunstancias cambien.

Y no solo en los refugiados. También en los combatientes. En la obra de Robert Capa se aprecia cómo supo captar los rostros de quienes estaban a punto de subir a las trincheras: la ansiedad, el miedo, la tensión… Supo reflejar todo eso con una precisión emocional impresionante. Pero si hay una imagen que siempre me impacta especialmente es la de los refugiados. Cada vez que ampliamos esa fotografía y la observamos de cerca, en la pantalla, la fuerza de esas miradas sigue conmoviendo como la primera vez.

- Su trabajo y también su afición le han llevado a colaborar no solo con José Manuel Serrano Esparza, sino también a asesorar a otros investigadores. ¿Ha tenido muchas oportunidades en este sentido?

-Hasta ahora no han sido muchas, pero sí hay algunos proyectos en marcha. Por ejemplo, estamos pendientes de que la Diputación imprima toda la serie de fotografías de la arenga en Villa Alicia, con la intención de crear un pequeño museo en un lugar desde el que se ve precisamente esa finca. Además, hemos realizado varios trabajos publicados en el blog de José Manuel Serrano Esparza, algunos de ellos muy relevantes, que han aportado resultados importantes para entender lo que ocurrió en Cerro Muriano.

Uno de los episodios más significativos tuvo lugar el mismo 5 de septiembre, por la tarde, alrededor de las tres y media. En ese momento llegaron otros dos fotógrafos, junto a un escritor: Hans Namuth, Georg Reisner y Franz Borkenau. Este último venía tomando notas para escribir un libro que se publicó en 1937 bajo el título El reñidero español. En él relata con todo detalle lo que vivieron ese día en Cerro Muriano y lanza una afirmación contundente: que, si las cosas seguían así, la República acabaría perdiendo la guerra. Lo basaba en lo que había visto tanto en Barcelona como en Cerro Muriano. El propio texto menciona que, al llegar a las tres y media al pueblo, se encontraron «en medio de un pandemonio». Describe cómo toda la población —hombres, mujeres y niños— huía a pie, en burros, en coches y en camiones concentrados en las entradas del pueblo y en los accesos al frente. Ese libro, por cierto, estuvo prohibido en España hasta 1971.

Juan José Obrero, durante la entrevista

Juan José Obrero, durante la entrevistaPablo Castillejo

En otro de los trabajos que hicimos analizamos las 32 fotografías tomadas ese día por aquellos fotógrafos en Cerrubias. Las tenemos todas localizadas y sabemos con precisión desde qué punto se hizo cada una de ellas. Es un trabajo minucioso, pero fundamental para reconstruir con fidelidad aquel episodio.

-¿Cómo se explica que alguien con un evidente sentido del periodismo, como demuestran las fotografías de la arenga en Villa Alicia, recurra a la escenificación en la famosa imagen del miliciano abatido en Espejo?

- Desde mi punto de vista, tiene una explicación bastante clara. Si uno le pregunta a cualquier fotógrafo profesional qué haría al saber que lleva en su cámara —en sus carretes— un reportaje de ese nivel, lo más probable es que reconozca que, pese a la calidad del material, hay ocasiones en que siente la necesidad de reforzar su discurso. Capa ya sabía que tenía unas fotografías excepcionales, captadas con un estilo directo, auténtico, en condiciones reales. Pero también es posible que pensara que, para ayudar verdaderamente a la causa republicana, necesitaba algo más: imágenes que mostraran el combate, el sacrificio, la brutalidad de la guerra.

- ¿Suele usted organizar rutas por Cerro Muriano, por los mismos lugares donde estuvieron Capa y Taro?

- Sí, por supuesto. A quien lo desee, lo acompaño. De hecho, en más de una ocasión he guiado a personas por esos parajes y muchas veces, al llegar a determinados puntos, me han compartido sus impresiones y emociones. Algunos incluso me han confesado que les temblaban un poco las piernas. Y no me extraña: recorrer esos lugares sabiendo lo que allí ocurrió, y viendo cómo siguen vivos en las fotografías, produce una impresión muy profunda.

Hay que recordar que, en ese contexto, no solo se trataba de informar; también había un componente político muy fuerte. La intención era mostrar al mundo cómo unos generales sublevados estaban matando a personas normales, a ciudadanos que habían salido a defender sus derechos, sus ideales de libertad. Y es ahí donde entra, en mi opinión, la función de las fotografías escenificadas: no tanto por una cuestión técnica o artística, sino por reforzar un mensaje, por redondear el discurso político y moral que los había traído a España.

Recorrer esos lugares sabiendo lo que allí ocurrió, y viendo cómo siguen vivos en las fotografías, produce una impresión muy profunda.

Robert Capa vino a España con la intención de triunfar como fotógrafo, de construir su carrera. Pero Gerda Taro vino a hacer la guerra, a implicarse con la causa republicana. Esa diferencia se nota al revisar todos sus trabajos. Posteriormente, Capa regresó a España en 1937 y siguió documentando la contienda, pero aquel momento inicial, con todo su simbolismo, marcó la forma en que entendieron y representaron la guerra.

- ¿Impresiona saber que uno está caminando por el escenario real de una guerra, en un lugar donde pudo haber muerto gente?

- Sinceramente, discrepo de la idea de que en Cerro Muriano se produjeran matanzas o que hubiera muertos en aquel momento. En todos los pueblos donde ocurrieron hechos de ese tipo, siempre queda algún rastro, alguna memoria colectiva. Sin embargo, en Cerro Muriano no ha quedado nada de eso. La gente volvió a sus casas. Mi familia, por ejemplo, regresó tras haberse refugiado en el pantano cercano. También la familia de mi tío. Y nunca se habló de fusilamientos masivos ni de muertes como las que a veces se insinúan.

Una de las fotografías de Robert Capa

Una de las fotografías de Robert CapaPablo Castillejo

Lo que sí sabemos es que las personas que huyeron ese día, las mismas que aparecen en las fotografías de Robert Capa, eran vecinos del propio Cerro Muriano. Curiosamente, también fueron retratadas unas horas antes, a unos cinco o seis kilómetros de allí, por los fotógrafos Reisner y Namuth. Es decir, los tres captaron a las mismas personas en distintos momentos del mismo éxodo. Y toda esa gente, con el tiempo, volvió a rehacer su vida en el pueblo. Yo nací allí, y he hablado con muchas personas mayores que vivieron aquello. Mis tíos, que hoy tienen 93 y 94 años, eran niños entonces. Ninguno recuerda que hubiera muertes ni fusilamientos.

La guerra pasó por Cerro Muriano ese día, sí, pero fue algo puntual, no una tragedia como en otros lugares.

Lo realmente impactante es que allí se hicieron más de 70 fotografías impresionantes, imágenes que han tenido un gran valor histórico y simbólico. Algunas incluso han influido en decisiones importantes con el paso del tiempo. Eso también impresiona mucho. Porque si hubiera habido muertos, si hubiera habido desaparecidos, las familias lo habrían dicho: «Falta mi tío, falta mi hermano…». Pero no fue así.

Juan José Obrero

Juan José ObreroPablo Castillejo

- Entiendo que, como aficionado, lo que más le mueve es reivindicar que el fotoperiodismo de guerra nace en Cerro Muriano.

- Sí, aunque lo que más me mueve ahora, después de haber descubierto las imágenes de la arenga y de haber podido secuenciar todo ese material, es la necesidad de reivindicar la figura de Robert Capa. Me siento, en cierto modo, comprometido con ello. Al llegar aquí, he percibido en vuestras caras una cierta sorpresa al ver la calidad de esas fotografías, que muchos desconocíais. Me habéis preguntado incluso: «Si era tan bueno, ¿cómo es que hizo posados?».

Y precisamente por eso quiero insistir en que estas imágenes no lo son. Las fotografías tomadas en Cerro Muriano —las arengas, los refugiados, los milicianos— no están escenificadas. Son documentos reales, cargados de emoción, y de una fuerza visual extraordinaria. Para mí, demuestran un grado de genialidad indiscutible. Y es por eso que siento que hay que poner en valor a Robert Capa y subrayar que en Cerro Muriano no solo empezó su carrera, sino que posiblemente nació también una nueva forma de entender el fotoperiodismo de guerra.

- Pero aquellas fotografías no servían para la propaganda, ¿verdad?

- No, no servían para la propaganda, y por eso las revistas no las compraron ni las publicaron en su momento. Pero Capa sabía perfectamente lo que había hecho, sabía que esas imágenes estaban ahí, que tenían un valor. Por eso insisto en la importancia de reivindicar su figura, la de un fotógrafo que fue capaz de capturar algo extraordinario, aunque no tuviera utilidad política inmediata. Hoy, con la perspectiva del tiempo, esas fotografías tienen un valor incalculable desde el punto de vista documental y artístico. Y es una verdadera lástima que, en todos los congresos y encuentros dedicados a Robert Capa, Cerro Muriano siga siendo ignorado.

Parte del problema es que aquí no tenemos un museo, y también que la mayoría de la gente sigue sin conocer lo que realmente ocurrió. Cuando llegué aquí y vi vuestras reacciones, me quedó claro que esa sorpresa ante la calidad de las imágenes se repite: nos ha pasado en muchas conferencias. Por eso, cuando hablo con fotógrafos, con profesionales que están en busca de «la foto», les digo siempre lo mismo: imagina que tienes este material entre manos, sabiendo que estabas jugándote la vida mientras lo captabas.

Y es que hay algo más: al ver esas imágenes, se te eriza la piel porque te das cuenta del miedo que pasaron. Era después de la siesta, que ambos bandos respetaban entre la una y media y las dos y media. Pero a las tres y media comenzó de nuevo el combate, volvieron los aviones… y el miedo volvió con ellos. Esa es la historia real. Y esas fotografías, aunque no sirvieran para propaganda, sí sirvieron -y siguen sirviendo- para contarla.

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